¡Páselo bien, Adam!
Se constata una vuelta a la política económica con un distanciamiento de los cánones liberales
Arranca con una guitarra que te transporta directamente al mundo de los sueños. La melodía se repite y se repite, y engancha. Thom Yorke añade una voz que hipnotiza. Podrías no entender la letra y tenerla en la lista de canciones favoritas. Radiohead publica No surprisas en 1997, una canción dedicada a todos los que quieren vivir una vida tranquila, en una casa bonita, con jardín y sin alarmas. Sin sorpresas. A todos los que quieren vivir el Sueño Americano.
A finales del siglo, el sistema económico estadounidense parece incuestionable. La película ¡Good bye, Lenin!, estrenada en 2003, también es un excelente testimonio del estado de ánimo del momento. Daniel Brühl interpreta a un joven que hace manos y mangas para ocultar la caída del Muro de Berlín a su madre, una ferviente defensora del comunismo que no puede salir de casa y que sufre del corazón. Intenta hacerle creer que todo sigue igual, sin alarmas. Sin sorpresas. Espóiler, al final la realidad se impone. La transición al nuevo sistema es imparable.
El mismo año llega a las librerías Saving capitalism from the capitalists (Ed. Random House). Los autores, R. Rajan y L. Zingales, dos profesores de la Universidad de Chicago de reconocido prestigio académico, arrancan con una declaración sin fisuras: el capitalismo es la forma más efectiva de organizar la producción que los humanos han encontrado. Pero también alertan que “la ascendencia de la economía de libre mercado no es necesariamente el final de la historia económica”. A medida que van pasando las páginas, se hace evidente como una crisis financiera, la competencia de países emergentes como China, las presiones migratorias y el cambio tecnológico pueden erosionar la confianza en el sistema.
Las alertas parecen premonitorias. El primer giro de la política económica tiene lugar en Estados Unidos, durante el mandato de Donald Trump. Los aranceles suben de forma generalizada y el acceso al país se endurece. El rumbo no cambia durante el mandato de Joe Biden. La política comercial no se relaja, tampoco la migratoria, y se implementa un programa millonario para favorecer el impulso de la industria local. Este vuelco de la política económica se acelerará si gana las elecciones Donald Trump. Y si la ganadora es Kamala Harris, se reforzará la agenda de los últimos años. El distanciamiento de los cánones liberales, con mayor o menor intensidad, es transversal a la sociedad americana.
Europa también se está moviendo. Las presiones para limitar los flujos migratorios son evidentes. En materia económica, el informe Draghi puede suponer también un importante cambio. Por primera vez, se abre la puerta a poner la política industrial por delante de la política de competencia. Como anécdota, en otros informes de referencia, como el informe Delors o el informe Juncker, las referencias a la industria eran prácticamente inexistentes. El informe Draghi, en cambio, se refiere a él más de 300 veces, más de una vez por página, y casi el doble que a la palabra competencia.
El contexto actual hace muy difícil que el sistema económico de los principales países desarrollados sea fiel a los postulados de la economía de libre mercado. Por ejemplo, según estos postulados, los sistemas de protección pública deberían centrarse en las personas, para ayudarlas a superar los momentos difíciles. Las empresas, en cambio, deberían seguir su ciclo vital con el mínimo de interferencias. La destrucción creativa es la esencia del sistema. Así pues, los programas de apoyo económico que se están poniendo en marcha por todas partes deberían hilar fino si no quieren traicionarlo. Las instituciones que velan por la libre competencia también son un elemento central del capitalismo, pero la emergencia de las grandes empresas tecnológicas cada vez se lo pone más difícil. Y también debería seguir fomentándose el libre comercio a pesar de que cada vez haya menos países dispuestos a aceptar unas reglas de juego compartidas. Los riesgos de los cambios que se están produciendo en cada una de estas dimensiones son importantes, pero al mismo tiempo parece difícil mantenerse inmóvil.
Fieles a la tradición liberal, R. Rajan y L. Zingales cierran el libro añadiendo un elemento final e indispensable: la responsabilidad individual. Los ciudadanos deben velar por el buen funcionamiento de las instituciones, si no difícilmente resistirán las presiones a las que pueden ser sometidas. Concluyen que sólo así puede salvarse el capitalismo de los capitalistas.