El último viaje de los muebles de los abuelos
La pandemia dispara la demanda para vaciar viviendas y negocios que tienen que cerrar
A las ocho de la mañana un hombre hace sonar un silbato con fuerza en el Mercat dels Encants de Barcelona y poco a poco, perezosamente, los compradores empiezan a entrar en la llamada sala polivalente, un espacio enorme donde se han colocado decenas de sillas separadas estratégicamente para evitar contagios. Hay asientos para 85 personas, pero aún así no hay suficientes para todo el mundo. “Por favor, los que no tengan silla que hagan el favor de salir, aquí no puede haber tanta gente”, dice la directora del mercado regañando a los compradores que se quedan de pie, apoyados en la pared de la sala.
Otro hombre de voz grave avisa, micrófono en mano, que está a punto de dar el pistoletazo de salida: “Buenos días, señores, vamos a empezar”. Por cierto, está en lo correcto cuando dice señores, porque realmente en la sala solo hay hombres -muchos extranjeros-, excepto un par de mujeres que quedan camufladas entre la marea masculina. Así empieza la subasta.
“20, 30, 60, 120, 270, 300, 300 rrrodons”, va diciendo el hombre del micrófono, casi sin coger aire entre número y número y arrastrando la pronunciación de algunas letras, a medida que los postores levantan la mano para ofrecer un precio mejor. Detrás suyo hay proyectada en una gran pantalla una fotografía de lo que se subasta: los muebles y enseres de una casa, probablemente la de una mujer mayor que ya murió, porque hay abrigos pasados de moda, una mesa de comedor de épocas pretéritas con las correspondientes sillas a conjunto, libros de hojas amarilleadas, figuras de porcelana y una infinidad de cosas más.
Todo lo que se subasta se exhibe en las paradas del Mercat dels Encats media hora antes de que empiece la venta para que los potenciales compradores lo puedan cotillear. Paseando entre las paradas, es evidente que muchos de los objetos provienen de casas que han sido desalojadas por defunción del inquilino o del propietario, o de tiendas que han tenido que bajar la persiana.
“Muchas tiendas de barrio han cerrado por la pandemia, sobre todo de ropa, regalos, decoración...”, explica Daniel Santiago, que actúa como portavoz de los vendedores que por la mañana subastan en el Mercat dels Encants los productos que ellos a su vez han adquirido en tiendas o empresas que han cerrado o pisos que se han desalojado. Porque si una cosa ha crecido sin duda con la pandemia, según Santiago, son las peticiones para vaciar pisos: “Ahora hay más defunciones por el coronavirus, por lo tanto es lógico que nos pidan que vaciemos más pisos”. Sin embargo, asegura, esta situación no les ha supuesto un incremento de ingresos. Hay una razón que lo justifica.
En el Mercat dels Encants todos los productos se subastan por lotes. Es decir, todos los artículos que se exhiben en una misma parada se subastan de golpe por un precio total. Los compradores, en cambio, sí que los pueden revender al por menor. En el mercado hay en total 39 vendedores y 150 compradores acreditados (acreditados quiere decir que se pueden quedar durante la jornada en las instalaciones de los Encants a revender lo que han adquirido en la subasta de la mañana). Pero con el coronavirus el aforo de subastadores y de compradores se ha reducido drásticamente. Esto quiere decir, a la práctica, que si antes se subastaban 500 lotes al mes, ahora se subastan 380, detalla Santiago.
En definitiva, han aumentado las peticiones para vaciar pisos por el aumento de defunciones por el covid, pero los vendedores del Mercat dels Encants que se dedican a ello no tienen capacidad para dar salida a todos estos muebles y objetos personales, ni disponen de espacio para almacenarlos. En otras palabras, no pueden dar respuesta a la demanda. En el sector hay otras muchas empresas, pero es difícil saber cuántas son: están registradas como gestoras de residuos y, bajo este paraguas, también se incluyen los traperos u otro tipo de compañías que no se dedican a vaciar pisos.
“Vamos ahora con el lote número 28”, continúa con la subasta el hombre del micrófono, mientras enseña una fotografía de una parada llena de cuadros y antigüedades, probablemente también procedentes de alguna vivienda. Enseguida los compradores empiezan a ofrecer precio en un baile de manos que dura unos minutos, hasta que no hay ningún mejor postor. “1.600 a la una”, canta el hombre del micrófono. “1.600 a las dos”, repite elevando más la voz. El lote queda adjudicado por 1.600 euros. El pago se hace en efectivo: tanto da si cuesta 1.000, 2.000 o 3.000 euros. El comprador empieza a sacar billetes sin ningún problema delante de todos.
