Al socio no se le puede engañar

Aplaudir a los violentos

Los jugadores del Atlético aplaudiendo a su público
30/09/2024
2 min

Una de las mejores cosas que hizo Joan Laporta en su primera etapa como presidente del Barça fue hacer frente a los grupos radicales, especialmente los Boixos Nois. No desaparecieron, pero su presencia, al menos en los partidos como local, quedaba diluida y debían entrar en el estadio dispersados, sin simbología ni la capacidad de coerción que tenían como grupo.

Sin embargo, la mayoría de estos aficionados más radicales no se alejaron del fútbol, ​​allí donde encontraron refugio y razón de ser hace décadas. El Barça lo está sufriendo en los desplazamientos, donde algunos de ellos muestran insignias nazis y desprestigían al club simulando que son quienes más le quieren. Y sobre todo los Boixos han continuado adelante convertidos en organización criminal, dominando la noche barcelonesa, tejiendo negocios aquí y allá que los Mossos d'Esquadra han ido descabezando.

A lo largo de los últimos años he conocido a Boixos Nois y Brigadas Blanquiazules. Desde algunos que fueron condenados por asesinato, a otros que se dedicaron unos años de su vida a vapulear a rivales, pero sobre todo a los que han dado un paso al lado y se han ido alejando de lo que significaba este mundo. En los actuales grupos de animación que todavía existen en los estadios hay bastantes exbojes o exbrigadas que ahora van a trabajar con camisa y recuerdan, con los ojos brillantes, su pasado más radical. La cultura ultra en la España de los ochenta y noventa fue muy honda.

Aunque su presencia no puede eliminarse del todo, porque es sobre todo una tarea policial, en el Barça, al menos, los más radicales no campan libremente. En el Real Madrid ocurrió lo mismo: la creación de la Grada Joven detrás de una de las porterías, allí donde se habían ubicado históricamente los Ultras Sur, permitió diluir al grupo, aunque muchos se infiltraron. De hecho, Carlos Clara, antiguo ultrasur, fue uno de los que movían los hilos en la Grada Joven hasta hace poco. En cualquier caso, en el Santiago Bernabéu, los ultras ya no pueden mostrar impunemente su simbología.

Pese a los avances hechos, después de lo que se vivió el domingo en el Metropolitano, queda claro que todavía tenemos mucho trabajo por hacer. En un estadio no pueden entrar encapuchados. Y la excusa de las provocaciones rivales –que, de acuerdo, existieron– no legitima la violencia de todos esos alocados. La mejor forma de expulsarles es que acabe la connivencia de clubs y jugadores. Los futbolistas del Atlético no pueden aplaudirles cuando termina el derbi. El fútbol en el que los propios jugadores, por el chantaje que hacían los ultras, les pagaban la fiesta –los viajes y los gastos del grupo– ha terminado.

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