Almas en pena defendiendo la camiseta del Barça

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Valverde entre Balde y De Jong

Es el único futbolista que sacó de quicio un poco a los jugadores del Real Madrid, que tuvieron una de las noches más plácidas de los últimos tiempos. El único que intentó rebelarse contra la apatía generalizada de sus compañeros, chocando y rascando con quien se cruzara por delante suyo. Seguramente Fermín López es de los que más sintieron la dolorosa derrota ante el eterno rival en la Supercopa. Porque lleva media vida en el Barça, desde que llegó en 2016, con 13 años. Es el único que se salvó del naufragio.

En Riad, el Barça fue un equipo sin alma. Deambulaba. Su corazón ni latía. Fue plano. Insípido. Dócil. A la incapacidad de generar fútbol y a los errores de concentración defensivos, dos sellos de este equipo esta temporada, se sumó probablemente el peor pecado de todos: los futbolistas fueron sumisos.

En este equipo, y no es cuestión solo de lo que ocurrió el domingo en la Supercopa de Arabia Saudita, hay muy poco carácter y menos liderazgos. El Barça defendía a dos metros; los jugadores del Madrid tocaban con tranquilidad y habilidad sus velocísimos encajes sin sentirse presionados: fue un suicidio colectivo.

Comparad la presión de unos y otros. El Madrid no tuvo ningún problema en protegerse en bloque bajo y evidenciar las deficiencias de los de Xavi a la hora de generar fútbol a pesar de tener a dos centrocampistas de gran talento como Pedri y Gündogan, y un repartidor a domicilio –muchos kilómetros sin sentido– como De Jong. Pero cuando los de Ancelotti se decidían a subir líneas y dificultar la salida de balón azulgrana, el Barça se deshacía como un azucarillo: después de dos años en el banquillo Xavi no ha mejorado los mecanismos más básicos que se presuponían a un técnico de su renombre. Por el contrario, cuando los catalanes intentaban presionar, el Madrid salía tocando sin problemas. Esto no es lo que prometió Xavi. La idea de equipo en construcción que repite hasta el aburrimiento el de Terrassa ya no es creíble. Hace falta un cambio brusco de guión o el año se hará largo, pero sobre todo aburrido.

Por lo que representa, porque la Liga del último curso lo avala, y porque los proyectos se evalúan en junio, Xavi tiene que terminar la temporada sin que Laporta lo fulmine. El 30 de junio ya tocará rendir cuentas. Y no por los resultados ni los títulos. A Xavi habrá que valorarlo por lo que transmite el equipo y, de momento, a cinco meses para que el reloj se detenga, después de dos años de proyecto, este Barça no tiene ni amor propio ni fútbol.

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