El catalán en Europa, en vía muerta

El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, en Bruselas
19/10/2025
3 min

No existe perspectiva de una solución a corto ni a medio plazo para la oficialidad del catalán en Europa. Los esfuerzos del PP español por obstruir la iniciativa influyendo en la familia democristiana –en especial en el gobierno alemán– han dado fruto. Ahora mismo, el asunto está en vía muerta. Con el agravante de que los movimientos negociadores por parte del ministro José Manuel Albares que se han ido sucediendo en estos dos últimos años han acabado produciendo un cansancio diplomático en la mayoría de países, incluso en los que son favorables, lo que ha provocado que de momento no quiera hablar más. Los estados ahora mismo no lo consideran un tema prioritario y creen, además, que la falta de consenso y, por tanto, de novedades al respecto, hace que sea inútil volver a discutirlo. La posición refractaria del ejecutivo de Merz es lo que ha hecho descarrilar la propuesta, que ahora ya nadie espera.

Con 10 millones de hablantes (el 20% de la población española), el catalán es la decimoquinta lengua más utilizada en Europa. Pero no es idioma de estado. Las lenguas propias de Malta e Irlanda, mucho más minoritarias, son oficiales en la UE. Cuantitativamente, pero también cualitativamente (el catalán tiene una tradición histórica y literaria de largo recorrido, y una sólida vitalidad cultural hoy en día), no cabe duda del peso del catalán en Europa. Pero la política comunitaria no parece tener muy presente la realidad social y cultural. La petición del catalán va ligada también al euskera y el gallego, las otras lenguas minoritarias oficiales en España, lo que le da aún más sentido en términos de respeto al patrimonio lingüístico diverso europeo, pero que complica y encarece la implementación eventual de la medida.

Hasta ahora, las dificultades han pesado más que los argumentos sólidos. Y estratégicamente, las cosas no se han hecho bien. Desde que en agosto del 2023, cuando, a remolque de las exigencias de Junts, hubo la primera petición oficial española para reformar el reglamento lingüístico de la UE para añadir el catalán, el vasco y el gallego, no se ha avanzado demasiado. Y en el laberinto de las instituciones europeas, a menudo no avanzar es retroceder. En ese momento, con Puigdemont presionando al PSOE, se sobreactuó con prisas sin tener los hilos mínimamente atados. Y todo apunta a que lo que se ha producido ha sido un efecto boomerang. Seguramente ahora mismo estamos en una posición menos receptiva por parte de los Veintisiete que cuando en Bruselas se puso la oficialidad por primera vez sobre la mesa. Y hay que recordarlo: sólo prosperará si existe unanimidad de todos los gobiernos. No era ni va a ser fácil.

El optimismo inicial del ministro Albares estaba poco cimentado. Habrá mucho más convencimiento por parte del gobierno español, mucha más mano izquierda diplomática y, también, más presión unánime y coordinada desde Cataluña. Este último punto no es menor y, por lo visto, tampoco es fácil: hasta ahora, todo el mundo se ha querido apuntar el triunfo, todo el mundo ha priorizado la gesticulación propia. Cuando lo que tocaría es ir juntos (Gobierno, Junts y ERC) a la hora de presionar al ejecutivo de Sánchez y de hacer lobi juntos en Bruselas. ¿Es posible? ¿O una vez más el partidismo pasará por encima de un asunto de país como es la lengua?

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