Escultores de gigantes: "Cuando entregas la figura, es como si se marchara un hijo"
Entramos en tres de los talleres donde se construye la imaginería festiva de Cataluña
Granollers / SolsonaLa plaza mayor está llena hasta los topes. Grallas y timbales anuncian el inicio de fiestas. Y la expectación es máxima: un nuevo gigante, un enano o un dragón de fuego bailarán por primera vez frente a los vecinos. Entre los ojos que observan la escena, unos especialmente emocionados. Ya saben qué figura aparecerá: conocen sus tamaños, el relieve, los colores y el tejido del vestido. Unos ojos que podrían ser los de Ramon Aumedes, Sessa Casserras o Pau Reig, tres de la veintena de constructores de imaginería festiva que hay en Catalunya. El ARA ha visitado sus talleres para descubrir quiénes son y cómo trabajan los padres y madres de los más de 5.000 gigantes, 20.000 cabezudos y 10.000 figuras de bestiario que encontramos en todo el país. Un trabajo a caballo entre la artesanía y el arte.
La primera parada está en el Taller Sarandaca, en Granollers. Nos recibe el escultor y pintor Ramon Aumedes, salpicado de barro y pintura. Se le intuyen ganas de explicar el trabajo al que ha dedicado 41 de sus 75 años. Y enseguida vemos una buena muestra: decenas de cabezudos llenan las paredes hasta el techo del taller. Son réplicas de encargos pasados. "Cuando no había internet nos servían de catálogo", explica. Ahora todo el mundo ve su trabajo en las redes y por eso extrema el secreto profesional: "Estos gigantes no se pueden fotografiar, todavía no se han estrenado". Justo al lado, el busto de una gigante que será para el pueblo de Seva. Espátula en mano, el artista le perfila el rostro de barro mientras repasa la historia del taller.
El vínculo de Aumedes con la cultura popular no se entendería sin su infancia en Guissona, donde su padre recuperó las tradiciones que la Guerra Civil había enterrado, y tampoco sin el propósito de pequeño: "Cuando sea mayor, haré un gigante". El espíritu creativo le llevaría a estudiar dibujo y bellas artes ya trabajar para varios escultores. Y en 1984, cuando casi había olvidado ese deseo de niño, todo confluyó: "Con la familia nos habíamos mudado a Canovelles y organizamos la fiesta del barrio. Yo tenía la obsesión de hacerme un autorretrato y decidí que me lo haría en gigante", explica.
"Todos los gigantes que hago son el retrato de alguien"
La figura a imagen y semejanza del joven Aumedes, ahora visible en un extremo del taller, tuvo éxito más allá del pueblo. Y tres años después le hicieron un primer encargo: rehacer a los gigantes de Granollers. "A partir de ahí fue un boca a boca —explica— Vinieron los de la Garriga, los de Montornès…" Ahora Aumedes ya lleva hechos unos 300 gigantes, unos ochenta bestias y más de 500 renacuajos. Encargos ha recibido de toda Cataluña, pero también de España, Estados Unidos, América Latina y Singapur.
A lo largo de cuatro décadas ha mantenido la misma técnica para crear las figuras. Una vez moldeadas con barro, Aumedes y su hijo Pol —que tiene 45 años y también trabaja en el taller— las enojan para hacer un molde, que queda en negativo. El molde lo llenan con capas de fibra de vidrio y resina de poliéster. Y así con todas las partes, que se van uniendo hasta completar la figura, que irá sobre un caballete de madera. Finalmente hay que pintarla y, en su caso, confeccionar su vestuario, del que se ocupan la mujer de Aumedes, Francina Morell (73), y su hija Mar (39), que es diseñadora.
El proceso suele durar entre un mes y medio y tres meses. Y todas las figuras, como la primera creación de Aumedes, son el retrato de alguien. "Si no coges un modelo haces caras que no tienen vida", explica el artista, que busca la inspiración en su entorno: "Tengo nueve hermanos, y cuatro o cinco los he hecho en gigante. La hija está en Sant Andreu de la Barca, la mujer de Pol estará en Seva… Y también he hecho amigos", dice riendo. "A menudo no es el retrato exacto, pero tomas el carácter o la mirada", aclara.
