"No dejaré de ir en bici porque un desgraciado me haya atropellado"
La ciclista Mònica Coma, atropellada cerca de su casa, pide endurecer las leyes contra los infractores
Girona"La bicicleta me encanta. Cuando pedaleo me evado de todo. Me siento diferente: es otro mundo, otra vida", subraya Mònica Coma (Banyoles, 1975). En la televisión de su casa, en Sant Julià de Ramis (Girona), la Vuelta a España. Puesto que no puede ir en bici, sacia las ganas mirando ciclismo. La sonrisa se oscurece: el pasado lunes hizo una salida de 100 kilómetros y a 500 metros de casa la atropelló un coche. "El lunes 22 de agosto", enfatiza, con el brazo en un cabestrillo y la rodilla vendada. "La fecha ha quedado marcada", remarca. Todavía le cuesta dormir.
En la penúltima curva antes de llegar a casa, de más de 90 grados, la embistió un coche que conducía en dirección contraria. "Me tocó el manillar y el brazo. Perdí el equilibrio y caí al suelo, al otro carril", recuerda Coma, que forma parte del equipo Edibikes de Figueres. "Tuve suerte de que no viniera ningún coche rápido, porque me habría encontrado allí en medio. Tengo cuatro o cinco quemaduras y la clavícula tocada. Pero si llega a pasar un coche o llego a caer contra la acera, yo no sé si ahora estaría aquí", añade con crudeza. "Me tuvo que ver, por narices", dice. Coge aire. Y sigue dibujando la escena: "No sé si estuve mucho rato en el suelo. No lo recuerdo. No perdí el conocimiento, pero quedé aturdida. Los ojos me hacían parpadeos, como estrellitas". Solo recuerda sangre y un coche pequeño y blanco que huyó: "Cuando me giré ya no había nadie. Absolutamente nada". Recogió la bicicleta del suelo y anduvo hacia casa.
"[Por el camino] lloraba y sufría más por la bicicleta que por mí misma. No por su valor, sino por el hecho de que me la había regalado mi marido. Y tiene un factor emocional. Después lo miras fríamente y te dices: «La bicicleta se podrá arreglar, chapa y pintura, pero ¿y tú?» Me pasaron 50.000 cosas por la cabeza. No estaba ni aquí ni allá", afirma. Pensó mucho en su marido, Francesc, y sus dos hijas: aquella mañana no había podido ver ni a Judit ni a Lídia. "Siempre dices: «Ya veré a las niñas cuando vuelva» o «Ya veré a mi marido cuando vuelva», pero el lunes estuve a punto de no volver. Y esto es lo que más me angustia: no poder despedirte, porque las quemaduras se curan. He visto que es importante decir hola y adiós, dar un beso", acentúa. "He pensado mucho en ello desde el lunes. A partir de ahora quizás tendré que empezar a decir más hola y adiós, por si pasa algo como mínimo tener la conciencia tranquila de haberme despedido", admite Coma. Durante la salida del lunes, hablaban del atropello mortal en Castellbisbal.
Con firmeza, continúa enlazando frases: "Con un compañero nos habíamos separado en la rotonda. Cuando le mandé un mensaje diciendo que me habían atropellado todavía no había llegado a casa. Es lo que dice él: «Hostia, la vida te puede cambiar en cuestión de segundos: ahora estás aquí y mañana ya no». Y ahora lo he visto yo: por la mañana estaba aquí y al mediodía podría haberme ido y ya no haber vuelto".
La BTT o el gravel, alternativas al asfalto
También hay otra conversación recurrente, estos días: "Hablándolo, los compañeros dicen que al final quizás tendremos que dejar la carretera y hacer BTT o gravel". "Yo no dejaré la carretera por un desgraciado. Yo no. ¿Tengo que dejar la bicicleta porque un desgraciado me ha atropellado? No, no lo haré. ¿Tengo que prohibirme mi deporte y lo que me ayuda a salir adelante? No, yo no lo haré. Que dejen ellos de llevar un coche", asegura. De hecho, ya resta los días para volver a subirse sobre una bicicleta. "Este viernes teníamos una salida planificada y yo no la puedo hacer. Bueno, ya hablaremos. Ya hablaremos. Si me veo medio capaz, la haré", avanza. Explica que el verano que viene quiere ir a Italia, a las Dolomitas, a encadenar puertos de montaña.
Imaginarse pedaleando de nuevo es un analgésico, en un presente difícil. El miércoles denunció los hechos a los Mossos, "pero ya nos han dicho que es muy difícil que encontremos quién ha sido". No puede parar de pensar que el accidente se produjo a 500 metros de casa y dice que evidencia que los ciclistas son vulnerables en todas partes: "No pasó en la nacional ni en un puerto, sino dentro de una urbanización. En mi casa. Cuando llegamos a la rotonda siempre decimos que ya no tenemos que sufrir por los coches porque ya estamos en casa, pero ahora hemos visto que no es así". Reconoce que yendo y volviendo del hospital, cuando pasa por el punto del atropello, se ve en el suelo. Tampoco puede parar de pensar en la persona que la atropelló y después huyó y dice que no saber quién fue dificulta empezar a superar el golpe. "No sabes si ha sido un vecino, o el yerno o el hijo de fulanito", lamenta. Y añade: "Me gustaría que viniera, picara al timbre y dijera: «Mira, soy la persona que te hizo caer. Te pido disculpas. Estaba distraído. ¿Te puedo ayudar?» Si diera la cara me sentiría más que satisfecha. Si me pide disculpas, yo lo perdonaré".
Coma sube el tono cuando habla del sistema judicial, irritada. "Es barato matar a un ciclista. Los jueces tienen que remangarse porque estas personas salen de la prisión a las 11 de la noche. O al cabo de cuatro días. Es gratuito matar a un ciclista. Y no hay derecho. No hay derecho", repite. Antes de despedirse para ver el final de la etapa de la Vuelta, reitera que ha tenido suerte: "Cuando tienes tiempo de ir pensando te dices: «Joder, puedo decir que estoy aquí». Mis compañeros de Rubí ya no están. Esta gente tenía su mujer, sus hijos y sus nietos. Lo tenían todo, todavía una vida por delante, y este desgraciado se lo ha quitado todo en cuestión de segundos. Y a mí no me lo han quitado todo porque quizás no era mi momento ni mi día".