El portavoz de los vendedores explica que el precio medio de los lotes suele ser de 1.000 euros. También es cierto que algunos cuestan mucho más -por ejemplo, en la subasta se llega a vender un lote por 2.470 euros, formado básicamente por antigüedades-, o bastante menos: 780 euros es el precio de un lote de artículos de ferretería formado por brochas, bisagras, claves, martillos... Todos nuevos, e incluso algunos todavía empaquetados. El vendedor, Joan Carles Coll, confirma que los ha comprado en una ferretería que ha bajado la persiana por el coronavirus. “Ahora hay muchas empresas que aguantan por los ERTE, pero cuando los ERTE se acaben entonces sí que muchas cerrarán y habrá que dar salida a muchos productos”, vaticina.
Toni Parra está vaciando el local de un restaurante del passeig Colom de Barcelona que, como tantos más, también ha cerrado. “Esto tiene que quedar pelado”, dice Parra, dirigiéndose a sus dos empleados que están metiendo la vajilla del restaurante en bolsas de basura. Ya han sacado del establecimiento las mesas y las sillas, pero todavía faltan todas las neveras, congeladores y fogones, el aparato del aire acondicionado e incluso el falso techo que está hecho de madera y que, según Parra, también tiene que salir. En el local hay poca luz, solo la que entra por la puerta porque ya no hay suministro eléctrico.
“El aire acondicionado lo llevaré al trapero, la madera a la deixalleria y ya veré qué hago con todo esto”, dice refiriéndose a las neveras, congeladores y otros aparatos. “Antes los vendía pero ahora nadie quiere maquinaria de hostelería”. Según dice, para vaciar el restaurante cobrará 3.000 euros al propietario. El precio de vaciar un piso es más barato, entre 400 y 800 euros, dependiendo de los muebles y enseres que haya y la salida comercial que se les pueda dar.
Toni Parra tiene una empresa que se dedica a vaciar locales y pisos -RecogidaMuebles, se llama- desde hace nueve años y, según asegura, no da abasto desde que empezó la pandemia. Él no tiene una parada en el Mercat dels Encants, así que no está encorsetado a restricciones de aforo y, además, ha apostado por ampliar la empresa.
“Antes de la pandemia vaciaba tres o cuatro pisos a la semana, y ahora he llegado a vaciar hasta cuarenta”, detalla. La mitad, asegura, eran de gente que ha muerto por el coronavirus. Pero también vacía muchas más oficinas porque muchas empresas han optado por el teletrabajo, y una infinidad de negocios. “Antes podía vaciar uno o dos negocios al año. En cambio, el año pasado vacié unos ochenta”, calcula. “Pensé que todo esto lo tenía que aprovechar, así que he aumentado personal y he comprado más furgonetas”.
Parra tenía antes dos trabajadores y una furgoneta. Ahora tiene quince empleados y siete furgonetas. También ha alquilado dos naves para almacenar material y ha ampliado la tienda de artículos de segunda mano que tiene en Granollers. Con todo, dice que ya no sabe donde meter más cosas. “He estado buscando naves de 1.500 y 2.000 metros cuadrados pero son carísimas -comenta-, así que no me queda más remedio que tirar las cosas, aunque a veces pienso: «¿Cómo puedo tirar esto?»”.
En la tienda de segunda mano está vendiendo sillas de oficina por un euro y sofás por ochenta. Algunas cosas las da directamente a ONGs y otras las sortea. A pesar de esto, le salen los números sin problemas. El año pasado facturó 250.842 euros, un 75% más que el anterior, y obtuvo unos beneficios de 70.329 euros ante los 29.320 de 2019. “Ya llegará el momento que tenga que vender las furgonetas y reducir el personal”, comenta.
El secreto de su éxito también radica en el hecho que, antes de dedicarse a esto, hacía páginas web y las posicionaba en los primeros lugares de los buscadores. De hecho, cuando se busca “vaciado de pisos” en Google, el primer contacto que sale es el de su empresa. También cuando se busca “vaciado de locales”, “vaciado de naves industriales” o “vaciado de tiendas”. Su empresa siempre es la primera.
Claro, algunos han intentado imitarlo y aprovechar las posibilidades que ofrece la pandemia para este negocio. De hecho, llamando aleatoriamente por teléfono a algunas de las compañías de vaciado de pisos que aparecen en internet, es fácil encontrar empresarios que admiten que han empezado en el sector hace poco. Es el caso de Juan Heredia, de la empresa Vaciados y Mudanzas Ríos, que se estrenó hace solo cinco meses: “Creía que el negocio tendría más salida, pero de momento no me salen los números”.