El horno de Mollerussa que ha resistido más de 150 años de avatares históricos
La quinta generación del negocio levanta ahora el pie del acelerador, después de superar crisis y la competencia de las grandes áreas comerciales
MollerussaMollerussa era antiguamente un auténtico desierto. En el siglo XIX le llamaban el Clot del Demoni, porque era una caldera donde no circulaba ni una gota de agua. Prácticamente nadie quería hacerle vida. Fue la construcción del canal de Urgell y la llegada del primer riego en 1862, cuando la cosa cambió radicalmente. Las tierras se volvieron fértiles y la gente pobló la zona. Uno de esos recién llegados fue Pere Duacastella, un cerrajero de Aguilar de Segarra que inicialmente había cogido el tren para buscar fortuna en Lleida capital. Paró en Mollerussa y acabó quedando allí, atraído por la gran oportunidad que le ofrecía el nuevo emplazamiento. En 1868 abrió las puertas de un horno de pan que todavía hoy sigue en marcha.
La casa solariega de Mollerussa se conoce como Cal Pere (en honor a su fundador) y, después de cinco generaciones, todavía los herederos de hoy en día son llamados de la misma manera. El actual propietario del horno se llama Josep Guiu, su padre rebautizó el negocio como Forn de Pa Guiu, él lo trasladó a una zona de mayor actividad comercial e incorporó el servicio de cafetería hace más de veinte años. "Pero todavía ahora muchos me llaman Pedro", comenta Josep Guiu, sonriendo.
Cal Pere o Forn de Pa Guiu, da igual, ha sobrevivido los avatares de un siglo y medio de historia. No sólo marcada por una guerra civil y una dictadura austera, sino especialmente por la llegada de las grandes áreas comerciales. "Cuando empezaron a implantarse en nuestra ciudad, perdí la mitad de la clientela", asegura Guiu, que tiene ahora cincuenta y seis años. Conoció el oficio de su padre Josep Maria, quien a su vez lo aprendió de su suegro, y así hacia atrás hasta 1868.
El pan era, en tiempos del fundador, una garantía de supervivencia. El negocio siempre funcionaba, incluso terminada la guerra. Cuando el actual Guiu regresó del servicio militar con poco más de veinte años, decidió ponerse en el horno en unos tiempos en los que sólo cocían barras de kilo, medio y cuarto. En el momento de asumir el timón irrumpió el pan en los supermercados a tan sólo treinta céntimos la unidad. Un precio tanto irrisorio como imbatible. Y ante esto entendió que debía dar un giro radical. Eran tiempos en los que en Mollerussa había hasta seis panaderos. Hoy, sólo quedan dos. "Nunca hemos sido competencia entre nosotros-, asegura Guiu, -han sido las grandes superficies las que nos han acabado tumbando". Pero se ha demostrado que su supervivencia ha quedado garantizada gracias a cocer un producto de calidad. Más caro, pero más saludable. "Los que vienen a mi tienda son personas que quieren alimentarse bien y no tener problemas de digestión", indica.
"Mi padre era muy reacio a los cambios, pero para sobrevivir teníamos que hacer algo diferente", recuerda. Y entonces fue cuando empezaron a cocer pan de espelta, el integral, pan de pasas, de nueces, el pan de molde, las tortas de recauda y las dulces con chocolate. Incluso ahora vende pan de masa madre, que tuvo que aprender a realizar en un curso de formación en Barcelona. El servicio de cafetería acabó de redondear un proyecto que ha permitido mantener vivo el nombre de Guiu un buen puñado de años más. Han llegado a tener una plantilla de diez personas, entre panaderos y dependientes repartidos en dos tiendas. Pero ahora, ante el avistamiento de su jubilación y la falta de vocaciones en el horizonte (ninguno de sus tres hijos parecen interesados en tomar el relevo), ha querido levantar el pie del acelerador. Se lo toma con una serena resignación. No le da miedo convertirse en la generación que cerrará definitivamente un negocio histórico y prefiere pensar que ha estado bien mientras ha durado.
Josep Guiu aún recuerda los tiempos en que se levantaba a medianoche para ir al horno a preparar la masa con su padre. Era un adolescente de doce años y en su juventud ha tenido pocas noches de ocio con sus amigos. Ya de mayor, con las nuevas técnicas de fermentación retrasada, pudo mejorar algo los horarios laborales. "Pero un horno sigue siendo un negocio obligado", asume. Cada mañana se levanta a las tres para hornear y abrir un negocio que no sólo abastece a la clientela que entra por la puerta, sino también comedores escolares y restaurantes de la comarca. "La empresa funciona, pero entiendo que las nuevas generaciones no quieran asumirla porque es demasiado obligada", reconoce.
Ante la falta de personal y la decisión tomada de vivir más pausadamente, la familia ha decidido cerrar la tienda cada tarde e, incluso, irse de vacaciones unas semanas en agosto. "Asumimos que esto pueda ser el final, pero no lo siento", concluye con firmeza. No le importa ser la última generación del histórico Forn de Pan Guiu. O de Cal Pere, da igual.