Estreno teatral

Conchi León: "Aún me cuesta entender el perdón como un regalo a uno mismo"

Dramaturga, directora e intérprete

Una escena de 'Cachorro de León'
3 min

BarcelonaEl día en que su padre sufrió un infarto, la mexicana Conchi León (Mérida, 1973) empezó a escribir. De aquella urgencia surgió un texto que hurga en sus memorias de niñez, marcadas por la durísima violencia intrafamiliar ejercida por el padre y la imposibilidad de enfrentarse a ellos de mayor. Cachorro de León, que se estrena este domingo en Girona dentro del festival Temporada Alta, viaja hasta los recuerdos más extremos del artista, pero sin perder el sentido del humor, observando con una mirada crítica y tierna a la familia e intentando curar las heridas profundas que le dejaron.

El espectáculo habla directamente de su vida íntima, concretamente de su infancia. ¿Cómo fue el proceso de escritura?

— Fue bastante complejo. Supuso volver a la infancia, un sitio tan pantanoso y violentado por el padre y un poco también por la madre, ya que había normalizado la violencia y algunas veces yo misma la reproducía. Fueron tardes de lluvia, hurgando en los recuerdos para encontrar un equilibrio entre los malos y los buenos. También supuso encontrarme con esa niña de ojos grandes que sobrevivió a todo esto y que todavía puede contarlo desde el humor, la memoria rota y la resiliencia.

¿Por qué decidió convertir la violencia ejercida por su padre en una obra de teatro?

— Porque la ficción, en ese momento, era el único espacio para reencontrarme con papá y perdonarnos. La urgencia por sus últimos días unida a mi distancia física dejaba poco camino para sanar nuestra historia. La escritura fue la forma. Esta obra es el tramo que recorrí para volver a verlo y hablarnos de nuevo.

¿Qué fue lo más difícil del proceso de creación?

— Dejar de juzgarme continuamente, confiar en la crítica de un amigo dramaturgo por creer que era una historia que valía la pena ser narrada y no sólo la voz de una hija rencorosa que no había superado traumas de infancia. También me costó mucho leer la obra a mamá ya mi hermana. No quería hacerles daño, son las personas que más me importan de esa historia.

La obra habla especialmente del papel de la madre, que a su padre se lo perdona todo. ¿Qué idea quería transmitir del perdón?

— En mi infancia sentí una y otra vez que mi madre –tras alguna paliza– había perdonado a mi padre. Más adelante le pedían que le perdonara para que él pudiera salir de la cárcel –imagínate el nivel de la paliza, para acabar en la cárcel–. Después de unos días, la madre le firmó el perdón. Todo esto se instaló en mi cerebro infantil. Aún me cuesta entender el perdón como un regalo a uno mismo.

Hay situaciones durísimas, como cuando usted era una niña, que sufrió un atropello y papá decidió sacarla del hospital. Pero lo relata con humor. ¿Por qué hace esta combinación?

— Porque creo en lo que decía Molière: "Hagámosles reír, que abran la boca para meterles la purga". El humor es una constante en mis textos, también forma parte de mi herencia. Mi padre tenía un sentido del humor maravilloso, supongo que de algún modo lo aprendí de él. Creo que las temáticas duras conectan mejor con el espectador si les damos respiros de humor. Entiendo que hay obras que lo permiten y otras no. En mi caso, dado que actúo en la obra y también soy cabaretera, me gusta añadir humor a la ecuación dramática.

¿Cómo recuerda ahora la familia y el padre, después de transitar por estas experiencias a través del teatro?

— Como personas que vivieron circunstancias que en su tiempo estaban normalizadas. La violencia intrafamiliar no fue algo único de mi familia. La vivieron mis vecinas, mis amigas, incluso mis maestros. Mis padres están muertos, ya no puedo hablar más que desde la memoria, pero mi padre fue también un niño violentado, mi madre fue una niña abandonada. Nosotros fuimos niñas que vivimos ambas cosas. Estoy aprendiendo a mirarlos con ternura, ya avanzar para curar toda esa memoria a través de la escritura.

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