Comercio exterior

La guerra comercial llega a Europa (y viene cargada de malas noticias)

Los aranceles cruzados entre la UE y China llegan en un marco de desconfianza política y crecimiento del populismo

BarcelonaEl dogma del libre comercio hace aguas. Después de años de laissez faire, vuelven los aranceles. Con la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos, Washington abrió varias disputas comerciales con China que Joe Biden no ha hecho más que incrementar. La Unión Europea se ha acabado añadiendo: los últimos damnificados, los productores de carne de cerdo europeos (el porcino es un sector muy potente en Catalunya), víctimas colaterales de una nueva escalada arancelaria entre Pekín y Bruselas que también ha afectado al coñac francés y los coches de lujo por la banda europea, y los vehículos eléctricos, la vainilla o las tuberías de acero chinas. ¿Está Occidente entrando en una guerra comercial? ¿Por qué aumentan los aranceles?

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A pesar de que de momento las discusiones se centran en varios productos, las escaladas arancelarias suelen afectar a productos que nada tienen que ver con las discusiones iniciales. Esto amplía los sectores afectados, y acaban suponiendo una generalización de las barreras comerciales que deriva en costes más elevados para las empresas importadoras. Algunos expertos apuntan, de hecho, que estas tensiones comerciales derivarán en precios más altos que impedirán que la inflación vuelva a los niveles prepandemia.

Durante los últimos 40 años, el fomento del comercio libre ha sido la política preferida por las cancillerías de todo el mundo. China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 gracias al presidente estadounidense Bill Clinton, que actuó de "Cicerón", recuerda Pere Joan Plaza, profesor de la Escuela Superior de Comercio Internacional de la Pompeu Fabra (ESCI-UPF) especializado en política comercial europea. Clinton, que también fue el artífice del NAFTA (el acuerdo de libre comercio entre EE.UU., México y Canadá), era uno de los principales defensores de la teoría del desarrollo, que argumentaba que la apertura a los mercados exteriores de países en vías de desarrollo no sólo fomentaba el crecimiento, sino que acababa derivando también en reformas políticas de carácter democrático a través de la creación de una clase media, una visión compartida en toda Europa.

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"Eso en el gigante chino no se ha producido", apunta Plaza. "No ha ocurrido", añade Mark Jeffery, también profesor de ESCI-UPF especializado en derecho y política comunitarios. Por el contrario, pese al evidente desarrollo económico de la economía china, el Partido Comunista se mantiene como única formación política del país y, con Xi Jinping de presidente, ha tomado una deriva aún más autoritaria que en décadas anteriores.

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"La UE se da cuenta de que ha estado actuando con el lirio en la mano", explica Plaza, por lo que ahora intenta poner límites al libre comercio. "Ha hecho una nueva lectura en la política comercial", añade, con la introducción cada vez más insistente de "objetivos no comerciales" a los acuerdos con los que llega con terceros países, como imponer estándares de políticas laborales o de respeto a los derechos humanos. "Hay una mayor condicionalidad política", comenta.

Pese al cambio de rumbo, sin embargo, la UE siempre intenta ir "con mucho cuidado" de tener un mínimo de respeto por las normas internacionales, apunta Jeffery. Aunque las tarifas en los coches eléctricos chinos "han subido la temperatura" de las relaciones con Pekín, la política de la UE será la de "negociar" e ir "paso a paso", en la medida de lo posible manteniendo las conversaciones en el marco de la OMC. "La UE intenta mantener cierta elegancia y el discurso oficial es el de la multilateralidad, respecto a las reglas de juego y la separación de los estados para no distorsionar la competencia en los mercados internacionales", comenta Plaza.

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Justamente en esta distorsión de los mercados por las ayudas gubernamentales es donde se ha cogido ahora Bruselas para imponer los aranceles al vehículo eléctrico chino. Desde que en 2018 la agencia estatal de gestión de activos de China publicó una guía para la inversión en tecnología verde, la cantidad dedicada a este fin no ha parado de crecer y ha situado al país al frente de las inversiones verdes en planeta. En total, China destinó el pasado año 546.000 millones de dólares a inversiones en tecnología verde, desde vehículos eléctricos hasta paneles solares, pasando por la energía eólica o las baterías. Esta cifra triplica los 180.000 millones invertidos por los 27 estados de la UE y casi cuadruplica los 141.000 millones de EE.UU. A nivel industrial, en el mundo se invirtieron 79.000 millones de dólares en plantas manufactureras de bajas emisiones, el 90% de ellas en territorio chino, según un estudio de Bloomberg.

De hecho, la industria china se ha puesto las pilas en la última década y las compañías europeas lo han notado. El coche más vendido en España el pasado año fue el MG ZS, fabricado en China. Y la automoción tradicional no es el único punto en el que destaca la innovación industrial: China exportó en el 2023 430.000 coches eléctricos a la UE valorados en unos 10.000 millones de euros, más del doble que dos años atrás. De hecho, el déficit comercial europeo con el país asiático se multiplicó casi por tres entre 2013 y 2022, a pesar de moderarse hace un año.

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Dèficit comercial de la UE amb la Xina
Comerç de mercaderies. Xifres anuals en milions d’euros

Los países europeos –especialmente Alemania y Francia, los principales productores de coches del continente– se dieron cuenta de que los competidores chinos les habían cogido a contrapié, en buena parte gracias a las fuertes ayudas que reciben de las autoridades chinas, a la "falta de transparencia" y al poco respecto a la propiedad intelectual, señala Jeffery. "La industria europea quería terminar de amortizar el motor de explosión", recuerda Plaza, y se vio sobrepasada a nivel tecnológico por la china.

