Racismo

"Como marroquí, a partir de ahora, te sentirás señalado"

Los jóvenes hijos de familias magrebíes que viven en Torre Pacheco luchan por tener una identidad y un futuro mejor que sus padres

Vecinos del barrio de Sant Antoni en Torre Pacheco toman té en la calle
Racismo
19/07/2025
7 min

Torre Pacheco (Murcia)Quieren ser de algún sitio, tener una identidad, pero no les dejan. Ni allí ni aquí. No son españoles, tampoco marroquíes. Algunos se marcharon hace muchos años de su país. O bien sus padres decidieron cruzar el estrecho de Gibraltar, y ya nacieron en España, o ellos mismos cuando ya eran adolescentes aterrizaron en la vasta explanada murciana. Por eso deben reivindicar siempre sus orígenes y sus raíces, porque sienten que no les han permitido abrazar la identidad del país que les ha acogido.

Durante la infancia, en la escuela, aunque hablen árabe en casa, pueden convivir de igual a igual con el resto de compañeros. Todos son niños. Sin embargo, cuando llega la adolescencia todo cambia: aparece el racismo, el ser diferente, los propios límites que imponen algunas familias magrebíes, y cada día les recuerdan que no son de aquí.

Es el caso de uno de los chicos que camina por el centro de Torre Pacheco bajo el inclemente sol murciano de julio. "¿De dónde eres?", le pregunta el periodista. "Soy español", responde con naturalidad. Sin embargo, después de un par de segundos de silencio, entiende que debe añadir algo: "Mis padres son de Marruecos". Este niño, nacido en el barrio de San Antonio de Torre Pacheco, escolarizado en el sistema educativo español, comienza a entender las diferencias entre unos y otros, entre él y el niño que nació unas calles más allá, fuera del barrio en el que vive la mayoría de la población magrebí. Durante la infancia no captó que era diferente, pero, de repente, en la adolescencia, la percepción cambia.

Niños que salen a defenderse

Durante la última semana, a raíz de la agresión a un hombre de 68 años y de la irrupción de grupos ultras que durante las noches salían a la cacería del inmigrante, unos sesenta adolescentes de Torre Pacheco, todos ellos miembros de la comunidad magrebí, se organizaron para defender el barrio. Este grupo son una pequeña muestra, los más beligerantes, de una generación de jóvenes que busca su espacio en este municipio murciano de 41.000 habitantes –en el año 1993 eran 17.738–, con un 30% de inmigración y un 20% de abandono escolar, y donde sus habitantes se dedican sobre todo al sector agrícola.

Vecinas del barrio de San Antonio en Torre Pacheco paseando por las calles en las que hubo disturbios días atrás.
Agentes de la Guardia Civil patrullando por el barrio de San Antonio de Torre Pacheco.

"Son niños, no piensan lo que hacen", resume Abdolali, un comerciante que se erigió en portavoz de la comunidad durante los incidentes en el barrio. Él llegó en 1998 a España, y tiene varios comercios, uno de ellos en la plaza que separa San Antonio del resto del municipio: una frontera invisible durante años entre dos realidades opuestas. Abdolali, como muchos de sus compatriotas, muestra la fricción y a la vez atracción permanente entre las dos identidades. En la trastienda de su comercio destacan la bandera de España y la de Marruecos; en el escaparate, las camisetas de ambas selecciones bien visibles, y la de Lamine Yamal, ejemplo de la integración de ambas comunidades. Abdolali no deja de repetir la frase que más se escucha en Torre Pacheco estos días: "Solo queremos trabajar". Y una segunda premisa que también necesita reivindicar cada vez que le detiene un periodista: "Yo también soy español". Este comerciante cree que los jóvenes se rebelan contra la agresión externa por una cuestión de edad, y que cuando les pase la efervescencia propia de la adolescencia, harán como el resto de la comunidad magrebí, que lo mira atentamente desde las esquinas, expectante ante el revuelo, y suplicando que la Guardia Civil rebaje la tensión. "Cuando mi sobrino cumplió los dieciocho, le dije: «Se acabaron las tonterías, ahora espabila. A trabajar»", recuerda Abdolali, que rapó el pelo de su familiar para quitarle las mechas, metáfora de una etapa que acababa.

La mayoría de los jóvenes que salían por las noches eran estudiantes que no han cumplido ni la mayoría de edad. Muchos de ellos acuden al instituto Luis Manzanares. En el grupo no hay menores no acompañados –un colectivo muy señalado por la extrema derecha–, sino que todos los chicos tienen familia y viven en casas de una o dos plantas, muy viejas y degradadas, que dominan San Antonio. Es una postal de otra época.

Racismo contra los magrebíes

Víctor y Maria Ángel tienen 14 años y comparten instituto con muchos de los chicos que, con la cara oculta y palos en las manos, salían para hacer frente a los ultras. Ambos nacieron en Ecuador. "Les conocemos, son buena gente, solo se defienden si les atacan", argumenta él, que llegó a España con cinco años. Víctor tiene claro que el trato hacia él es muy distinto al que reciben sus compañeros magrebíes: "A los latinos no nos hacen nada, hay más racismo contra ellos".

