La Última

Tomeu Penya: "Cuando tenía pareja era feliz... hasta que llegaba a casa"

Cantautor

8 min

Tomeu Penya, nacido Bartomeu Nicolau Morlà (Vilafranca de Bonany, Mallorca, 1949), acaba de cumplir 75 años. Pero él no quiere que sea dicho. Prefiere que expliquemos que el próximo viernes saca disco nuevo: Sa vida són dos dies. Y qué dos días, en su caso. Exprimidos al máximo, arriba y abajo del escenario, “vicioso y formal”, tal y como él se define. Hace unos meses, una noticia falsa le dio por muerto, al igual que le había ocurrido a José Luis Perales. Pero Tomeu Penya sigue viviendo, riendo, escribiendo canciones –ya tiene más de 400– y ofreciendo alegría, country y folk mallorquín en sus recitales.

Hace dos meses fue tu cumpleaños, cumpliste 75. ¿Algo que declarar?

— No es así. Son 46 y pico, porque estoy igual que cuando tenía 46. Me encuentro físicamente perfecto, y de cabeza también. Estoy escribiendo muchas canciones, hago muchas cosas, como poner voz en una película, en series de televisión, un disco nuevo, colaboraciones con grupos jóvenes y ahora estoy aquí contigo. La verdad es que no creía yo llegar a esa edad de 46 y pico haciendo todo lo que hago.

¿Por qué pensabas que no llegarías a esa edad? ¿Por cuestiones de salud o porque ni sabías imaginar qué quería decir tener 75 años?

— Ni me lo había imaginado, porque yo había sido el más vicioso de casa. Mi hermano, que no era vicioso, que era deportista profesional, murió a los 45 años. Mi madre, que nunca había fumado ni bebido, murió a los 50 y pico. Mi padre también murió muy joven. Yo, no puede ser que con todo lo que he fumado, bebido, viajado, todo lo que he hecho, no puede ser... Y me encuentro con estos 46 y pico con una fuerza y unas ganas de hacer cosas que no pensaba tenerlas a esta edad.

¿Cuál es la última vez que alguien te ha preguntado: "¿Estás vivo o muerto?"

— Lo que me han pedido alguna vez es si todavía canto, y me da una rabia... Me enfada que alguien no sepa que yo estoy vivito y coleando.

Creo que no has entendido la pregunta. Te lo decía porque hace poco te “mataron” [El lunes 4 de septiembre, desde una cuenta de la red social X creada por el periodista italiano Tommasso Debenedetti, se anunció la noticia falsa de la muerte de Tomeu Penya].

— Aaaah, sí, sí. Yo fui el primer sorprendido.

¿Tú no sabías nada?

— Yo, nada. A las siete me llamó Ariadna, mi representante, y cuando me oyó hablar me dijo: "¡Estás vivo!" Yo estaba medio dormido y me contó que había salido una noticia diciendo que estaba muerto. Esto también se lo hicieron a Perales.

¿Te cabreaste?

— No, me hizo gracia. Me supo mal por familiares y conocidos, y gente que me aprecia. Pero yo soy muy de cachondeo.

¿Cuál es la última explicación que has encontrado a por qué la gente te quiere tanto?

— Veo que la gente me quiere y eso me emociona. Si te portas bien en la vida, si eres un poco vicioso, pero también un poco sincero, si sacas todo lo que tienes en las canciones, si eres formal, es muy importante ser formal...

¿Se puede ser vicioso y formal?

— Sí, yo soy ambas cosas: vicioso y formal. Ahora no. Ahora sólo soy formal. El vicio me sale de vez en cuando, pero lo sé dominar. Haciendo las cosas bien haces que la gente te aprecie.

Creo que en tu caso hay otra cosa que nos gusta: que tendrás problemas como todo el mundo, pero siempre buscas la parte alegre de la vida.

— Yo, problemas tengo que decirte que no tengo. Alguno sexual, sí, algún día, no muy a menudo. Me considero muy afortunado. Haber vivido desde los 15 años de lo que más me gusta, que es la composición y la música, haber tenido la suerte de poder cantar lo que yo escribía, es lo mejor que te puede pasar en la vida. Yo pagaría por poder hacer lo que ahora hago cobrando. Por fuerza tengo que estar alegre, es una obligación.

En una de las últimas entrevistas que te he leído decías: “La gente ya tiene problemas. No tengo que venir yo a cantar más”.