Actualmente, como en el Sarandaca, gran parte de la imaginería festiva se construye con fibra de vidrio. Pero este material no llegó al sector hasta los años 70 del siglo pasado, más de quinientos años después de la primera referencia de un gigante en Cataluña (y en todo el mundo), que data de 1424. Hasta entonces, explica el experto en cultura popular Jan Grau, los constructores utilizaban el cuero hervido aplicado sobre mimbre, la madera o el corcho. Y hacia 1600 llegaría el cartón piedra, material que todavía hoy utilizan algunos talleres.
La casa donde nacieron los Gigantes del Pi
Uno de ellos es el Casserras de Solsona, con siete décadas de historia y un historial de más de 300 figuras. Viajamos para conocer a Sessa Casserras, de 34 años. Lidera el taller que su abuelo, Manel Casserras i Boix, y su padre, Manel Casserras i Solé, consagraron como referente en la construcción de imaginería festiva. Entrar en este espacio es realizar un viaje en el tiempo. Las fotografías históricas en las paredes muestran las creaciones más emblemáticas de la familia. Han firmado muchas de las figuras de la Fiesta Mayor y del Carnaval de Solsona, pero también la Mulassa, el León o el Toro de Barcelona y los icónicos Gigantes del Pi.
Una de las imágenes más sorprendentes muestra a Casserras y Boix (el abuelo) en plena reconstrucción en 1960 del Mustafà, desnudo y sin su característico turbante, y Elisenda, con la cabeza rapada. Instantáneas como ésta explican el paso adelante que Sessa Casserras dio en el 2015, cuando murió su padre: aparcó su carrera como biotecnóloga, se graduó en conservación y restauración de bienes culturales y se puso al frente del taller. "Quiero conservar la obra de mi abuelo y mi padre y la imaginería festiva más antigua de Catalunya tal y como se merece", expone.
La restauración de figuras ocupa gran parte de su tiempo, sobre todo antes de fiestas mayores o encuentros gigantes. "Cada vez se hacen más y hay muchas caídas", explica. Sin embargo, ninguna reparación ha recibido tanta atención mediática como la del año pasado de los Gigantes del Pi, antes de un encuentro en Barcelona. En el taller, convertido en UCI exprés, se hacían conexiones en directo. "Parecía que no hubiera más noticias", ironiza Casserras. "Teníamos una semana y la gigante estaba muy estropeada, pero lo hicimos".
Casserras trabaja junto a su compañero, Ferran Fontelles, de 37 años. Ambos se afanan por mantener las técnicas que definen la "marca Casserras" desde 1956. Y nos lo cuentan con un gigante a medias para la población de Navàs. El modelado con barro y el enyesado ha sido el mismo que hemos visto en Granollers, pero el molde lo han llenado con cartón piedra. Después han estucado la figura con yeso y pegamento de conejo y finalmente le aplicarán la policromía con pintura al óleo y pigmentos. El proceso, que puede alargarse hasta medio año, culmina con los ojos de cristal que ponen a todos los gigantes. Todo ello con "materiales que se han ido perdiendo" y que –defiende Casserras– permiten una "mejor recuperación" de las figuras dañadas.
De reyes a figuras populares
La mayor parte de sus clientes son grupos de cultura popular o ayuntamientos, y todo encargo comienza en la mesa de dibujo. Allí se agolpan los papeles con bocetos, propuestas de vestuario y proporciones. Uno de los pasos más importantes es ajustar los encargos a su entorno: "Los gigantes más urbanos pueden medir hasta cuatro metros, pero en un pueblo medieval no pasarían por ningún balcón", explica Fontelles. Si las figuras tienen connotación histórica, también es necesario realizar un proceso de documentación.
Casserras atestigua cómo han cambiado el tipo de gigantes a lo largo de los años: de las figuras "majestuosas" de reyes y nobles a representaciones "más populares", basadas en leyendas, oficios o personajes de pueblos y ciudades. Este cambio de tendencia coincidió con el boom en la creación de imaginería que se produjo en los 80, con el fin del franquismo y la recuperación de calles y fiestas. También fue entonces cuando el padre de Casserras introdujo en Solsona la figura del "gigante loco", con un aspecto caricaturesco y desenfadado que ahora se replica por todo el país.
