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Cómo entender una botella de vino: el tinto

El proceso de elaboración del vino tinto sigue seduciendo a los amantes del vino

Un hombre degusta una copa de vino tinto
Redacció
12/12/2025
3 min

El vino tinto es el más sofisticado de todos los que se pueden encontrar en el mercado y el que goza de mayor prestigio entre los consumidores. Si bien es cierto que la tendencia está cambiando y que en Cataluña el vino blanco ya se bebe más que el tinto, el proceso para elaborar este tipo de vino sigue seduciendo a los amantes del vino.

La principal característica del vino tinto es la maceración que se hace del mosto con los huesos y la piel de las mismas uvas. Este proceso -que no se hace con el vino blanco- provoca la extracción de unos compuestos químicos naturales que se encuentran en la piel y en los huesos y que conocemos como taninos. El contacto con estos compuestos durante la maceración terminará transformando el producto final. Por un lado, le cambiarán el color –el mosto será más oscuro– y, por otro, le darán estructura y cuerpo. Estos compuestos químicos también son los que generarán la astringencia, esa sensación de terciopelo dentro de la boca que a veces deja el vino tinto. Gracias a la labor de los enólogos, esta sensación será sutil e incluso agradable en el paladar.

La edad del vino

La etiqueta de la botella que tengamos en nuestras manos nos dará mucha información sobre qué tipo de vino tinto estamos a punto de beber. Si el vino es joven, por ejemplo, sabremos que ha estado poco tiempo en contacto con la piel y los huesos —quizás sólo cuatro o cinco días— y, por tanto, podemos esperar un vino más bien fresco y ligero y con aroma a fruta. Tendrá mayor astringencia que un vino blanco o un rosado pero muy poca comparada con un crianza o un reserva.

Si la etiqueta nos indica que es un vino de crianza, en cambio, sabremos que el vino ha estado madurando durante dos años, y que, como mínimo, uno de estos dos años habrá estado en barrica de roble y otro en botella. Estos tipos de vinos están más tiempo macerando con los huesos y las pieles y, por tanto, habrán extraído más compuestos y serán mucho más astringentes que los vinos tintos jóvenes. Durante el tiempo que el vino está dentro de la bota, esta astringencia se va corrigiendo poco a poco y, además, el vino va cogiendo también el aroma de la madera de roble, que le dará otros matices. El producto final será más contundente y con mayor cantidad de aromas. Si hiciésemos ese mismo proceso con un vino joven —que no ha macerado mucho tiempo—, la bota alteraría demasiado el gusto del vino y no sería tan bueno. El envejecimiento sólo se puede realizar con los vinos que han estado más tiempo macerando con los huesos y las pieles. Uno de los trabajos de los enólogos, de hecho, es buscar ese equilibrio entre el tiempo de maceración y el tiempo en bota, para que el resultado sea lo mejor posible.

Todas estas características aún se incrementan más en un vino de reserva, que ha estado madurando durante al menos tres años, 18 meses de los cuales, como mínimo, en barrica de roble. La última calificación es la de gran reserva, que garantiza que el vino ha estado envejeciendo durante cinco años, al menos dos de ellos en barrica de roble. Estos tipos de vinos más envejecidos pueden consumirse durante más tiempo porque los taninos incrementan la vida del vino. En cambio, los vinos jóvenes se recomienda beberlos, a lo sumo, al año siguiente a la cosecha de la uva.

Variedad y DO

La variedad de la uva o la zona donde se ha plantado el viñedo también nos da información sobre el vino que queremos consumir. Las variedades ideales para hacer crianzas o reservas son el cabernet sauvignon, el merlot, la garnacha tinta, el syrah o el tempranillo. Otros también se utilizan para hacer vinos envejecidos, como el taladrado, el sumoll o el pinot noir, pero debe hacerse con mucho cuidado. La tierra y las condiciones meteorológicas también van a influir. Una misma variedad de uva plantada en la DOQ Priorat o en la DO Montsant, donde el terreno es de pizarra —la pizarra autóctona— tendrá más color y más cuerpo que si la plantamos en el Penedès o en la Conca de Barberà.

Cada consumidor tiene sus gustos y costumbres pero, normalmente, cuando las personas comienzan a beber vino eligen el blanco, más fresco y ligero. Con el tiempo, empiezan a descubrir nuevos aromas, y el negro, con su complejidad, acaba seduciéndolos.

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