¿Necesitas una peluca para el pubis?
La marca Skims de Kim Kardashian es un claro ejemplo de estrategia para generar alboroto y escándalo –no sólo por vender, sino porque se hable del producto, aunque sea por rechazo–, con demasiada frecuencia en contra de las grandes conquistas feministas. En el pasado ya lo consiguió con las fajas moldeadoras, la banda de compresión facial o el sujetador con pezones, y ahora le toca el turno a un tanga muy especial: diminuto, de malla transparente y con pelo artificial que simula un pubis poblado. Está disponible en doce tonos diferentes, y su anuncio asegura que "tu alfombra puede ser del color que quieras". Esta pieza, de hecho, no es nueva: recupera una idea que John Galliano desarrolló magistralmente para Maison Margiela en el 2024, que a su vez tiene antecedentes en las propuestas reivindicativas de Jean Paul Gaultier y Vivienne Westwood. Sin ganas de hacerle el juego a Kardashian ni alimentar la polémica, este lanzamiento es una oportunidad para hablar de la peluca púbica (merkin en inglés o bisoñé en nuestro imaginario popular), que ha tenido un discreto pero relevante protagonismo a lo largo de la historia.
En el arte, las representaciones femeninas casi nunca mostraban pelo público, por convenciones morales y religiosas. El pelo corporal se ha asociado al mundo humano y mortal, mientras que las divinidades aparecen rasuradas e intocables, ya que la carencia de pelo simbolizaba inocencia, juventud y pureza. Durante el Barroco y el Rococó, algunas representaciones eróticas o cortesanas sugerían pubis con pelo, pero de forma parcial y estética, a menudo geométrica. No será hasta El Origine du monde (1866), de Gustave Courbet, que ese ideal se rompe: el cuerpo femenino se muestra real, sexual y humano, sin decoración ni idealización. Sin embargo, este tipo de representaciones eran sólo visibles en contextos privados o pornográficos, nunca en arte académico o religioso, y habrá que esperar hasta las décadas de 1970 y 80 para que artistas como Carolee Schneemann o Lynda Benglis impulsen el gran cambio social, con la libertad sexual y la reivindicación del realismo corporal.
El pelo público también ha tenido un papel como fetiche sexual y herramienta de seducción. Madame du Barry, amante de Luis XV, tras sufrir una violación por parte de su cuñado, perdió el pelo púbico y recurrió al peluquero real Leonard para restaurarlo. Seis semanas después, con la zona restablecida y poblada, pudo reanudar los encuentros íntimos con el rey sin riesgo de decepcionarle. Madame du Barry, así como otras cortesanas y prostitutas de la época, utilizaban pelucas públicas para disimular calvicias provocadas por enfermedades venéreas, decoradas según las modas rococó.
Hollywood introdujo el uso habitual de merkins para proteger la intimidad de las actrices y cumplir con las restricciones del código Hays. Aún hoy, estas pelucas se utilizan en el cine para mantener la veracidad histórica y cubrir marcas de depilación parcial o "imperfecciones" en escenas de nudo. Films como El lobo de Wall Street, El lector o Juego de truenos han utilizado, y Hollywood cuenta con diseñadores especializados en esta minuciosa artesanía, que crean merkins adaptados a cada actriz, reproduciendo estilos históricos, como los frondosos pubis de los siglos XVII-XVIII, sin romper la narrativa cinematográfica.
Aunque el tanga de Kardashian es más marketing que reivindicación, pone de manifiesto cómo el control sobre el pelo corporal ha sido, a lo largo de la historia, un instrumento tanto de subyugación como de emancipación femenina. Tanto el pelo generoso en el pubis de los 80 como la ausencia total a principios de los 2000 fueron dictados, en buena parte, por la influencia de la pornografía y, por tanto, por las preferencias sexuales masculinas. Es interesante pues que el pelo de esta zona deje de ser determinado por el deseo ajeno y se considere simplemente un mecanismo corporal fundamental para la salud íntima.