— Es así. Mi opinión es ésta, otros cantautores no lo verán como yo. Yo subo a un escenario para alegrar la vida a la gente. En alguna canción ya veo que hago emocionar, pero en la siguiente les quito la emoción y les hago bailar. Les hago reír. Yo intento que el público se vaya contento. Que te dure un poco la alegría. Yo, por ejemplo, cuando tenía pareja era feliz... hasta que llegaba a casa.

Jajajajaja...

— Iba a dar un concierto, éxito. Había terminado el concierto, dos whiskies, tres, media botella, tabaco, estaba feliz por completo, había triunfado. Después, llegaba a casa y se me acababa su felicidad: “Tomeeeeeu, ¿no estás avergonzado de venir a estas horas? ¿Has bebido? ¿Has fumado?”. La mejor solución: me pongo en el mercado. Ahora estoy en el mercado.

¿Descartas casarte una última vez?

— ¿Casarme? No. Yo quiero cita tres o cuatro veces a la semana y después cada uno a su casa. Más amigos que nunca.

¿Has pensado cómo te gustaría que fuera tu último concierto?

— No, definitivamente no. No he pensado en ello, pero supongo que algún día vendrá. Podría ser muy bien que la primera actuación que viera que la gente no me mira, no me hace caso, no ríe o no llora, o no siente nada, o que no venga nadie, seguramente diré "ahora son los últimos diez años", jajaja.

Decías antes "vicioso y formal". Vividor es una palabra con la que te sientes cómodo?

— Tomeu Penya ha sido un vividor. Cuando empecé a tocar en orquestas de rock, en orquestas de baile en hoteles, era un vividor. Yo recuerdo que una vez aquí en Cataluña me dieron el Premi Nacional de música y un millón de pesetas. Ese millón me duró dos días.

¿Cómo gastas un millón en dos días?

— Porque era un vividor. Era un vividor. Una noche de esas grandiosos, un viaje por ahí... Quizás no fueron dos días, quizás fue en una semana, que me los gasté. Después mi cabecita hizo un cambio y en un solo día dejé de fumar, de beber, de jugar y de salir por las noches. O iba para abajo y mi carrera hubiera terminado o me detenía y mi carrera subiría. Y cogí la decisión correcta. Imposible creerlo, porque estuve un año que todo me daba vueltas. Droga dura nunca tomé, ni sé qué es, pero alcohol, tabaco, todo lo que era jugar, sí. Puedo decirlo, no estoy avergonzado, para que la gente sepa que se puede parar. Esto fue cuando hice el disco Una aclucada d'ull, y ese disco me relanzó al máximo.

¿Y nunca has vuelto a fumar ni a beber?

— Una vez al año la pillo fuerte. Es el día que actúo en Vilafranca, en mi pueblo, en la Festa del Meló, que es la última del año y a la que viene toda Mallorca.

Ahora que hablas de Vilafranca, ¿cuál es la última vez que has cambiado de casa?

— Hace muchos años que no he cambiado. Vivo en la casa de la familia, donde nací, me fui por el mundo muchos años, volví y todavía estoy ahí. También estuve en Campos, en la Colònia Sant Jordi, pero en Vilafranca yo soy un vecino más.

¿Crees, y que sea dentro de muchos años, que morirás en el mismo lugar que naciste?

— No tengo que morir, yo. He firmado treinta años. Tú vas a Palma, ¿sabes dónde está la seo, la catedral? Bién, a la derecha, en una esquina, en la primera casa no, en la segunda, pone: “Por vivir más”. Vas y firmas. Yo he firmado para vivir otros 30 años. Luego puedes renovarlo, de seis años en seis años.

¿Por qué últimamente te da tanta pereza coger un avión para venir a Barcelona?

— El avión no me da pereza. Lo que me da pereza es el aeropuerto. Ha habido veces que he estado dos horas esperando. ¿Por qué tengo que esperar dos horas? Cuando salgo de Mallorca y sé que sólo habrá tres cuartos o una hora de retraso, ya me conformo.

¿Cuál es la última vez que has visto salir el sol?

— ¿Porque me he levantado pronto?

O porque no has ido a dormir.

— No, no. Uy, antes, siempre veía salir el sol, pero era porque no me había acostado. Ahora hace muchos años que lo veo salir porque sobre las siete de la mañana ya estoy en movimiento y muchas veces me despierto con una idea. Tengo, dentro de mi cuarto, una guitarra y una mesa con lápices, papeles y la goma Milan. Aquello parece de artista de verdad, como de película. Esas ideas de primera hora suelen ser las buenas. Antes me gustaban las ideas que tenía a las cuatro o cinco de la madrugada, cuando llevaba algo de alcohol y no había ido a dormir. Y después, por la mañana, esa idea o estaba muy bien, muy bien, o tenía que borrarlo todo, porque era un disparate. Yo no quiero dar una impresión de que he sido un borracho. Nunca lo he sido, pero me ha gustado todo. Fumando, bebiendo y tocando.

