Reconectar con la vida bajo el agua y sin respiración
Laia Sopeña, subcampeona del mundo de apnea deportiva, hizo del mar su refugio para superar la muerte de su padre
BarcelonaSale del agua y respira. Tres bocanadas profundas de aire y por su boca sale un "¡Estoy ok!" Después de bajar 80 metros hasta las profundidades del mar, los pulmones de Laia Sopeña (Naves de Lanas, Asturias, 1985) piden aire. La última vez que los llenó fue hace poco más de dos minutos, antes de sumergirse en el agua cristalina del océano Atlántico. Sin bombonas de oxígeno y con la monoaleta calzada, parece una sirena. La vida de Laia, sin embargo, no es un cuento de hadas.
Descubrió el mar casi antes de saber andar. "Mi amor por el mar viene de cuando iba con mi padre a pescar. Él era doctor, pero le encantaba la pesca submarina. Todos los recuerdos de vacaciones que tengo son siempre en lugares de pesca, donde cogíamos un barco, nos lanzábamos al agua, él con el fusil, y pescábamos. Tenía dos opciones: o esperarlo en el barco o ir con él. Siempre me lanzaba al agua. Somos 19 hermanos, pero de todos ellos yo soy la que más pasión ha tenido por el mar siempre", manifiesta. Los días en alta mar y bajo la superficie se le amontonan en la cabeza. Eran momentos de felicidad, de paz absoluta. Una tranquilidad que hace bien poco ha conseguido recuperar.
"Fue a raíz de la muerte de mi padre cuando empecé a entrenar en apnea deportiva. Era una manera de sentir que él estaba feliz, contento, que su pasión estaba viva. De sentir que mi padre sigue vivo y es feliz ahí donde esté". En febrero de 2019, Ángel Sopeña, pionero en la congelación de óvulos en España y en operaciones de cambio de sexo, murió después de una enfermedad larga. El desgaste fue enorme. Tanto, que Laia adelgazó hasta pesar 37,5 kg. "¡Esto es una temperatura, no un peso!", le decía el médico para hacerla reaccionar. "La apnea me ha ayudado a lidiar con la muerte de mi padre y con la crianza en solitario de Lea [su hija]. Ella siempre ha sido una niña muy buena, pero al final yo estaba aguantando muchas cosas que me estaban provocando una ansiedad y un estrés que no sabía cómo gestionar. La situación me estaba consumiendo. En los últimos meses de vida mi padre estaba muy enfermo, fueron unos ocho meses con diálisis, se operó del ojo, mucha medicación... Yo estaba al cargo de mi padre y de mi hija. Fue muy duro", reflexiona con los ojos húmedos. Los recuerdos de esos días se hacen difíciles de pronunciar.
El mar, un lugar seguro
El instinto maternal siempre ha estado vivo dentro de Laia. Quería ser madre y, después de vivir una bonita historia de amor en el Pirineu catalán, se quedó embarazada. "El padre en su día no quiso tener ninguna responsabilidad ni formar parte de la vida de mi hija, pero accedió a que yo me quedara embarazada", reconoce. "El primer año de vida de mi hija no fue fácil. La lactancia, trabajar... Para mí no tenía ningún sentido dejarla 4 meses después de nacer. Es antinatural pasarte horas en la oficina cuando tienes a tu bebé lactante en casa, no tiene ningún sentido. Fue cuando me dieron la baja, pero al cabo de poco tiempo pedí el alta para poder marcharme a la India con mi hija. Necesitaba un cambio de vida, volver a conectar conmigo misma".
En la India reconectó y, al volver, hizo un curso de apnea deportiva que le abrió un nuevo mundo. Cuando volvió a entrar en el agua, ya no quiso salir más. "Te renueva y entras en una dimensión totalmente diferente: ingravidez, fluir, hay otros sueños, otros colores, otras formas de vida... Es una evasión total. A mí me ayuda mucho a centrar la mente, a tener una perspectiva diferente". Su estilo de vida cambió cuando se mudó a Tenerife a raíz del Campeonato de España de apnea. "Enseguida encontré mi casa, que es una pequeña cueva en la playa pegada al mar en Boca Cangrejo. El universo me estaba diciendo que me quedara".
En la apnea deportiva, la técnica es tan importante como la calma. "Mi cabeza está muy concentrada una vez me sumerjo. Tienes que estar muy concentrada y muy relajada a la vez, cosa que te lleva a lo que denominamos estado de flow", analiza la deportista, que rechaza la idea de que sea un deporte peligroso. "Muchas veces perdemos la noción del tiempo y por eso tenemos que estar pendientes y ser conscientes de las alarmas naturales del propio cuerpo, como las contracciones del diafragma. Esto, sin embargo, no es una falta de oxígeno, sino que es un exceso de dióxido de carbono. Sabemos que cuando tú tienes la primera contracción del diafragma, todavía te queda oxígeno para el doble de tiempo que has aguantado". Este año, Sopeña ha ganado el campeonato de España con un récord nacional de 77 metros, se ha colgado la medalla de plata en la Copa del Mundo con 81 metros (nuevo récord estatal) y ha entrado en el Top 6 mundial.
La boya marca el lugar en el que empieza la inmersión. Después de calmar la mente y retener aire en los pulmones, Laia se da la vuelta, totalmente cabeza abajo como una sirena, para ir descendiendo enganchada a la cuerda que le marca el camino. Lo hace con los ojos cerrados, sintiendo como el agua salada le acaricia la cara. Cada diez metros encuentra una marca que la alienta a seguir bajando. Esta vez ha sido a los 82 metros y medio donde ha decidido dar media vuelta y empezar a subir lentamente a la superficie. "Es como volar dentro del agua", dice.