Barça

El Barça quema en su semana trágica en el Camp Nou (0-1)

Dolorosa derrota contra el Cádiz de un equipo demasiado nervioso, incapaz de luchar contra un rival defensivo y un mal arbitraje

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Busquets, protestando durante el partido del Barça contra el Cádiz

BarcelonaLa penitencia sigue en el Camp Nou. Tras la derrota moral, social y deportiva contra el Eintracht, el Cádiz agrandó la herida de un equipo que cargaba la cruz de sus pecados, incapaz de recuperar esa alegría vital que tenía cuando saqueó el Santiago Bernabéu. No hace tanto, de reojo, el barcelonista miraba la clasificación preguntándose si podía pillar al Madrid. Ahora mira por el retrovisor, no sea que toque volver antes de lo previsto a la Europa League. El Barça ha perdido el norte, sacando de quicio a sus aficionados.

¿Fue un espejismo, el triunfo en el Santiago Bernabéu? No, no lo fue. Pero fue irreal, como una noche gloriosa de fiesta, de esas que recuerdas toda la vida, pero que sirve para hacerte olvidar que la realidad es más oscura. Tan necesitado está el barcelonismo de alegrías, que daba por sentado que ya había salido del desierto, pero el fútbol suele ser un juez cruel cuando dicta sentencia. Y el Barça, tanto a nivel social como deportivo, todavía tiene muchas grietas. Laporta y Xavi se encargan de presentar los planes para rehacer un edificio que necesita un lavado de cara, pero a la espera de poder terminar las obras, la comunidad de vecinos no se pone de acuerdo.

La herida del partido contra el Eintracht sirvió para devolver al Barça a un pasado doloroso. Laporta ganó las elecciones recordando el seductor aroma del triplete, pero antes del partido varios aficionados gritaban en su contra, como si salieran del año en que Laporta casi pierde el cargo en una moción de censura. No, el barcelonismo no está unido. Nunca lo ha estado. Ni siquiera Xavi lo consigue de momento, aunque el técnico de Terrassa es quien genera más consenso ahora que toca tragarse lo peor. Aquel equipo que tenía tanta hambre, como si fuera víctima de un hechizo, se ha hecho pequeño. Las piernas pesan, los partidos se alargan y jugar parece una condena. En lugar de aprovechar el partido contra el Cádiz para chuparse las heridas, el partido fue una tortura. Con una entrada flojita en la grada, para variar. Con un Barça sin ideas y Gerard Piqué más pendiente de defender sus negocios que de animar desde la grada a un equipo en el que solo Dembélé levantaba de las sillas un estadio más callado, por la huelga de la Grada de animación. Xavi no retocó mucho al equipo. Mingueza fue enviado de nuevo al rincón de pensar dando espacio a un Dest entestado en enviar los centros al infinito. Sin Pedri, Gavi intentaba ponerle electricidad y Memphis, en su regreso a la titularidad para dar descanso a Auba, perseguía sombras.

El espectáculo de Dembélé

Por momentos, el partido podía resumirse en las jugadas de Dembélé en la banda, quien se dedicaba, una y otra vez, a desnudar las vergüenzas del Pacha Espino, convertido en el que paga los platos rotos. Pero al francés no le salía el último pase. El último disparo. Y el partido se convirtió en un acto de fe, donde animas porque es tu equipo. Como cuando te toca ir a ver una representación teatral de un familiar que sube al escenario con una carcajada, sabiendo que tú nunca serás lo suficientemente sincero como para decirle que se dedique a otra cosa. Un acto de amor.

El Barça ha roto el corazón a sus seguidores. Cuando parecía que ya había vuelto por la puerta grande, ha terminado caminando descalzo sobre cristales rotos encadenando unos cuantos por partidos para olvidar. No ha ayudado que el Madrid se haya levantado como suele hacerlo, cuando muchos ya le preparaban el funeral. Tampoco un arbitraje nefasto o las bajas, especialmente en el centro de la defensa, que permitieron al Cádiz rematar tres veces seguidas en la primera jugada de la segunda parte. En la tercera, Lucas Pérez hizo el 0-1 desnudando las vergüenzas de Lenglet. Y los nervios iban entrando entre los asientos vacíos de la grada, entre los murmullos cada vez que Ferran Torres no tiraba adelante. Cada vez que Frenkie de Jong, con cara tristona, llegaba tarde. El Barça, demasiado nervioso, chocaba contra un árbitro que siempre parecía mirar donde no tocaba y contra el jefe duro de Fali, el defensa que se las sabe todas que pasó por el filial azulgrana. Xavi lo intentó con Adama y cómo no, con Luuk de Jong, el patrón de los centros desesperados, pero el Cádiz, jugándose el cuello, supo poner barro en el partido, perdiendo tiempo, mientras el Barça se daba una y otra vez trompadas contra el muro amarillo. El Barça, angustiado, acabó centrando una y otra vez, sin poder huir de su trágico destino. El final de temporada, en lugar de jugarse con una corona de oro, se jugará con una corona de espinas en la cabeza.

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