BarcelonaCuando mi padre me llevó a ver el primer partido de Liga del Valencia, jugábamos en Segunda División y perdimos. Sin embargo, el ambiente de la temporada 1986-87 era muy diferente al actual. Se había descendido después de varios años coqueteando con el descenso, pero un equipo lleno de jóvenes talentosos como Fernando Gómez Colomer, Quique Flores o Arroyo convirtieron el paso por Segunda en un mero trámite. El equipo solo perdió un partido, ante el Castellón, que es el que vi yo.
En los años siguientes, la directiva de Arturo Tuzón saneó las cuentas y fichó con acierto. En la temporada 88-89, el equipo fue tercero. Y la 89-90, subcampeón. Aquella generación que había jugado en Segunda estuvo a punto de ganar la Copa en 1995, con Lubo Penev y Pedja Mijatovic en la plantilla, pero la perdieron en la final del diluvio.
Pero el Valencia vivió su etapa dorada entre 1999 y 2004. Una Copa, dos finales de Champions, dos ligas y una Copa de la UEFA aderezaron una época de vino y rosas, pero a la vez sentaron las bases de la quiebra actual. Tras los triunfos se escondía una gestión errática, desde Paco Roig hasta Bautista Soler, que hacía crecer y crecer la deuda como una gran bola de nieve. Sin recalificaciones, palancas ni apoyo de los poderes fácticos, el Valencia sucumbió en una dinámica que tenía su correlato en los numerosos casos de corrupción que afectaban al PP valenciano y en la desaparición de instituciones financieras como el Banco de Valencia, Bancaja o la CAM, que ahora son catalanas. Si no fuera porque un inversor singapurés, Peter Lim, tuvo el capricho de comprarse un club de fútbol en el 2014, el Valencia pudo desaparecer ya entonces.
El ejemplo de Vila-real
La crisis del Valencia es aún más dolorosa porque tan solo 50 kilómetros al norte, en Vila-real, otro miembro de la familia Roig, valencianistas de pro, Fernando, levantaba desde cero un club modélico. Ahora los valencianos tenemos en Primera a un club saneado sin historia ni una masa social importante y un club con historia y masa social pero económicamente fallido. Hasta ahora los valencianistas pensábamos que éramos un club too big to fail, siendo los cuartos en puntos en la clasificación histórica de la liga, con seis ligas y ocho copas. Pero ahora vemos con espanto que podemos terminar como el Zaragoza o el Málaga, en un pozo sin fondo.
Y esto es así porque Lim se cansó pronto del juguete, sobre todo cuando vio lo que le costaba, y ahora está en retirada y solo espera recuperar algo de la inversión hecha. Por eso desmanteló un equipo que venía de ganar una Copa en el 2019 contra el todopoderoso Barça de Messi. Le costaba demasiado dinero e implantó un modelo de austeridad absoluta que se basa en intentar sobrevivir en Primera sin fichas altas (regalaron a Parejo y Lee Kang-in) y vender cada temporada a uno o dos jugadores franquicia para hacer caja. Así se ha vendido a Ferran, Guedes, Rodrigo Moreno, Carlos Soler, Yunus, Mamardashvili, etc.
Lim, ¿enterrador del club?
El periodista Vicent Chilet ha descrito esta situación como un 86, el año del anterior descenso, a pequeños sorbos. Pero la realidad es mucho peor. El equipo está desguazado, la masa social cabreada, y los gestores del club no pueden hacer nada sin el permiso de Lim, que en estos momentos lo único que mira es el bolsillo. Pero no nos equivoquemos, Lim no es el culpable del naufragio, que viene de mucho antes, aunque sí puede acabar siendo el enterrador del club.
Esta es, pues, si no hay un milagro, la crónica de un desastre anunciado. Y con él, los valencianistas pasaremos a ser almas en pena que por las noches soñarán con galopadas del Piojo López, fintas de Aimar o cambios de orientación de Fernando donde el balón dibujará parábolas perfectas hasta el pie del compañero.