"Muchos turistas no quieren más que un decorado"
Pablo Díaz Luque, profesor de turismo sostenible en la Universitat Oberta de Catalunya
Cuando Pablo Díaz Luque estudió economía del turismo era una maría. Hoy, a los 25 años, da clases de turismo sostenible en la Universitat Oberta de Catalunya. En estas tres décadas las cosas han cambiado, y mucho. Los turistas se han esparcido como una mancha de aceite, han transformado pueblos y ciudades, han acabado con formas de vivir, con comercios…
Lo que antes era visto con buenos ojos, como una actividad que genera riqueza económica y aporta nuevas experiencias a los viajeros ya los anfitriones, hoy es un sector problemático, percibido negativamente por sectores cada vez más amplios de la población. "Este cambio me ha hecho cambiar también a mí", explica Díaz, que hace unos años fue tanto anfitrión como huésped de un piso en Airbnb "sin ser consciente de los efectos que tendría, porque cuando la plataforma salió se vendió como una manera de que la población de un lugar se mezclara con los turistas de forma sostenible. Ahora, sin embargo, ciudades de todo el mundo ponen trabas a Airbnb al ver los daños colaterales que genera que los turistas se alojen no en hoteles sino en edificios de vecinos”.
El resultado es una corriente de protestas nunca visto que, cree Díaz, irá a más. “Es evidente que el turismo es positivo para la economía, porque genera puestos de trabajo, pero a partir de un volumen de visitantes trae una saturación que provoca todo tipo de problemas, por ejemplo de vivienda o en cuestiones como la sequía ”. El experto cree que esto hará que en muchos sitios las instituciones tengan que tomar medidas, pero alerta de que dependerá de quien gobierna, porque los diferentes partidos tienen visiones a menudo enfrentadas sobre el turismo, y mientras algunos creen que se le deben poner límites , otros siguen siendo partidarios de promocionarlo. Pone el ejemplo del malestar generado en Barcelona a raíz de un desfile de Louis Vuitton en el Parc Güell. “Todo el mundo quiere atraer a un turista de lujo, con dinero, pero eso también genera resentimiento, porque los vecinos pueden pensar que las administraciones prefieren a un visitante con alto poder adquisitivo que a un ciudadano normal”.
El caso es que, con efectos positivos o negativos, con instituciones y ciudadanos a favor o en contra, el fenómeno del turismo seguirá aumentando. “Todos somos víctimas de una hipocresía –reflexiona–, porque nos molestan a los turistas que vienen a nuestra casa, oa los que nos encontramos cuando vamos de vacaciones, pero nosotros también vamos. Estamos en contra del turismo y al mismo tiempo marchamos a hacer turismo en cuanto tenemos la oportunidad. Y todos buscamos lo mismo: tener una experiencia única”.
Hipocresía
Llegados a este punto, la pregunta es obvia: ¿es posible un turismo sostenible? La respuesta, al parecer, es diáfana: no. “Por mucho que intentes ser un turista respetuoso, es evidente que tienes un impacto, cualquier actividad humana lo genera. Además, hay que tener presente que, aunque nosotros estemos cada vez más concienciados, hay millones de ciudadanos de China y de la India que se han incorporado a las clases medias y han empezado a viajar. Y ellos no tienen esa conciencia ecológica”.
El resultado de todo esto “es que todavía quedan muchos turistas por llegar”. Y, por tanto, más masificación y más malestar. “Hay un peligro evidente de que los destinos dejen de ser atractivos, que vayamos a visitar pueblos que son bonitos por fuera, pero que en realidad no son más que un decorado. Pero también es verdad que mucha gente no quiere más que un decorado, un lugar donde hacerse una selfie. Antes estaba el turismo de sol y playa, que no quería más que eso, y ahora somos turistas en pueblos y ciudades sin alma, donde las cafeterías son franquicias y las ferreterías han dejado paso a bares irlandeses de capital sueco. No tiene sentido, pero esto es lo que pedimos ahora”, explica, antes de concluir con una palabra que, a su juicio, define el turismo de nuestro tiempo: “Frenético”.