El presidente de Estados Unidos, Donald Trump con el presidente ruso, Vladimir Putin, en Anchorage, Alaska.
16/08/2025
3 min

Se ha vuelto a evidenciar el optimismo naíf de Donald Trump con Vladimir Putin. La autoconfianza exagerada del presidente estadounidense no es suficiente para ablandar la determinación imperial de su homólogo ruso, una bestia de poder que se ha impuesto la misión de devolver la grandeza a Rusia. La cumbre de Alaska, con alfombra roja incluida, más allá de dar legitimidad al invasor de Ucrania, aparentemente ha servido para poco. Putin ha salido satisfecho e incluso se ha permitido bromear con una cita con Trump en Moscú. Trump, en cambio, ha salido amurallado y ha citado el lunes en la Casa Blanca al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Esperamos que esta vez no sea para abuchearlo en público.

La paz en Ucrania no es cosa de coser y cantar, como en más de una ocasión ha dejado entender a Trump. Está en juego el futuro de Europa y Rusia, que no es poco. Zelenski es Europa, representa a Europa, de ahí que esté recibiendo el apoyo explícito de sus máximos líderes: el francés Emmanuel Macron y el alemán Friedrich Merz, núcleo duro de la UE, y también el británico Keir Starmer. Cuando este lunes Trump hable con Zelenski, lo estará haciendo también con la Europa que parece despreciar, como si fuera un decadente club de viejos amigos a los que no hace falta hacer demasiado caso. Así es como el líder estadounidense nos observa.

Las claves de un alto el fuego, que además Trump ahora dice que no es necesario, y de una futura paz son la soberanía ucraniana, sus fronteras territoriales y su seguridad. Los tres puntos son clave para el conjunto de Europa. Especialmente el tercero. Sin una Ucrania con plenas garantías de seguridad y, por tanto, ligada a la OTAN en una UE militarmente reforzada, no habrá ninguna garantía de que Rusia tarde o temprano vuelva a presentar batalla. La agresividad de Putin ha quedado demostrada. En este punto, a priori Trump no parece dispuesto a mantener una fuerte apuesta atlantista, y mucho menos a incluir a Kiiv. No quiere un frente a su amigo Putin. Lo quiere más a su lado que de la esquina china. Y Putin está haciendo valer su privilegiada posición geoestratégica entre Occidente y Oriente. Por otra parte, la democracia autoritaria de Putin y su rol de líder fuerte y omnipotente ya parecen bien a Trump, que en este punto le admira y la envidia. Él también se está otorgando cada vez más manos libres.

Putin, pues, querrá cobrarse bien la paz en Ucrania. No tiene prisa y tiene muchos puntos para salir reforzado, tanto de puertas adentro –con ganancias territoriales– como de puertas afuera, con una lucrativa y simbólica posición de cruce en la pugna EEUU-China. Quiere ser recibido con honores y buena sintonía tanto por Trump como por Xi, y sacarle provecho. En cambio, Ucrania-Europa, ligados militarmente a Trump, tienen menos buenas cartas, el tiempo les juega en contra y, pese a sus esfuerzos, no tienen suficiente unidad de acción.

Ésta es la cruda realidad. Si, por un lado, queda claro que Trump no se está saliendo tan rápido como quería ni ha conseguido que el gesto de Alaska fuera decisivo, por el otro también queda claro que su ansiedad por cambiar el tablero internacional a su capricho, a golpes de aranceles y de la misma ley por parte de Europa y la ley del más fuerte, lo hace poco o nada. débil. Trump es hoy un aliado incómodo e imprevisible. ¿Hasta qué punto Kiiv y el eje París-Berlín-Londres serán capaces de presionarle a fondo por una paz justa y duradera?

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