Viajes

De Pau Casals al reggaetón: un viaje a San Juan de Puerto Rico

La música es uno de los pilares identitarios de una isla en la que los artistas lideran manifestaciones para echar a políticos corruptos

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Panorámica de San Juan de Puerto Rico.

Barcelona«Tengo que ballar contigo hoy...» Suenan las notas de Despacito, el gran éxito de Luis Fonsi y Daddy Yankee. «Esta canción se ha convertido en una especie de himno para la gente de Puerto Rico» dice el camarero del club La Factoría, en el centro de San Juan. «Lo sabes, que el vídeo lo grabó aquí, ¿verdad?» añade. No, no lo sabía. Pero descubro que miles de turistas sí lo saben, y por eso entran en este magnífico local abierto en el 2013. Un grupo de jóvenes inversores compraron un edificio antiguo del centro histórico y lo convirtieron en un local con cuatro salas para hacerlo hay cócteles, algunas escondidas. Y manteniendo la estética bohemia del viejo San Juan, como los habitantes definen la parte antigua de la ciudad. Como si el viejo San Juan, más que un sitio, fuera un ser vivo.

Hay que estar alerta en Puerto Rico. Es una isla peligrosa, puede secuestrarte. Llegas pensando que la cantidad de cruceros, llenos de turistas norteamericanos, puede haber convertido esta isla en un lugar sin personalidad, pero si caminas a la tuya por San Juan tarda poco en darte cuenta de que les boricuas, como se conocen los puertorriqueños, tienen tanta personalidad que resiste en una isla fascinante que ha hecho de la música uno de sus pilares. Una isla con menos de cuatro millones de habitantes es la tierra de artistas como Marc Anthony, Ricky Martin, Chayanne, Bad Bunny, Rauw Alexandre y, como no podía ser de otra forma, los responsables de Despacito, Luis Fonsi y Daddy Yankee.

Es una isla orgullosa que ha hecho de la resistencia una forma de vivir. La llegada de los estadounidenses hace más de un siglo, que la tomaron a los españoles, no trajo progreso. Washington ha hecho manos y mangas para esconder todas las injusticias cometidas por su gobierno, como la masacre de Ponce, cuando 19 manifestantes fueron asesinados por la policía estadounidense tras una manifestación independentista pacífica, o cuando se permitieron experimentar con fármacos anticonceptivos con mujeres de Puerto Rico sin informar debidamente a los ciudadanos. En los años 50, cuando los científicos John Rock y Gregory Pincus inventaron lo que podía ser la píldora anticonceptiva, se utilizaron como conejitos de indias cientos de mujeres de Puerto Rico a las que nunca se informó de lo que se les hacía. Sumado a que Puerto Rico no era ni parte de Estados Unidos, ni independiente, sino que estaba en una especie de vacío legal que sólo provocaba pobreza, se entiende que la relación nunca haya sido fácil. Algunos de los cuerpos de élite del ejército estadounidense más condecorados están formados por boricuas, puesto que hacerse militar siempre es la mejor salida cuando no hay trabajo. Mientras miles de jóvenes de Puerto Rico luchaban en Vietnam o Kuwait, otros lo hacían por la independencia en operaciones célebres, como cuando ocuparon la Estatua de la Libertad de Nueva York en 1977 y le colgó en lo más alto la bandera de Puerto Rico; una bandera que, durante décadas, Washington prohibió. Si la mostrabas, podías acabar más de 15 años en prisión. La autodenominada tierra de los libres es así; se quedan la libertad para ellos y no la permiten a los demás.

Quizás porque estuvo prohibida, ahora la bandera está en todas partes. Además, es muy similar a la cubana y, por tanto, tiene el triángulo azul y las franjas, rojas y blancas. «Si el color azul de la bandera es fuerte, significa que es una bandera oficial. Si el azul es suave, azul cielo, significa que es una bandera independentista. El azul original estaba claro, pero después impusieron un azul más fuerte para que pareciera la tonalidad del azul de la bandera estadounidense», explica Andrés desde detrás del mostrador de la magnífica librería Laberinto. Aquí venden libros de fotografías de las manifestaciones del 2017, cuando Puerto Rico, harto de ser castigado por la mala gestión de Donald Trump, salió a la calle. La isla había sufrido dos huracanes que habían destrozado barrios enteros, pero Trump se desentendió. Y el gobernador del momento, Ricardo Rosselló, tampoco estaba demasiado por el trabajo, entre acusaciones de corrupción y la filtración de unos audios con mensajes machistas y homófobos. El resultado fueron manifestaciones históricas contra el gobernador que, por cierto, es descendiente de mallorquines. Estas manifestaciones triunfaron –Roussillon acabó plegando–, y estuvieron lideradas por músicos. Artistas como Ricky Martin también aprovechó aquellos días para reclamar mayores libertades por la comunidad LGTBI. Cantantes de reggaeton como Bad Bunny o René Pérez, Residente, el cantante del grupo Calle 13 también han recibido varias denuncias por su discurso político, siempre crítico con Washington.

