El ataque ruso a Ucrania

El batacazo silencioso de la economía rusa

La industria es el sector más afectado en un país que cerrará el 2022 con una recesión severa

Centro  comercial GUM situado en la plaza Roja de Moscú, donde muchas marcas extranjeras han suspendido el negocio en Rusia debido a la guerra en curso en  Ucrania
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BarcelonaEl impacto de las sanciones impuestas por los países occidentales en Rusia como represalia por la guerra en Ucrania está afectando la economía del país, que, según cifras oficiales y estimaciones de organismos internacionales, cerrará el 2022 en una situación de recesión severa.

La economía rusa se contrajo un 4,9% en junio en comparación con un año antes, según el Kremlin, cifra en línea con las estimaciones de las principales instituciones económicas. En abril, el Banco Mundial pronosticó una recesión del 11,2% en el conjunto del 2022 en Rusia, y el mismo banco central ruso espera un retroceso del producto interior bruto (PIB, el indicador que mide la dimensión de una economía) del 7,9% este año. Por comparar: el 2009, el peor año de la crisis financiera, la disminución del PIB español fue del 3,8%.

Las sanciones han provocado, de entrada, un fuerte zarandeo de la actividad económica. La economía rusa representa menos del 1,8% del PIB mundial, mientras que los países que le han aplicado sanciones, que son la mayoría de las economías desarrolladas, suman más del 60%. Es lógico, pues, que se resienta.

Los estados occidentales han cortado el suministro de materiales clave para las cadenas industriales rusas –sobre todo componentes electrónicos– que el país no puede sustituir. “No hay casi ningún sector de la economía rusa que no esté sufriendo por la escasez de recambios, componentes o servicios”, dice un estudio publicado por la Universidad Politécnica Federal de Zúrich, en Suiza.

Igualmente, la expulsión de la mayoría de los bancos rusos del sistema internacional de transferencias Swift y la salida del país de las principales multinacionales financieras –desde bancos hasta operadores de tarjetas de crédito, como Visa y Mastercard– dificultan las transacciones de las compañías rusas con el extranjero.

En consecuencia, la producción industrial cayó un 4,8% interanual en junio, con el sector de la automoción como víctima principal. En junio, la producción de coches respecto a un año atrás se había hundido un 89% y la de camiones un 40%, según datos de Rosstat, la agencia estadística del Gobierno ruso. La producción de coches es especialmente importante también a escala laboral, puesto que entre puestos de trabajo directos e indirectas, da trabajo a más de 600.000 personas, según el informe de la Politécnica de Zúrich. En mayo, el grupo francés Renault se vendió su 67% de Avtovaz, fabricante de Lada.

Otros sectores industriales también sufrieron fuertes bajadas, en especial los que dependen de componentes o maquinaria producidos en países occidentales, como se observa en el gráfico.

La escasez de productos se ha agravado por la salida de multinacionales comerciales, a pesar de que la mayoría han continuado pagando a sus empleados. El enquistamiento de la guerra, sin embargo, hace prever que lo dejen de hacer en algún momento. Y, además, las restricciones comerciales con el exterior han disparado la inflación, que en junio era del 16,7%. Para evitar una escalada todavía más grande de precios, el banco central ruso impuso controles de capital que, junto con intervenciones en los mercados de divisas, han evitado un derrumbe del rublo, la moneda local, que habría encarecido todavía más las importaciones.

El apoyo del gas

La venta al exterior de gas y petróleo son el principal pilar de la economía rusa, a pesar de que también han bajado. Gazprom, la gasista más grande del país y con mayoría estatal, ha reducido su producción de gas de cerca de 48.000 millones de metros cúbicos en enero a unos 28.000 millones en junio, en parte por los cortes de gas impuestos sobre Polonia y Bulgaria, y en parte por la reducción del suministro a otros Estados de la Unión Europea.

Aun así, “Europa no ha cerrado el grifo, la UE sigue pagando” por la energía, indica Abel Escribà-Folch, profesor de ciencias políticas de la UPF. Y una amenaza europea de cortar las compras “no es creíble”, añade, porque la UE no tiene muchas alternativas a corto plazo.

Las sanciones, dice el informe de la Politécnica de Zúrich, no tenían como objetivo hacer caer el presidente ruso, Vladímir Putin, sino dañar el esfuerzo económico que supone la invasión de Ucrania. De hecho, “Putin sigue firme en el poder” y las posibilidades de las sanciones de causar suficiente inestabilidad para movilizar la oposición al régimen eran remotas, recuerda Escribà-Folch. “Hay una represión bastante tremenda”–explica– y el presidente mantiene el control total “sobre el aparato de seguridad del país”. 

Escribà-Folch dice que “era de esperar” que Putin se mantuviera en el poder sin problemas, puesto que en este aspecto las sanciones tienen un impacto “siempre limitado” en el caso de regímenes que viven de exportar energía. 

De hecho, este experto apunta que la caída de ventas de hidrocarburos rusos en Europa y los EE.UU. –Washington ha prohibido la importación de petróleo ruso– es sustituible. “Siempre se puede encontrar algún país que los compre más baratos”, dice. Aun así, otro estudio, en este caso de la Universidad de Yale, en EE.UU., indica que el gas que Rusia exporta en Europa sale de yacimientos en el norte de Siberia que no tienen ningún tipo de conexión con otras regiones del mundo, como por ejemplo el centro de Asia y China. 

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