Lo debías tener tan interiorizado, que pensarías que sin fumar y beber no te saldría ninguna canción.

— Es verdad. Y, en cambio, ahora pienso que si fumara o bebiera no saldría ninguna canción.

¿Cuál es la última alegría que te ha dado Alexandra, tu hija?

— Me da cada día, porque es una copia mía en guapo. Tiene el mismo sentido del humor que yo y habla idiomas, también como yo. El americano lo habla mejor que yo, porque ella había vivido allí. Fui a Estados Unidos con ella el año pasado y parecía la presidenta. Se lo conocía todo.

Y los padres, ¿qué último recuerdo tienes de tus padres?

— Fueron mi fuerza. Tienes que pensar que, por aquel entonces, en mi pueblo todo eran campesinos. No había dinero, pero había tierra para sembrar y para que nosotros pudiéramos comer. Cuando mi hermano mayor dijo que quería ser ciclista profesional, le dijeron que sí. Te hablo de hace 75 u 80 años. Le dieron todo lo que quiso. Fue internacional olímpico. En lugar de decirle: "Jordi, tú lo que tienes que hacer es trabajar en el campo", como todo el mundo. ¡Y después el hijo pequeño les sale músico! Y me dijeron: "Si quieres ser músico, estudia, tienes que ser bueno". Mi padre me compró una guitarra, una vez a la semana iba a Palma a aprender blues y jazz, y también una vez a la semana iba a Manacor a aprender música clásica. Cuando lo pienso, lo que hicieron ellos era imposible por aquel entonces.

¿Y tus padres pudieron ver cómo triunfabas en la música?

— Yo empecé con quince o dieciséis años y ganaba más en un mes que mi padre i mi madre en todo el año. Todos los hoteles necesitaban un grupo musical. El primer año cobraba 100 pesetas diarias y se lo ponía sobre el comodín de mi padre i mi madre. El segundo año, 200 pesetas diarias y el tercer año, 500 o 600 pesetas al día. Y ya me establecí por mi cuenta, cada invierno iba a Alemania, a Inglaterra, a dar vueltas por el mundo, y los veranos los hacía en Mallorca. La máxima felicidad que puede tener una persona es vivir de lo que más le gusta.

¿Hacer música es trabajar?

— Es trabajar mucho más de lo que la gente piensa. Yo me paso, todavía actualmente, al menos cinco, seis o siete horas al día tocando la guitarra e intentando componer algo. Sobre todo cuando llevas tantas canciones escritas... A veces me ha pasado trabajar durante un mes en una canción, qué melodía más guapa que me sale, y: “Qué coño, si en el disco que hace nueve o en el que hace treinta, ya tengo una melodía igual”.

¿Cuál es la última ilusión que tienes ahora?

— Es una ilusión muy simple: seguir haciendo lo que hago.

¿Y qué inquietud te persigue últimamente?

— La salud, no porque no tenga. La tengo toda, pero me preocupa porque veo que mis quintos o están muertos o viejos. Y yo estoy en el mercado, je je.

Las dos últimas son iguales para todos. ¿Conoces alguna canción de El Último de la Fila?

— Manolo García me cae muy bien, Quimi Portet, también, conozco sus canciones, pero no me pidas ningún título.

Las últimas palabras son las tuyas.

— Salud, y que el próximo año sea més gros i més pelut.

Albert Om y Tomeu Penya conversando antes de la entrevista.
"¿Te puedes quitar las gafas?"

Tomeu Penya llega al Hotel Palace directo del aeropuerto de El Prat, donde le ha ido a buscar en coche Ariadna, su representante. Se han encontrado el centro de Barcelona cortado por una manifestación, lo que le afianza en la convicción de que en ninguna parte podría estar mejor que en su pueblo mallorquín de Vilafranca de Bonany.

Grabamos la entrevista, hacemos un menú en un restaurante del Eixample y se va a comprar una guitarra, “la mejor, se lo he pedido por teléfono”. La estrenará al día siguiente en el concierto de Tomeu Penya, que volverá a llenar la sala Luz de Gas, al igual que el año pasado. Lleva camiseta y cazadora negras, sombrero y zapatillas blancas. El fotógrafo Francesc Melcion le pregunta si se puede quitar las gafas. Si miráis las fotos que acompañan a esta entrevista, podréis deducir la respuesta de Tomeu.

stats