Obra del artista.
29/09/2025
3 min

El filósofo Martin Heidegger produjo una distinción muy fértil entre miedo y angustia que está plenamente vigente. El miedo tiene siempre un objeto concreto que amenaza la realización de nuestros proyectos (y aquí "proyectos" puede querer decir, simplemente, seguir vivo); en cambio, la angustia no tiene ningún objeto concreto, porque es justamente la imposibilidad de implicarse emocionalmente en ningún proyecto, la inquietud que se manifiesta cuando nos damos cuenta de que no hay una cimentación última detrás de nada y estamos solos ante el precipicio de la elección libre. ¿Qué es más propio de internet: el miedo o la angustia?

De entrada, el internet tal y como está diseñado hoy, propiedad de empresas privadas e impulsado por la lógica de los algoritmos, parece el imperio perfecto para el miedo. Como la mejor manera de captar la atención y, por lo tanto, de generar dinero, es exponernos a impactos emocionales, y como los algoritmos son insuperables detectando qué nos atrapa y qué no, internet desencadena una carrera de armas sin freno. Es la multiplicación exponencial de un problema político que ya conocemos desde los clásicos, que es la sublimidad de las imágenes. El primero en hablar de lo sublime fue el filósofo del siglo XVIII Edmund Burke, que ponía como ejemplo las ejecuciones públicas. El problema, decía Burke, es que ese tipo de escenificaciones son tan impactantes que generan "una mezcla de miedo y fascinación" que va más allá del hecho empírico que documenta la imagen. Así, Burke explica cómo el poder utiliza las imágenes sublimes para cortocircuitar nuestra capacidad de análisis racional de los hechos y generar confusión y sumisión. Desde Burke hasta el análisis de Susan Sontag de cómo la Guerra del Golfo fue televisada sabemos que tenemos que sospechar del poder de manipulación de las imágenes fuertes.

Sin embargo, la otra característica del internet actual es su falta radical de contexto y credibilidad. Lo que es propio de Twitter, TikTok e Instagram es que un vídeo sorprendente de Gaza te aparece junto a la fotografía de un gatito, que luego viene seguida de una nota de la comunidad que te avisa de que una imagen que te gustó ayer resulta que había sido generada con la inteligencia artificial, y todo ello en un mar de cuentas anónimas. Visto así, internet se parece mucho más a un infierno de angustia heideggeriana en el que nada parece tener fundamento último y solo podemos someternos a un estado de desconfianza y apatía. Y esta ha sido también una crítica tradicional de los estudiosos de los medios ya desde la radio y la televisión: la dificultad de juzgar qué importa y qué no cuando nos saturan impactos sin contexto. Abandonarse al flujo infinito que nos suministran nuestros móviles es una vía rápida para una crisis de angustia.

Según Heidegger, no todo en la angustia es negativo. Justamente porque el sentimiento nos sobreviene como una ruptura con la implicación cotidiana con las cosas, el filósofo nos dice que la angustia tiene la capacidad de despertarnos ante nuestra libertad y responsabilidad ineludibles. Y a mí me parece que, en el mundo de las pantallas, después de unos años en los que el bombardeo de imágenes sublimes nos ha mantenido atemorizados y en shock, ahora estamos entrando en un episodio de angustia y desencanto que está moviendo a mucha gente, especialmente a los mismos jóvenes que hasta ahora estaban totalmente atrapados, hacia el convencimiento de que algo falla en el internet actual. El internet angustioso está acechado de un dolor latente y triste, pero hay una lucidez crítica que no teníamos en la fase del romance, como si cada vez hubiera más implicación en nuestra percepción, como diría Antoni Muntadas.

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