Periscopio global

Richar H. Thaler: "No hay ningún economista serio que defienda la política comercial de Trump"

El premio Nobel de 2017 revisa y reedita su clásico sobre economía y psicología 'The winner's curse'

El profesor emérito de la Universidad de Chicago Richard H. Theler, durante su visita a Londres, en noviembre.
19/11/2025
5 min

LondresEl premio Nobel de economía Richard H. Thaler (East Orange, Nueva Jersey, 1945) ha dedicado su carrera a demostrar que los seres humanos no nos comportamos como los manuales de economía dicen que deberíamos comportarnos. Nos equivocamos, nos dejamos llevar por las emociones, tenemos sesgos y expectativas irracionales. Y sin embargo, o quizá precisamente por eso, seguimos siendo los protagonistas de las decisiones que mueven el mundo.

Ahora, con la reedición ampliada de su clásico The winner's curse: behavioral economics, anomalías then and now (La maldición del ganador: anomalías de la economía del comportamiento, de ayer y de hoy), Thaler vuelve a mirar al mundo –y la economía– con la mezcla de socarronería y lucidez que le convirtió en una de las figuras más influyentes de lo que se puede llamar la economía del comportamiento, que integra la economía y la psicología en el estudio de cómo las limitaciones cognitivas y sociales afectan a las decisiones individuales y de mercado. The winner's curse se publicó por primera vez en inglés en 1989. A diferencia de que la otra su gran éxito, Nudge. Un pequeño empujón (Taurus, 2009, firmado con Cass R. Sunstein), La maldición nunca se ha editado íntegramente en catalán ni tampoco en castellano, aunque algunos textos sobre sus estudios de psicología económica sí tienen versión española.

Durante un encuentro en Londres con un grupo de corresponsales extranjeros, este profesor emérito de la Universidad de Chicago ha repasado el proceso de revisión del libro, experiencia que ha convertido en una reflexión más amplia sobre el momento económico y político global. "Cuando empecé a escribir sobre anomalías económicas en los años ochenta, todo parecía muy sencillo: los economistas creíamos en agentes racionales, sin emociones, que maximizan beneficios. Pero el mundo real no funciona así. Las personas se equivocan, se emocionan, tienen problemas de autocontrol. Y eso es lo que hace interesante a la economía", dice.

Thaler explica que el punto de partida del libro es observar comportamientos que no encajan con el paradigma clásico. "Para encontrar una anomalía económica hay que ver algo que no se ajuste a la teoría. Es como ver a una manzana que va arriba: esto despierta el interés", ironiza. Una de estas anomalías es la que da nombre al libro. La maldición la descubrió un grupo de ingenieros de la petrolera Atlantic Richfield: en las subastas para obtener licencias de explotación en el golfo de México, se dieron cuenta de que los ganadores casi siempre pagaban demasiado. "El ganador es quien ha hecho la oferta más optimista, y por tanto la más equivocada. Esto ocurre a menudo, desde las licitaciones públicas hasta las guerras comerciales".

El presidente de EEUU, Donald Trump, tras firmar una orden ejecutiva sobre aranceles en el Despacho Oval el 26 de marzo.

Este mecanismo, dice Thaler, sigue operando hoy, en plena era de las grandes decisiones geopolíticas. "Cuando los gobiernos imponen aranceles pensando que saldrán ganando, acaban pagando demasiado. No hay ningún economista serio que defienda la política comercial de Trump: los aranceles que cambian cada semana no pueden ser buenos para nadie. Necesitarían un curso básico de economía sin cajas de los libros de referencia a un espacio marginal.

A diferencia de muchos colegas, Thaler no busca un modelo universal que lo cuente todo. "Nunca habrá una nueva gran teoría. La naturaleza humana es demasiado compleja para encajarla en un único esquema", afirma. Por eso, en la nueva edición del libro –reescrito durante la pandemia a cuatro manos con el joven economista Alex O. Imas, también de la Universidad de Chicago–, ha preferido actualizar los experimentos clásicos con nuevos datos sin alterar su espíritu.

