¿Qué curiosa historia esconde el estampado de puntitos?
Últimamente, los puntitos o lunas están de moda, pero como siempre ocurre en el campo de las tendencias vivimos enganchados a una noria que no para de girar sobre el mismo eje, condenadas a descubrir el Mediterráneo por enésima vez. Si bien los piquetes en moda son de rabiosa actualidad, estamos ante una tendencia con siglos de antigüedad.
Mientras que España se habla de topes y en Cataluña de piquetes o puntitos, en países de habla inglesa se llaman polka dots. La razón es que este baile fue muy popular en el siglo XIX y, en consecuencia, muchas cosas del momento recibían el nombre de polka a pesar de no tener relación alguna, simplemente como estrategia comercial. De hecho, es un estampado estrechamente ligado a la Revolución Industrial porque antes los métodos artesanales no eran suficientemente sofisticados para conseguir círculos perfectos distribuidos simétricamente. La primera vez que se mencionan los polka dots fue en 1857 en Godey's Lady's Book, una revista femenina muy popular en Estados Unidos, considerada una guía cultural y estética de la burguesía norteamericana, la cual contribuyó a que este motivo se convirtiera en uno de los más deseados de la época.
Se han encontrado tejidos ornamentados con pequeños círculos irregulares anteriores al siglo XIX, pero no eran sino motivos marginales que nunca se popularizaron debido a que se asociaban a enfermedades tan temidas como la peste, la viruela y la lepra. Lo explica el historiador Michel Pastoureau en el libro Le petit livre des couleurs (2005), donde narra cómo los estampados de puntitos se evitaron deliberadamente en la indumentaria medieval porque eran leídos como signos corporales de falta de salud, así como de desorden moral y social por la irregularidad de los puntos. Únicamente algunos grupos marginados, como los lindos, los artistas ambulantes y grupos étnicos minoritarios, podían lucir ese estampado sin que les pesara la connotación negativa. Habrá que esperar hasta mediados del siglo XVIII para que empiece a cambiar la concepción de las lunas y que en Suiza se creen los dotted Swiss, que consistían en unos piquetes bordados artesanales de alta gama que aportaban textura y volumen a tejidos muy ligeros y transparentes de algodón. A partir de ahí, se produjo la mecanización del proceso de producción de los picos, tanto tejidos como estampados, y se logró que ya fueran regulares y geométricos.
La moda de los polka dots de Europa llegó a España y los topes —o en este caso lunares— pasaron a asociarse a otro baile, el flamenco: entraron a formar parte de la indumentaria flamenca a partir de 1847, porque intensificaban visualmente el dinamismo del baile y ayudaban a remarcar el movimiento, aparte del contraste cromático que generaban en el escenario. Además, en el folclore andaluz se creía que los puntos circulares tenían propiedades de buena suerte y protegían del dolor de ojo.
Desde entonces, los picos han vivido reavivamientos importantes, como por ejemplo en los años 50 como símbolo de alegría y recuperación después de la Segunda Guerra Mundial. Entre las claras impulsoras estaban Ava Gardner, Marilyn Monroe y Brigitte Bardot, paralelamente a que figuras como Cristóbal Balenciaga les reinterpretara y les hiciera transitar del folclore castizo al prestigio elitista de la alta costura.
Los picos han continuado evolucionando en su semántica como es el caso del mundo del arte, desde el puntillismo de Georges Seurat a las referencias del cómic pop de Roy Lichtenstein, pasando por Damien Hirst y Yayoi Kusama. Además, también han vestido iconos tan populares como Julia Roberts en Pretty woman, la princesa Diana (seguida por Kate Middleton) y el cantante Prince como desafío a la masculinidad normativa, lo que les ha ayudado a convertirse en uno de los motivos ornamentales más universales de la moda.