Cómo desintoxicar las políticas migratorias
Pese al alarmismo de partidos de derechas e izquierdas, la población que vive fuera de su país de nacimiento es sólo del 3,6%
Todos los días, las pantallas de todo el mundo se llenan de imágenes lúgubres de Gaza, donde casi dos millones de palestinos han sido forzados a salir de su casa. Un número aún mayor de personas están siendo desplazadas a Congo, Sudán, Siria y Ucrania. La mayoría de la gente siente compasión cuando ve cómo los demás humanos huyen de bombas, balas o machetes. Pero muchos también experimentan otra emoción: el miedo.
Visto a través de una pantalla, el mundo puede parecer violento y espantoso incluso para los residentes de sitios seguros y ricos. Muchos se preocupan por que un número cada vez mayor de refugiados y otros migrantes aumente a través de sus fronteras. Los políticos nativistas (que defienden a los ciudadanos nacidos en el país por encima de los extranjeros) hablan de una "invasión". El miedo ha atascado la política del mundo rico. Un hombre que una vez defendió la prohibición del Corán podría ser el próximo primer ministro holandés. El Partido Conservador británico está pisando las normas constitucionales para intentar enviar a los solicitantes de asilo a un viaje sólo de ida a Ruanda. Donald Trump dice a las multitudes exultantes que los inmigrantes ilegales están "envenenando la sangre de nuestro país".
Es necesario un poco de perspectiva. La gran mayoría de las personas que emigran lo hacen voluntariamente y sin dramatismo. Pese a lo que se habla de cifras récord y de crisis sin precedentes, la proporción de la población mundial que vive fuera de su país de nacimiento es sólo del 3,6%. Apenas cambió desde 1960, cuando era del 3,1%. Las cifras de desplazados por la fuerza fluctúan de forma salvaje, dependiendo de cuántas guerras se desarrollen, pero no muestran una tendencia clara al alza a largo plazo. El total ha aumentado de forma alarmante durante la última década, del 0,6% en 2012 al 1,4% en 2022. Pero esto es sólo una sexta parte de lo que fue después de la Segunda Guerra Mundial.
La idea de que los refugiados representan una amenaza grave para los países ricos también es descabellada. La mayoría de quienes huyen del peligro no van lejos. De los 110 millones de personas que la ONU clasificó como desplazados por la fuerza a mediados del 2023, más de la mitad se quedaron en sus países. Apenas el 10% había llegado al mundo rico, algo más que la población de Londres. No es una cifra trivial, pero es claramente manejable si los gobiernos cooperan. En general, los países más pobres acogen nueve veces a más personas desplazadas con menos recursos y menos histeria.
Un enfoque más sabio en cuanto a la migración tendría en cuenta dos cosas. En primer lugar, moverse de sitio suele hacer que la gente esté mucho mejor de lo que hubieran sido si se hubieran quedado donde estaban. Quienes huyen del peligro encuentran seguridad. Quienes buscan un nuevo comienzo encuentran oportunidades. Los inmigrantes de países pobres a países ricos ven cómo aumentan enormemente sus salarios y esto tiene escaso o ningún efecto sobre los de los nativos.
En segundo lugar, los países receptores pueden beneficiarse de la inmigración, sobre todo si la gestionan bien. Los destinos más deseables pueden atraer a la gente más talentosa y emprendedora del mundo. Los inmigrantes en Estados Unidos tienen casi el doble de probabilidades de crear una empresa que los nativos y cuatro veces más probabilidades de ganar un premio Nobel de ciencia. Los migrantes menos cualificados llenan los vacíos de la fuerza de trabajo envejecida y liberan a los autóctonos para tareas más productivas (por ejemplo, cuando una niñera extranjera permite que dos padres trabajen a jornada completa).
Un mundo con mayor movilidad de personas
Un planeta más móvil sería más rico: según una estimación, el movimiento totalmente libre duplicaría al PIB global. Estas ganancias colosales siguen sin producirse porque recaerían principalmente en los migrantes, que no pueden votar en los países a los que quieren trasladarse. Aun así, en lugar de dejar escapar todos estos billones de dólares, los gobiernos sabios deberían encontrar formas de compartir algunos. Esto significa persuadir a los votantes de que la migración puede ser ordenada y legal, y demostrar que los inmigrantes no sólo se benefician para ellos mismos, sino que mejoran el bien colectivo.
Por tanto, la seguridad fronteriza debería ser estricta a la vez que se racionaliza el lento proceso de denegación o concesión de la entrada. Se debería admitir a un número realista de trabajadores y seleccionarlos principalmente por las fuerzas del mercado, como las subastas de visados. Los inmigrantes deberían ser libres de trabajar y pagar impuestos, pero no recibir las mismas prestaciones sociales que los ciudadanos, al menos durante un tiempo. Algún día debería modernizarse el sistema mundial de asilo y la tarea de ofrecer refugio debería compartirse de manera más justa. Un acuerdo provisional de la UE anunciado el 20 de diciembre es un pequeño paso en la dirección correcta.
Los pesimistas de la derecha argumentan que mayor migración generará desórdenes, ya que las personas de culturas diferentes no se asimilarán. Sin embargo, los estudios no encuentran pruebas sólidas de que los países más diversos sean menos estables, contrastando la Somalia homogénea con una Australia de muchos colores.
Los pesimistas de izquierda dicen que Occidente nunca dejará entrar a mucha gente ni tratará a los recién llegados de justa porque es incorregiblemente racista. De todas formas, aunque el racismo persiste, ha disminuido más de lo que mucha gente piensa. Cuando nació Barack Obama, los matrimonios de razas mixtas eran ilegales en gran parte de Estados Unidos, y muchos británicos todavía pensaban que tenían el derecho y el deber de gobernar a otras naciones. Ahora, una quinta parte de los nuevos matrimonios estadounidenses son mixtos, y los británicos encuentran insignificante que un descendiente de súbditos coloniales sea su primer ministro. Los indios británicos, los sinocanadienses y los nigerianoamericanos ganan más que sus compatriotas blancos, lo que sugiere que el racismo no es el principal determinante de sus oportunidades de vida.
En el futuro, el cambio climático puede estimular a la gente a moverse más. Pero esto será paulatino y también puede provocar el efecto contrario. El cambio de las granjas en las ciudades, un movimiento masivo mucho mayor que la migración transfronteriza, se ralentizará, ya que la mayor parte del mundo es ya urbano. Y la humanidad se hará menos móvil a medida que envejezca. Hoy, los países ricos tienen una maravillosa oportunidad para importar a jóvenes, cerebros y dinamismo. Quizás no durará para siempre.
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