Una forma de huir de la mediocridad

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Chen Yansheng, presidente del Espanyol.

A mi amigo Ignasi Barba –perico y, sin embargo, feliz– siempre me recordaba que el puesto eterno del Espanyol en la clasificación es el undécimo. Cuando parecía que teníamos un buen equipo y que podíamos tener alguna aspiración superior, llegaba la deshinchada final y... undécimos. Cuando la cosa iba muy mal y parecía que nos íbamos directos a Segunda, hacíamos un resurgimiento de última hora y... undécimos. Durante la temporada, muy a menudo, también caíamos en esta posición maldita. Cada vez que es así, con Ignacio nos enviamos un mensaje con la captura de pantalla de nuestro sitio en la clasificación.

Los datos confirman las sensaciones: la clasificación más repetida de la historia de la Liga por el Espanyol ha sido la undécima: ha sido el símbolo de una mediocridad persistente. Chen compró el club para sacarnos de la mediocridad y hay que reconocer que lo ha logrado. Por primera vez desde que soy un perico consciente (si se me permite la contradicción) empezamos la Liga en Primera con un objetivo deportivo claro, único y unánime: la permanencia. Y con un objetivo social aún más claro, único y unánime: que alguien con cara y ojos (traduzco: con dinero y conocimientos de gestión deportiva) compre el club.

Nuestra historia (fundadores de la Liga, uno de los cinco con más temporadas en Primera, séptimos en la clasificación histórica) y el orgullo de una identidad hecha a contracorriente han impedido que aceptáramos objetivos tan tristes como el de no quedar entre los tres últimos. Pero este año, sí. Este año sabemos que tenemos una de las plantillas más flojas de la competición, una economía de guerra y un propietario que ha perdido el interés por su juguete y que sólo piensa (inferimos por sus actos porque apenas habla y cuando habla no dice nada) al no perder más dinero y vender recuperando los máximos que pueda.

Con este panorama, y ​​con el corazón en un puño hasta el día 30 por el futuro de Joan Garcia, empiezo la temporada con ánimos. Porque será una lucha heroica por cada punto. Sólo si todos (entrenador, futbolistas y afición) estamos unidos en el objetivo (la permanencia) y el diagnóstico (más debilidades que fortalezas), será posible alcanzarlo. No se trata de dividirnos en optimistas y pesimistas, ni en críticos o conformistas. Como dicen los tertulianos, la realidad es tozuda y no podemos hacer trampas en el solitario: este año toca luchar desde el primer día, celebrar cada punto y mirar que siempre haya tres equipos por debajo. Y ser felices porque la mediocridad tranquila del habitual undécimo lugar sería motivo de fiesta grande.

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