Paradojas de la productividad
El debate sobre la transformación del modelo productivo se plantea a menudo en términos de reducir o aumentar el peso de determinados sectores. Las actividades a reducir serían las menos productivas, como el turismo, por contraposición a las más productivas, como la industria. Sin entrar en la cuestión de fondo de este debate, conviene realizar algunas puntualizaciones sobre la relación entre productividad, empleo y remuneraciones del trabajo y del capital en los diferentes sectores económicos. El turismo, por ejemplo, no es realmente un único sector de actividad. Es un fenómeno económico y social diverso con un impacto importante sobre diferentes ramas de actividad (de la hostelería al comercio, pasando por el transporte, las actividades culturales y deportivas o la industria alimentaria).
Si tomamos como referencia la hostelería (esencialmente hoteles, bares y restaurantes), la productividad del trabajo o valor añadido por persona ocupada en este sector en Cataluña es similar a la media de la economía. De hecho, la productividad de la hostelería supera a la de sectores con un mayor nivel de formación de la fuerza de trabajo, como servicios profesionales y técnicos, sanidad o educación. Por lo que se refiere a la industria, se observa una notable dispersión de niveles de productividad entre subsectores: ciertas ramas, como la química, la farmacéutica o la automoción, registran productividades muy superiores a la media, mientras que otras se sitúan en niveles similares, y en algún caso incluso por debajo.
En cambio, cuando nos fijamos en las remuneraciones salariales, algunas de estas diferencias cambian de signo. Por ejemplo, los salarios que se pagan a los servicios profesionales, la educación y la sanidad superan ampliamente a los que se pagan a la hostelería. ¿Por qué esa divergencia entre diferenciales salariales y de productividad? Hay que tener en cuenta, en primer lugar, que la productividad del trabajo, tal y como la medimos, recoge también la contribución del capital (la planta hotelera, por ejemplo, es una forma de capital). Supongamos dos sectores de actividad que pagan los mismos salarios y obtienen un mismo retorno al capital invertido, pero requieren diferentes intensidades de capital en sus procesos productivos. Para obtener la misma rentabilidad de los activos, el sector más intensivo en capital deberá operar con mayor margen de beneficio. Un margen más alto se traducirá en un valor añadido por persona ocupada superior al del sector intensivo en trabajo –aunque los niveles salariales sean idénticos en ambos sectores–. Por otra parte, cuando la competencia es débil, unos márgenes altos podrían estar reflejando simplemente un mayor poder de mercado.
Continuando con el argumento, si dos sectores operan con una misma dotación de capital por persona y un mismo margen de explotación pero tienen niveles salariales distintos, el sector que paga salarios más elevados registrará un valor añadido por ocupado superior al del sector con salarios inferiores. Por tanto, ¿qué pasaría si de repente una norma obligara a que los salarios de determinados servicios aumentaran en un porcentaje arbitrariamente elevado y, desafiando la realidad, esta norma se cumpliera? Suponiendo que los márgenes empresariales no cambiaran, los precios subirían y los niveles de actividad y empleo caerían, pero el valor añadido por persona ocupada, calculado a los nuevos precios de mercado, aumentaría. ¿Quiere esto decir que habría mejorado la "productividad"? No, si por productividad entendemos el valor añadido por persona ocupada o por hora trabajada, medido a precios constantes.
Los expertos estadísticos aplican un deflactor que neutraliza los aumentos de precios para determinar el "valor" realmente generado, en forma de una mayor cantidad o de una mejor calidad. Aunque en la práctica es muy difícil distinguir entre aumentos de precios y aumentos de calidad en los servicios. En cualquier caso, todos los sectores tienen margen para progresar escalando posiciones en la cadena de valor. Por muchas actividades de servicios intensivos en trabajo la vía es mejorar la calidad de la oferta, elevando la capacitación de las personas y aplicando tecnologías que complementen sus capacidades. Si la nueva oferta responde a una demanda latente, aumentarán tanto el precio relativo de estos servicios como los salarios reales y el valor añadido por persona ocupada, manteniendo o aumentando el nivel de empleo. En contraste, la pauta en algunos de los sectores más intensivos en capital y más productivos es introducir tecnologías que permiten producir mayor cantidad de producto con menor volumen de trabajo.
Para captar las implicaciones que tendrían unas políticas públicas orientadas exclusivamente a la promoción de las actividades más productivas y más intensivas en capital, es útil realizar un sencillo ejercicio. Supongamos una economía con dos sectores: un sector industrial en el que la productividad aumenta a buen ritmo, sustituyendo trabajo por capital, pero el empleo aumenta lentamente o incluso se estanca o decrece; y un sector de servicios intensivo en trabajo en el que la productividad está esencialmente estancada pero crea empleo a un ritmo superior al del sector industrial.
El crecimiento tendencial de la productividad agregada en esta economía bipolar se iría ralentizando progresivamente, a medida que el sector servicios, menos productivo, va ganando peso en el empleo total. Por tanto, la transformación deseable del sistema pasa por un cambio en las pautas de crecimiento de ambos sectores, de modo que el progreso tecnológico en el sector industrial sea también generador de puestos de trabajo, mientras que la mejora de la oferta a los servicios impulsa la productividad y crea empleo de calidad. La generación de valor en el conjunto de la economía sólo puede entenderse si se visualiza el sistema productivo como un todo, con los diferentes sectores siguiendo pautas de crecimiento diferenciadas ya la vez interdependientes. Es tan fácil como improductivo que desde las tribunas de opinión nos dediquemos a especular sobre cuál debería ser la estructura sectorial ideal, cuando de lo que se trata es de que todos los sectores evolucionen en una misma dirección, lo que pasa por la capacitación profesional y la inversión productiva complementaria del trabajo humano –y que es la que puede conducir al progreso económico de la sociedad en su conjunto.