Como decían los vecinos, todavía queda mucho por hacer, ciertamente. Pero por fin se ha podido inaugurar la nueva plaza de las Glòries. Es una gran noticia, porque llevaba tantos años en obras, tantos años que estaba en discusión su futuro, tantos años que este punto neurálgico de Barcelona estaba infrautilizado por la ciudadanía, que parecía que no lo veríamos nunca. Ahora, esta primavera, se pondrá a prueba lo que ya puede considerarse el nuevo parque central de Barcelona, llegando el momento de los retoques, de las críticas y también de las alabanzas. Lo que es seguro es que la gente lo utilizará de forma intensiva, porque si algo falta en la capital catalana son parques y espacios de ocio. Falta verde a pie plano en toda la ciudad y la Ciutadella ya no da más de sí. Por eso, aunque en Glòries todavía hay mucha vegetación por crecer y esto puede frustrar un poco las expectativas, no cabe duda de que es un espacio lo suficientemente grande y lo suficientemente variado como para facilitar el disfrute de los ciudadanos.
La plaza de las Glòries Catalanes –que es su nombre oficial, en referencia a glorias como el Modernismo o el derecho catalán– era el lugar donde Ildefons Cerdà había imaginado el centro de Barcelona en su plan del Eixample. Allí confluyen las tres principales avenidas de la ciudad, la Meridiana, la Gran Via y la Diagonal, y estaba previsto que, como ya está pasando un poco, con el tiempo el crecimiento de la ciudad situara el nuevo centro en aquella zona. Pero lo cierto es que a lo largo de todo el siglo XX Glòries ha sido un poco un agujero negro, un nudo de comunicación vial y ferroviario importante que hacía de barrera entre barrios y simulaba, peor que bien, que también era parcialmente una plaza o un parque. Sin embargo, poca gente la aprovechaba, especialmente en su penúltima etapa, cuando, tras la reforma olímpica, dentro del tambor viario, que era al mismo tiempo aparcamiento, había un pequeño parque con los monolitos dedicados a dichas glorias.
Se habló mucho de la reforma de las Glòries y de las diversas propuestas. En 2003 se acordó iniciar la transformación y en 2007 se firmó un documento, titulado Compromís de Glòries, en el que el Ayuntamiento de Barcelona, en manos entonces del socialista Jordi Hereu, y las asociaciones de vecinos de la zona acordaron cómo sería esa remodelación. Han sido más de dos décadas de conversaciones, cambios, polémicas y también retoques, porque todos los nuevos consistorios –en manos de convergentes, comunes y de nueve socialistas– han dicho la suya. 640 millones de euros más tarde, ha terminado. Y hay que recordar que lo importante y costoso es lo que no se ve. La apariencia actual de la plaza y el parque seguramente irá cambiando con el tiempo, pero lo importante, la gran obra que se ha hecho y que quedará durante muchos años, es lo que hay bajo tierra: el túnel viario de entrada y salida de Barcelona y el difícil y complejo encaje con las líneas de tren y metro que también pasan por debajo.
Queda aún por urbanizar la parte norte de la plaza parque y faltan equipamientos y viviendas comprometidas. Habrá que estar vigilantes, y es lógico que los vecinos insistan en reclamar lo prometido. Pero la parte principal está hecha, y después de muchos años Barcelona puede estrenar un nuevo espacio urbanístico de interés metropolitano.