Tenía sentido que fueran músicos quienes subieron a camiones exigiendo cambios y más libertad. La música ha salvado a los puertorriqueños y los ha situado en el mapa. Es una isla bendecida por ritmos como la salsa, que habría nacido en barrios de Nueva York hace más de sesenta años gracias a jóvenes músicos latinoamericanos, muchos de ellos puertorriqueños. Uno de los que hizo de la salsa una especie de arte fue Tite Curet, que dejó tal recuerdo entre los ciudadanos de Puerto Rico que le hicieron una estatua justo en el corazón de San Juan, en la plaza de Armas . Su tumba siempre tiene flores. Curet fue enterrado en el cementerio de Santa María de Magdalena de Pazzis, uno de los más bellos del mundo, ya que está justo debajo del castillo del Morro, la vieja fortaleza española, justo frente al mar. El gran Rubén Blades, que versionó canciones de Curet, le dejó una ofrenda en pleno rodaje del vídeo de la canción La Perla del grupo Calle 13. Tres generaciones unidas, ya que Curet sería el abuelo, el panameño Blades el padre y gente como Calle 13, los nietos.

El cementerio de Santa María de Magdalena de Pazzis.

La salsa es un ritmo que pasa de generación en generación gracias a músicos como Héctor Lavoe o Tito Puente, músicos que vivieron entre Nueva York y Puerto Rico. Y es que existe un puente entre los barrios de Nueva York y esa isla, un puente hecho de sueños, lágrimas y música. Una historia de dos tierras que se ha cantado y bailado en Estados Unidos con West Side Story, y también con músicos como Ray Barretto, Willie Colón o bandas como El Gran Combo de Puerto Rico y La Sonora Ponceña. Caminar por esta isla es andar acompañado por la salsa o el merengue, pero también por los nuevos ritmos como el reggaetón, que nació en Puerto Rico a finales de los años 90, con sus letras polémicas y ritmos eróticos, que ha convertido a artistas como Daddy Yankee, Wisin y Yandel, Don Omar, Calle 13 o Nicky Jam en grandes estrellas. Y del reggaetón surgió el trapo latino, liderado por Bad Bunny, Ozuna o De La Ghetto.

Estos ritmos modernos suenan mucho en el barrio de La Perla, una zona de casas pobres cerca del cementerio de Santa María de Magdalena de Pazzis. Durante años era la zona más marginal de la ciudad, con drogas y pobreza. El barrio se había creado cuando se instaló un matadero en tiempos del Imperio Español. Y como entonces los esclavos tenían prohibido vivir dentro de San Juan, quienes trabajaban en el matadero empezaron a construir casas sobre los acantilados, bajo las murallas de la ciudad. En los últimos años, La Perla ha intentado sacudirse la mala fama gracias a la música, con iniciativas para explicar los ritmos locales de raíz africana, como la bomba o la plena, que nacen de la influencia de los esclavos africanos que llegaron por trabajar en las plantaciones de caña de azúcar hace siglos. Cada fin de semana, cuando el sol se pone, en la plaza central de La Perla se pueden ver conciertos improvisados ​​de bomba, en los que se enseña a los jóvenes del barrio cómo cuidar el barril, un tambor grande que se toca con las manos, y en el que los músicos interactúan con los bailarines mientras tocan instrumentos de percusión. La llena, a diferencia de la bomba, es cantada y con instrumentos de viento, y nace de la necesidad de los esclavos de contar su vida cantándola.

