Es imposible, por mucha imaginación que se ponga, hacer las cosas peor de lo que está haciendo el Barça. Mejor dicho: peor que Joan Laporta. El presidente que lloró en rueda de prensa junto a Xavi mientras le ratificaba y venía ilusión, proyecto y estabilidad el 25 de abril ha comunicado al entrenador su despido 29 días después en una reunión de urgencia y en la previa de la final de la Champions femenina. Una final que sirvió de excusa para alargar la agonía del técnico "porque no querían eclipsarla" y que ahora queda en segundo plano informativo porque así lo ha decidido Laporta. Qué desastre.
La movilización histórica de la afición azulgrana en Bilbao, la fiesta, ya ha quedado empañada por culpa de Laporta, de una comisión deportiva que no pinta nada y de unos directivos cuya única misión es aplaudir al dueño y asistir como espectadores en primera fila a los volantazos de un presidente caótico que toma decisiones incoherentes con su propio discurso sin consultarlos. Sus nombres pasarán también a la historia: éste será su legado, aunque todavía no sean conscientes de ello. Ya han quedado retratados.
El último intento por parecer un club serio y profesional, el anuncio de que el lunes o el martes habría una reunión en la que se valoraría con criterios objetivos la labor de Xavi antes de tomar una decisión definitiva –encima, con la final de Champions femenina como excusa–, no coló y duró exactamente cuatro días. En este revuelo convendría no perder de vista que Laporta ha demostrado tener un patrón de conducta: no respeta a nadie. Tres mitos del barcelonismo –Messi, Koeman y Xavi– son testigos, al igual que la masa social acrítica y anestesiada que dimitió de Montjuïc y que asiste –ahora ya sí avergonzada– a la crisis sin fin, al disparo al pie permanente, a los relatos vacíos y en el ridículo interminable.
Que el presidente no sea capaz de reprimir su último arrebato emocional y que no haya nadie en el club capaz de detenerlo, de hacerle ver que este sábado se juega una final que emociona al barcelonismo, debería ser la señal definitiva, pero creo que todavía no se ha tocado fondo. Porque cada vez que alguien formula en voz alta la cuestión de si es posible gestionar peor al Barça la respuesta de Laporta es que sí, se puede.