Camareros trabajando en una terraza del centro de Barcelona
07/10/2025
3 min

El presidente Salvador Illa ha dicho este martes en el Parlament de Catalunya que "la inmigración nos hace un país mejor". ¿Es así? Antes de dar una respuesta desde el prejuicio ideológico a favor o en contra, es necesario acudir a los datos. Precisamente este martes se ha presentado el estudio Transición demográfica, inmigración y envejecimiento en Cataluña 2024-2050, elaborado por el catedrático de economía aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona Josep Oliver y presentado en el Colegio de Economistas de Cataluña.

El dato que más llama la atención de este trabajo académico es que entre el 2018 y el 2024, según la Encuesta de Población Activa (EPA) del Instituto Nacional de Estadística (INE), de los 450.000 nuevos puestos de trabajo generados en Catalunya, cerca de un 97% los ocuparon. Los extranjeros, que son el 25% de la población, aportan ya más del 29% de toda la ocupación en Catalunya, cuando en 1995 apenas representaban el 3%. La juventud es un factor muy relevante en este colectivo: de los cerca de dos millones de recién llegados residentes en nuestro país, un 44,3% tienen entre 25 y 34 años, según datos del año pasado.

La carencia de ciudadanos nativos en edad laboral –la natalidad en Catalunya es la más baja de las tres últimas décadas– hace tiempo que se compensa claramente con los venidos de fuera, sin los cuales sería imposible el dinamismo económico catalán y español. Según el Financial Times, "España es un punto brillante excepcional entre las economías europeas", pese a hacer constar el problema de productividad. El rotativo anglosajón destaca como elementos tractores precisamente el aumento demográfico fruto de la inmigración y el sector turístico. Tanto uno como otro también han sido claves en el impulso del consumo. El Financial Times también hace constar que los inmigrantes han llenado principalmente las carencias en sectores de poco valor añadido, como la hostelería y la construcción, y alerta del problema de acceso a la vivienda. En todo caso, sitúa a la inmigración como "una fuente importante de resiliencia económica". Un reciente informe del Banco de España refuerza esta argumentación, vinculando el crecimiento del PIB a la incorporación de población inmigrante.

Todo esto no quiere decir, sin embargo, que la economía catalana, si quiere mantener el pulso y salir de la dependencia de trabajos poco productivos y poco cualitativos, con sueldos bajos e incluso precarios, no necesite apostar por sectores industriales y tecnológicos con valor añadido y vinculados a la I+D. Sólo así se conseguirá que el crecimiento económico no sólo se refleje en el PIB, sino también en el PIB per cápita, esto es, en la prosperidad de los ciudadanos. Porque, en efecto, una cosa es mirarse el fenómeno desde el punto de vista macroeconómico, donde no existe discusión sobre el beneficio del hecho migratorio, y otra ignorar los problemas a nivel micro, tanto en el mismo plano económico como en términos sociales –sanidad, educación, vivienda– y de integración cultural –lengua, hábitos y estilos de vida.

En todo caso, sin embargo, con la natalidad catalana por el suelo, seguirá siendo necesaria la incorporación de población joven internacional. Y cuanto mejores sean los trabajos, más inmigrantes calificados vendrán; un fenómeno, el de los llamados expados, que ya comienza a ser relevante.

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