Sin embargo, la mayor parte de turistas bajan al barrio de La Perla, ya que fue donde se rodaron muchas partes del vídeo de Despacito, con planos hechos con un dron en el que aparece Luis Fonsi y la modelo local Zuleyka Rivera –ganadora de la edición del 2006 de Miss Universo–, sobre las rocas que separan el mar de las modestas casas de La Perla. Convertida en una de las canciones más escuchadas de todos los tiempos, este tema ayudó a terminar de convertir una zona marginal en un sitio visitado por millones de personas. Los jóvenes locales han llenado los muros del barrio con mensajes como «el barrio de Despacito» para atraer clientela a los bares que se han ido abriendo en la zona.

En Puerto Rico se baila. Los jóvenes lo hacen en La Perla, pero los jubilados lo hacen en el parque de Las Palomas, al otro lado del casco antiguo, donde todas las noches hay músicos tocando salsa. Poder ver cómo personas mayores que viven en una residencia cercana se acercan a él para mover las caderas, a veces con la ayuda de un bastón, no deja de ser un canto a la vida precioso. Bailar para sentirse vivo, para reivindicar una forma de ser, para alejar las penas. Cómo se hace también cada domingo en la plaza de Las Delicias de Ponce, la segunda ciudad más grande de la isla, donde se mantiene viva la tradición de la danza puertorriqueña, un ritmo creado por el compositor Juan Morel Campos que, inspirándose en los bailes de salón de Europa, les añadía algo de ritmos latinos. La tradición dice que esta danza debe bailarse vestido elegante y que las mujeres deben llevar un abanico. En función de si lo abrían o lo cerraban, daban a entender si estaban solteras y dispuestas a bailar. A finales del siglo XIX, las cosas se insinuaban. Ahora, con el reggaetón, las cosas son más explícitas.

Puerto Rico es una isla llena de historias. Uno de los cascos antiguos más bellos del continente, con iglesias, callejones y casas. Y barrios más nuevos como Santurce, que lleva ese nombre porque estaba plano de vascos, como los padres del actor Benicio del Toro. Actualmente, es un barrio moderno inundado de arte urbano. Historias, algunas cantadas y otras escritas, como la novela más famosa del país, La guaracha del Macho Camacho, de Luis Rafael Sánchez, un libro que gira en torno a un atasco en la carretera, mientras suena una canción, esta guaracha, por la radio. Luis Rafael Sánchez, que militó en el independentismo boricua, quiso escribir un libro en el que la lectura tuviera ritmo, ya que era consciente de lo que significaba la música para la población local.

El legado de Pau Casals

Quizás por ese motivo no deja de emocionar que uno de los nombres más respetados cuando se habla de música y Puerto Rico sea un catalán, Pau Casals, que se exilió durante el franquismo; y también es donde había nacido su madre, y donde murió él. Hace años había un museo dedicado a Casals en un edificio de la céntrica plaza de San José, pero mientras se espera si se encuentra un nuevo espacio, el espacio museizado con recuerdos del compositor catalán está en la segunda planta de la biblioteca Carnegie, en la avenida de la Constitución, la gran artería de Puerto Rico, construida por los estadounidenses imitando las calles de Washington, con un capitolio y las estatuas de todos los presidentes que han visitado la isla. Casals se compró una casita en una zona apartada, en la playa de Isla verde, donde siguió trabajando toda su vida; una zona, por cierto, que ha cambiado mucho, puesto que hicieron el aeropuerto justo al lado. Donde más se recuerda el músico de El Vendrell, sin embargo, es en la preciosa sala sinfónica que lleva su nombre, donde cada año se organiza el festival de música clásica que ayuda a muchos jóvenes locales a encontrar un futuro en este mundo profesional.

El legado catalán en Puerto Rico es todavía bastante evidente. Basta con ir al cementerio y ver los apellidos cerca de la tumba de Tito Curet. O investigar las estirpes que crearon imperios gracias al ron, la mayor parte de ellas catalanas, como los Bacardí o los Serrallés. Antes de despedirse de la isla, sin embargo, hay que probar una mallorca, como se conocen las ensaimadas rellenas herencia de las familias que llegaron desde Felanitx o Palma. Las más conocidas son las de la Cafetería Mallorca, local centenario presidido por una gran fotografía de Palma. Sus fundadores dejaron un mejor recuerdo que los Rosellón, la estirpe originaria de Lloseta que vio como uno de los suyos, Ricardo, acababa dimitiendo como gobernador general, forzado por un pueblo que no le toleró que fuera homófobo , racista y corrupto. En ocasiones, el pueblo triunfa. No suele ocurrir, pero cuando ocurre, se celebra con ron y bailando.

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