En los últimos años también se han disparado los encargos de gigantes y bestias infantiles y el de renacuajos con motivo de homenaje. Al Sarandaca le llegan muchos de estos encargos, también de particulares. Uno de los últimos renacuajos que ha hecho Aumedes es el del cómic Andreu Buenafuente, al que le regalaron la pieza por los 60 años. Y hace tiempo también hizo uno con la cara del político Josep Lluís Carod-Rovira, con el que se amenizaban los mítines en la época del tripartito. "A todo el mundo le digo: ¡cuidado, que esto en un piso ocupa mucho!", dice.
Los primeros renacuajos, a los 3 años
La comunicación con los clientes es clave, y esta idea resuena en el tercer taller que visitamos. A cinco kilómetros del Casserras, en las afueras de Solsona, hay una antigua granja en medio de campos. Pau Reig nos espera a las puertas de la nave que su abuelo utilizaba de granero, donde ha instalado su taller. Tiene 27 años, hace seis que se dedica profesionalmente a la imaginería y desborda pasión por la cultura popular. Así describe su proceso creativo: "Me encanta que las peñas vengan al taller y hacer el proyecto desde el acompañamiento. A veces no es tan importante un acabado como hacerlo juntos".
Ya ha construido más de una treintena de piezas, sobre todo de bestiario. Y trabaja con fibra de vidrio, aunque para los gigantes opta por el cartón piedra. No en vano, los Casserras son uno de sus referentes: "Manel, el padre de Sessa, para mí era como Leo Messi", confiesa. Reig ya construía renacuajos con tres años, y poco después pasó a hacer gigantescos con su hermano. "La abuela nos cosía el vestido y el abuelo hacía el caballete de madera", recuerda. A los 17 años ya construyó la primera bestia, Fénix que ahora preside la entrada del taller.
"Practicar, practicar y practicar" le ha permitido dedicarse a lo que le gusta. Pero también ha realizado cursos específicos de imaginería -en Cataluña no hay formación reglada- y ha estudiado bellas artes y conservación y restauración. El trabajo final de grado fue el primer encargo profesional: la construcción del Voliak de Oliana, un murciélago de fuego de más de tres metros de altura. Y uno de los últimos ha sido el jefe de la abeja que Manchester, ciudad invitada en la Mercè 2025, lució en las calles de Barcelona. Ver al joven escultor poner y quitar barro es hipnótico: da un paso atrás para observar la figura y vuelve a la carga. "Me gusta dejarme llevar", admite.
"Son como los artistas renacentistas"
Tanto él como Casserras y Aumedes defienden el carácter artístico de su trabajo y sus figuras como obras de arte. "A mi padre le gustaba reivindicar que somos escultores. Al final, la pieza que moldeamos podría traducirse a bronce oa madera", dice Casserras. El experto Jan Grau constata que el ramo artístico ha "despreciado" a los constructores de gigantes y destaca que "son más que escultores". "No solo plasman en una escultura lo que les piden, sino que equilibran al gigante, buscan la ropa… Son como los artistas renacentistas, que hacían de todo".
De profesionales dedicados a la imaginería festiva hay una veintena en Cataluña. Hasta hace poco se sufría por la falta de relevo, pero el sector ha dado en los últimos años la bienvenida a una nueva hornada de jóvenes creadores, como es el caso de Reig. No es fácil empezar, pero a los talleres que hemos visitado no les falta trabajo y se pueden dedicar en exclusiva. La horquilla de precios de las figuras es muy amplia: de los 6.000 a los 14.000 euros por los gigantes, de los 8.000 a los 15.000 por las bestias y de los 2.000 a los 4.000 por los renacuajos.
Antes de despedirnos les preguntamos cuál es su creación favorita, pero no recibimos una respuesta clara. Aumedes explica el motivo: "Cuando entregas la figura, es como si se marchara un hijo". Y esto nos devuelve a esa plaza mayor llena hasta los topes. "Cuando salen las figuras, dejan de ser hijos tuyos, toman vida y pasan a formar parte del pueblo", dice Reig. Y entonces, añade, pierde importancia quien las ha construido y gana su identificación de la gente: "No es solo la escultura, es la música, la coreografía, las calles por donde pasa, el olor a pólvora", expone. "Para mí, ésta es la esencia de construir gigantes y de la cultura popular".