Alejandro Balde centró y Robert Lewandowski no voló solo para cabecear. Hansi Flick también marcó el 0-2 del clásico girando el cuello como el polaco, como si fueran la misma persona, en una simbiosis cósmica. La victoria mágica del Bernabéu puede diseccionarse para encontrar todas las metáforas posibles de la comunión entre el entrenador y el vestuario: cómo lo miran, lo escuchan y lo abrazan. Más allá de las razones futbolísticas evidentes, existe un enamoramiento palpable que explica por qué todo funciona como una máquina casi perfecta. Y ese hechizo también se reproduce entre la afición. A Flick, muchos quisieran invitarlo a comer para charlar fascinados comiendo canelones. Solo le falta decir un par de cosas en catalán y ya lo tendríamos: es el nuevo héroe nacional. Hansi, ¿nos estamos ganando el derecho a soñar?
Flick solo ha dirigido catorce partidos, pero está construyendo un equipo con una identidad definida a partir del sello de La Masia y un ideario atrevido de presión alta, defensa avanzada y ataque fulminante. Da igual que delante esté el Bayern o el Madrid. Es muy meritorio que haya alcanzado ese nivel futbolístico tan compacto en solo tres meses: ni los más optimistas hubieran podido preverlo. La inteligencia lo ha llevado a aprovechar lo mejor de la herencia de Xavi, que abandera la irreverencia de Lamine Yamal como si fuera la Libertad guiando al pueblo. El ejército joven de los Cubarsí, Fermín o Balde se ha ampliado ahora con la explosión inesperada y maravillosa de Marc Casadó. Pero además, Flick ha sabido recuperar la mejor versión de Lewandowski y darle una nueva dimensión a Raphinha, que encarna mejor que nadie la apuesta por el vértigo que tanto le gusta. Afortunadamente no tiene sapos que tragar como Vitor Roque o los Joãos y puede disponer de una pieza diferencial como Dani Olmo. Danke.
La fuerza de un equipo con alma arrastra el día a día de la entidad al ritmo que el entrenador hace volteretas de pura incontinencia en el área técnica. Flick borró el desaguisado que provocó la mala gestión de la destitución de Xavi y enterró las tensiones que situaban a los dos técnicos en bandos opuestos proponiéndole tomar un café. Lo tiene todo: naturalidad, carisma y savoir faire. Va camino de convertirse en la mejor decisión del gobierno de Joan Laporta y su impacto en el club llega justamente en el momento adecuado: el presidente puede encarar el tramo final del mandato con muy buen sabor de boca gracias a los hipotéticos logros deportivos. El futuro ya no está tan oscuro: Flick ha encendido la luz al final del túnel.