El resultado es un volumen que muestra cómo la investigación empírica ha evolucionado gracias al big data. "Ahora podemos comprobar a gran escala lo que antes sólo podíamos imaginar. Por ejemplo, sabemos cómo los consumidores reaccionaron cuando el precio de la gasolina cayó el 50% durante la crisis financiera. No sólo gastaron un poco más en gasolina, sino que algunos decidieron regalar en sus coches gasolina premium. Lo hicieron, explica sonriendo, como una "manera de aliviar la culpa y celebrar a la vez la vuelta a la normalidad. Una decisión absurda desde el punto de vista racional, pero profundamente humana". Para Thaler, la irracionalidad no es un fallo del sistema humano, sino su encanto: una prueba de que incluso en las decisiones más triviales lo que se busca es sentirse algo mejor, no ser más eficientes.

Cuando se le pide por la desigualdad y las propuestas de nuevos impuestos sobre la riqueza, Thaler responde con un mismo espíritu pragmático, quizás discutible para muchas voces. "Imaginemos que podemos girar una rueda que traslada dinero de los ricos a los pobres. Si la giramos demasiado, nadie tendrá incentivos para trabajar; si no la tocamos, seguiremos teniendo billonarios. Pero los políticos solo pueden mover la rueda hasta donde el sistema se lo permite. Y hoy, en las democracias, el poder de los más ricos es enorme". Y añade, siempre con humor: "En China, Xi Jinping puede dar la vuelta tanto como quiera, porque no tiene elecciones. En Occidente, estamos limitados por la democracia —y por una cantidad absurda de burocracia".

De hecho, una de sus obsesiones actuales es lo que él y el jurista Cass Sunstein, coautor de dicho Nudge. Un pequeño empujón, llaman sludge: el barro administrativo que frena la innovación. "El tren de alta velocidad de California es un chiste multimillonario. En mi casa, tuvimos que pasar tres inspecciones para instalar placas solares. El sistema ya funcionaba, pero la ley nos impedía encenderlo. Si queremos que el capitalismo democrático funcione, debemos aprender a construir mejor, a reducir los obstáculos inútiles".

El juego de la cooperación

Thaler ilustra las tensiones globales actuales con otro de sus experimentos preferidos: el juego del bien público, en la que varios jugadores pueden contribuir o no a un fondo común. "La teoría dice que nadie contribuirá, pero la mitad de las personas contribuyen, siempre que crean que los demás también contribuirán. Las sociedades funcionan así: cooperamos mientras confiamos en que los demás harán lo mismo". Y cuando alguien no cumple, aparece el castigo. "Cuando introducimos la posibilidad de sancionar a quienes no cooperan, la cooperación aumenta. La gente está dispuesta a renunciar a dinero para castigar a los aprovechados. Es una lección para el mundo actual: las reglas y la confianza son esenciales. Y también las sanciones. Si Estados Unidos se comporta como un gamberro –uno scoundrel, dice él–, el resto del mundo tendrá que reaccionar". Otra cosa es que pueda o quiera hacerlo, al menos mientras Trump esté en el poder.

Aunque Thaler evita hablar demasiado de inteligencia artificial –"esto lo responde mi coautor, yo ya no soy prometedor", bromea–, reconoce que les avenían liberales. “Las empresas tecnológicas cambian las reglas del juego más rápidamente que los gobiernos pueden regularlas. Pero el problema no es la IA, sino cómo la utilizamos: cómo limitamos el poder de quien la controla".

En un momento de la conversación, Thaler recuerda una frase deAbundancia, el libro de Ezra Klein y Derek Thompson que aboga por combatir el pesimismo económico y ecológico con inversión en innovación, educación e infraestructuras, por una cooperación global y la confianza en la tecnología para resolver problemas como el cambio climático, la desigualdad y la seguridad alimentaria: "China está gobernada por ingenieros, que saben construir; Estados Unidos". Él le añade una matización: la democracia y el capitalismo son sistemas llenos de defectos, pero todavía son mejores que cualquier alternativa. El reto es hacerles funcionar mejor, construir más y mejor, reducir el barro y mantener la confianza mutua. Si aconseguim això, encara hi ha esperança".

Amb 80 anys i la mateixa ironia que el va fer famós, Richard Thaler continua observant el món com aquell estudiant que es resistia a creure que les persones són simples maximitzadores racionals: "L'economia, al capdavall, és l'estudi de què fem amb el que tenim. Y lo que tenemos es nuestra maravillosa, imprevisible, irracional humanidad".

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