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La imagen que a menudo tenemos del comercio sino-europeo es que China exporta a Europa productos de bajo valor añadido, como ropa, mientras que las empresas europeas venden coches y electrodomésticos caros al gigante asiático. Y esa percepción podía ser correcta hace veinte años, pero actualmente ya no lo es. El producto chino más importado en la UE en 2022 fue equipamiento de telecomunicaciones por un valor de unos 62.000 millones de euros, seguido de aparatos eléctricos y maquinaria de procesamiento de datos. El tópico de que la industria china sólo nos vende camisetas o los bolígrafos del bazar chino de la esquina caducó hace años.

La antiglobalización gana adeptos

Más allá de las ayudas, sin embargo, hay dos corrientes de fondo que explican las crecientes tensiones comerciales de China con EEUU y la UE. Por un lado, en las economías desarrolladas, electoralmente el libre comercio permanece. Después de cuatro décadas de "hiperglobalización acelerada", con largas cadenas industriales repartidas por todo el mundo (una camiseta o un móvil pueden dar la vuelta al mundo varias veces hasta que llegan a la tienda), muchas regiones tradicionalmente industriales de Europa y EEUU vio esfumarse en pocos años su tejido industrial por culpa de las deslocalizaciones en países asiáticos o latinoamericanos.

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Esto ha tenido consecuencias sobre la población trabajadora, que ha pasado a votar en demasiados partidos populistas de izquierdas y de derechas que claman contra el libre comercio. "Son los desheredados de la globalización, gente que ha perdido su trabajo porque su empresa se ha deslocalizado", apunta Plaza. No es casualidad que los estados más desindustrializados fueran los que dieran la victoria a Trump en las presidenciales del 2016.

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Este contexto lleva a EEUU a poner freno a su política comercial, y los gobiernos europeos –donde la extrema derecha también va al alza– han tomado nota. En los últimos años la UE ha cerrado bastantes acuerdos comerciales, con países como Japón, Corea del Sur, Canadá, Sudáfrica o México. Pero no ha sido capaz de cerrar ni con EEUU ni con China. Con el primer país, las negociaciones para crear la Asociación Transatlántica por el Comercio y la Inversión (TTIP, en inglés) se detuvieron en el 2016 cuando Trump llegó a la presidencia de EE.UU. En 2019 la Comisión Europea declaró las conversaciones "obsoletas" y dio por muerte políticamente el acuerdo.

En el caso de China, la UE tiene un acuerdo global de inversiones que, aunque está redactado, nunca se ha llegado a firmar porque el Parlamento Europeo no lo ha aprobado. El siguiente paso, que sería "un gran acuerdo comercial", hoy no está sobre la mesa, explica Plaza.

Además, en el caso europeo hay una segunda corriente, en este caso geopolítico: la pandemia y la guerra con Ucrania hicieron saltar las alarmas en las capitales europeas. Con el estallido de la pandemia, en la UE "no había mascarillas", recuerda Jeffery, y se dependió de la importación de China. Posteriormente la crisis de los microchips evidenció la dependencia de Taiwán, mientras que la invasión de Ucrania supuso una crisis energética en media Europa por la dependencia del gas y el petróleo rusos. La conclusión europea fue clara: "No podemos depender sólo de un país", y eso es justamente lo que estaba empezando a ocurrir con la importación de coches eléctricos, pero también de placas solares y tecnología verde, de China, explica Jeffery .

Además, "China juega un papel muy clave en las sanciones" de Occidente contra Rusia, ya que está comprando crudo ruso y, por tanto, está ayudando a financiar la invasión de Ucrania, algo que no gusta en nada a los estados europeos ni en EE.UU.

En materia comercial, Plaza destaca que la UE actúa "con una sola voz", algo que no se produce en otros ámbitos de la política internacional, como la defensa. Esto no significa que no haya discrepancias entre gobiernos, pero al final quien tiene la última palabra es el comisario europeo. En este sentido, viendo que el signo de los tiempos viraba hacia el proteccionismo, en el 2020 la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, aprovechó la dimisión del comisario de comercio, el irlandés Phil Hogan, para otorgarle la cartera a Valdis Dombrovskis , entonces ya vicepresidente y un "peso pesado" del ejecutivo comunitario, a fin de potenciar el tema en la agenda de Bruselas.

A pesar de las tensiones, el tamaño de China y la multilateralidad de las relaciones internacionales actuales hacen que sea difícil, de momento, una ruptura total. El gobierno chino ha mantenido una posición de diálogo con la UE y Alemania, el gran exportador europeo. Por un lado, EEUU, UE y China tienen unos mercados interiores tan grandes que son muy golosos para cualquier multinacional, tenga donde tenga su sede. Por otro, el régimen chino "no es una democracia", indica Jeffery, por lo que China se sitúa como un "rival político" de EEUU y la UE –las continuas amenazas de Pekín en Taiwán, aliado norteamericano, son otro ejemplo– en un mundo cada vez más tensionado geopolíticamente. Habrá que esperar para saber si acaba prevaleciendo el interés económico o si las ambiciones territoriales pasan por delante.