Todos los chicos lo confirman. Yassin tiene 17 años. Con seis, llegó desde Marrakech a Roldán, y hace dos años que reside en Torre Pacheco, por donde se mueve arriba y abajo con su inseparable patinete y su gorra Adidas. En sexto de primaria ya recibió sus primeros ataques. "Vete a tu país", le decían con desprecio los compañeros de clase. Cuando se llevaba a su hermano pequeño a un parque de al lado de casa, en el límite de San Antonio, algunos vecinos no les dejaban jugar y les hacían marchar. Racismo inocente en clase, odio de los más veteranos. Uno ancianete, como él le llama, le espetó un "a hablar en prisión" mientras charlaba tranquilamente con un amigo delante de casa. Aunque los chicos que protestan son de su edad, él no quiere problemas. Con 15 años perdió a su padre y siente la responsabilidad que ello conlleva. "Son niños de 16 a 18 años, y tienen una mezcla de rabia y frustración", concluye. Yassin sabe que los hechos que han dinamitado su pueblo durante los últimos días tendrán consecuencias graves para la convivencia pacífica que había en Torre Pacheco hasta ahora. Nada volverá a ser igual: "Como marroquí, a partir de ahora, te sentirás señalado. Irás en el bus y te mirarán".

¿Existe futuro en una sociedad con heridas tan profundas? Los jóvenes creen que, a pesar de todo, hay esperanza.

A las doce del mediodía de un día laborable, tres chicos están sentados en uno de los bancos de la plaza Sánchez Raspinegro, epicentro de San Antonio, y donde se agrupan por la noche los chicos magrebíes. Solo uno de ellos, Wail, estuvo de madrugada jugando al juego del gato y el ratón con la policía, reclamando justicia por los ataques contra su gente por parte de los grupúsculos ultras. Tiene 18 años y hace tercero de ESO. Así como Sophien y Monkasier, sus dos compañeros más jóvenes, entran en la conversación y aseguran con firmeza que "por supuesto que hay futuro" para los chicos como ellos, Wail, con el rostro cansado por una noche movida, solo ríe con tono burlón. Sus amigos quieren estudiar informática y electricidad, a él, en cambio, le da todo igual. "Yo solo quiero trabajar", dice resignado, sin anhelos ni sueños de futuro.

El futuro que tendrán

Rayan tiene 14 años y "siempre" ha sufrido racismo. Pasea por el centro de la ciudad, fuera de los límites de San Antonio, con su camiseta de Cristiano Ronaldo del Al Nassr. Pese a ser del Barça. Hace tercero de ESO en Luis Manzanares y tiene claro que quiere estudiar mecánica. Recuerda que su padre llegó con patera hace más de dos décadas, y que él ha podido ir a la escuela y plantearse un mañana brillante: "Voy a vivir mejor que mis padres". Eso sí, deja la puerta abierta a encontrar un futuro lejos de Torre Pacheco: "Hay futuro, pero no sé si en España, quizá me voy a Alemania u otro país cuando sea mayor".

"Los chicos que salen a protestar creen que hay futuro, pero si las cosas siguen así, la vida quizás sea peor que la generación de mis padres", relata otro chico, de 18 años. Él, a diferencia de Rayan, cree que vivirá "peor" que sus progenitores porque antes era más fácil conseguir una vivienda que ahora.

Unos padres que asumieron los trabajos más precarios, sobre todo en el sector agrícola. Javier lo resumía a la perfección mientras charlaba con Juana y Manoli –dos abuelas del barrio– sobre la transformación de San Antonio y la buena convivencia con la población magrebí: "Si no fuera por ellos, no habría campo. Nosotros ya no queremos trabajar". Los datos le avalan. La economía de la Región de Murcia se sostiene gracias a quienes han venido de fuera, puesto que en los últimos cuatro años, el 54% de los puestos de trabajo creados fueron cubiertos por personas inmigrantes.

Los españoles no quieren ir al campo. Pero, ¿y los jóvenes hijos de inmigrantes? Todos ellos quieren estudiar mecánica, informática, electricidad o ser monitores deportivos. En esta misma línea se expresaba hace unos días en el ARA el sociólogo y profesor de la Universidad de Murcia, Andres Pedreño, que considera que las nuevas generaciones "ya no quieren trabajar en los mismos trabajos que sus padres y madres" porque "se resisten a aceptar la precariedad" del campo.

Carteles de colectivos contra la inmigración que apoyaron las concentraciones en repulsa de la agresión al anciano en Torre Pacheco.

Entre la comunidad magrebí hay consenso a la hora de señalar a aquellos que no quieren trabajar. Ese discurso está muy interiorizado. Saben que si se ganan la vida bien y hacen la suya no tendrán problemas, al menos de convivencia. "Hay chicos de Marruecos que no hacen nada, que se pasan el día en la cafetería o fumando. A los que no quieren trabajar, tienen que devolverlos a su país", asegura Riad, un chico de 21 años de origen marroquí que vive en Jaén, a pesar de haber nacido en Torre Pacheco, y que trabaja de tractorista en una empresa frutícola.

Cerca de Riad, Mohamed observa los diez coches de la Guardia Civil que preparan el dispositivo nocturno para evitar altercados. La convocatoria ultra de la tarde ha fracasado, solo doscientas personas se han reunido frente al Ayuntamiento. Su hijo, Rayan, responde un par de preguntas a unos periodistas franceses de TF1. Tiene 15 años, nació en Torre Pacheco y conoce a los chicos que por las noches salen a protestar. "Algunos no van a la escuela, se quedan en la calle", lamenta. Él, en cambio, está convencido de que gracias a la educación que recibe podrá tener mejor vida que su padre –Mohamed asiente y recuerda que ahora los jóvenes "tienen de todo"– y cumplir su sueño de futuro: ser Guardia Civil.

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