Juegos Olímpicos

La llama olímpica que fue encendida con un mechero

En 1976 la llama del estadio de Montreal se apagó y un obrero decidió ir al grano

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La llama olímpica de los Juegos  del 1976

Pasan los años y la encendida del pebetero de Barcelona 1992 sigue sin ser superada. Aquella flecha de Antonio Rebollo cruzando el cielo se convirtió en una de las imágenes más recordadas de la historia del movimiento olímpico. La idea de tener un pebetero con una llama olímpica, sin embargo, no surgió de entrada en 1896. No sería hasta Amsterdam 1928 cuando se decidió añadir solemnidad a los Juegos, cada día más consolidados, con esta idea que pretendía recordar cuando Prometeo robó el fuego a los dioses del Olimpo. Una forma de seguir vinculando el olimpismo con la vieja Grecia. La idea era bonita, pero en 1928 consideraron que con el solo hecho de tener la llama ya bastaba. Así que quien la encendió fue un trabajador de la compañía de gas neerlandesa.

Todo el ritual alrededor de la llama fue cosa de, guste o no guste, la Alemana nazi. Cuando organizaron los juegos de 1936, decidieron dar una vuelta a la idea. Como a Hitler le gustaba buscar en el pasado señales que indicaran que los alemanes eran un pueblo escogido y que él era su líder, se ideó llevar la llama, haciendo relevos, de los escombros de la antigua Olimpia hasta Berlín. Los nazis ya estaban diciendo al mundo que les apetecía cruzar Europa de punta a punta jugando con fuego, pero entonces muchos todavía no lo vieron. La cineasta Leni Riefenstahl, por cierto, fue más allá cuando en su film sobre los Juegos, Olympia, recreó con actrices la encendida del fuego en Olimpia. La idea gustó. Y todos los Juegos han seguido fieles a la tradición, que empieza cuando en la vieja Olimpia, usando la luz del sol, se enciende un fuego que se lleva hasta la ciudad escogida para organizar los Juegos Olímpicos. El Comité Olímpico Internacional siempre genera diferentes llamas del fuego inicial, no sea que la antorcha se apague. O la intente apagar algún manifestante contrario a los Juegos Olímpicos, como ya ha pasado más de una vez.

En 1976 la llama llegó entera a Montreal. Pero un día en que no había actividad deportiva en el estadio olímpico, una fuerte tormenta, de aquellas con viento y lluvia, la apagó. En el estadio solo había unos cuántos trabajadores preparándolo todo para los días de competición. Uno de ellos, un tal Pierre Bouchard, decidió actuar. Con un cigarro en la boca, encendió papeles de periódico con su mechero y no paró hasta tener de nuevo quemando la llama olímpica. El señor debía de pensar que lo había hecho bien, pero, cuando se supo, los responsables de los Juegos Olímpicos apagaron la llama y la volvieron a encender con el fuego original de reserva que tenían guardado. El olimpismo tiene estas cosas. Aparte de los grandes atletas, también un obrero neerlandés y uno canadiense han encendido el pebetero.

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