Bienestar

Las ventajas de ser bajo

Aunque la altura está muy bien vista socialmente, las personas bajas tienen algunas ventajas desconocidas y poco valoradas

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Mara Altman / The New York Times
10/07/2024
6 min

Nueva YorkDesde mi punto de vista -a una altura exactamente de 1,52 metros-, ser alta es una fantasía de superioridad muy extendida que debería haberse jubilado hace tiempo. La exaltación de la altura tenía sentido cuando facilitaba la supervivencia. Siglos atrás, cuando la necesidad de la autodefensa surgía todos los días, oa cada hora, a las personas altas les resultaba más fácil proteger a sus familias y llevar a casa un buen filete de rinoceronte. Hoy, quienes pueden aguantar una jornada entera sentados en una silla de oficina llevan a casa cortes de carne envueltos en plástico.

Existe un debate sobre la altura de la población y qué aporta ésta por la prosperidad y la justicia en un país, pero a mí lo que me interesa es qué supone ser baja individualmente. Nuestros objetivos personales no dependen de vencer a otras personas o animales. Y, aunque así fuera, en la era de las armas de fuego y los drones, ser alto sólo te convierte en un mayor objetivo. El periodista Stephen S. Hall escribió que, en el siglo XVIII, Federico Guillermo I de Prusia pagó sumas desorbitadas para reclutar soldados "gigantes" de todo el mundo y, de esta forma, institucionalizó "la deseabilidad de la altura por primera vez en una gran sociedad postmedieval" y adjudicó un valor tangible a los centímetros, cuyas reverberaciones llegarían a la época moderna.

Los ecos de estos antiguos deseos humanos se nos han quedado metidos en la cabeza hasta el punto de que votamos a los candidatos altos con el supuesto de que son mejores líderes, ya menudo preferimos una pareja alta, sin ningún dato concluyente respecto a si serán mejores que otra. John Kenneth Galbraith, un economista y diplomático de más de dos metros de altura, dijo que la preferencia por los altos era "uno de los prejuicios más flagrantes y disculpados de nuestra sociedad". Otros recurren a medidas extremas para ganar unos centímetros: cada vez hay más personas que gastan miles de dólares en hacerse dolorosas cirugías de alargamiento de las extremidades, y los padres dan a sus hijos sanos hormonas de crecimiento con efectos secundarios desconocidos .

Lo sé porque yo fui una de estas niñas. Cuando era preadolescente, me inyecté a Humatrope durante tres años y medio por orden de mis padres, que temían que me sintiera excluida por ser baja. Entiendo por qué se sentían así, teniendo en cuenta cómo se trata los bajos en nuestra sociedad; una canción cuya letra decía "los bajos no tienen motivos para vivir" llegó al segundo puesto en la lista Billboard Hot 100 unos años antes de que yo naciera. Ahora tengo gemelos, que son los más bajos de la guardería, pero en vez de prepararme para medicarlos por un anticuado prejuicio social, les dejaré ser como son: pequeños. Porque es mejor ser bajo, y el futuro es suyo.

Ventajas escondidas

Sólo hablamos sobre la baja estatura de manera positiva una vez cada cuatro años, a raíz de Simone Biles: vestida con unos leotardos, nos deslumbra. Esto ha impedido apreciar todas las ventajas de las que disfrutan las personas bajas. Por término medio, las personas bajas viven más y presentan una menor incidencia de cáncer. Una teoría dice que esto se debe a que, cuanto menor es el número de células, menor es la probabilidad de que alguna se estropee. Prefiero esto a conseguir encestar un balón algún día.

Los bajos también son conservacionistas natos, lo que es más crucial que nunca en este mundo habitado por 8.000 millones de personas. Thomas Samaras, que lleva 40 años estudiando la altura y es conocido en algunos círculos como el padrino del pensamiento en pequeño –una filosofía poco conocida que considera que lo pequeño es superior–, calculó que, si mantuviéramos las mismas proporciones pero fuéramos un 10% más bajos, sólo en Estados Unidos se ahorrarían 87 millones de toneladas de comida al año (por no hablar de los billones de litros de agua, los miles de billones de unidades térmicas y millones de toneladas de agua basura). "No quiero que nadie se sienta mal por ser alto, pero es el momento perfecto para ser bajos", dice Samaras con franqueza.

Los padres presumen de cómo comen sus hijos y que los zapatos nuevos les van pequeños muy pronto, como si fuera una insignia de honor. Mis hijos comen como un pajarito —no pasa nada, están sanos— y, debido a sus percentiles bajos, ahorramos dinero y comida y les van bien los mismos zapatos todo el año.

Las personas bajas no sólo ahorran recursos, sino que, a medida que éstos escaseen debido al aumento de la población de la Tierra y el calentamiento global, quizá sean los más aptos para sobrevivir a largo plazo (y no sólo para que podamos caber a más personas en las naves espaciales cuando nos obliguen a salir de este planeta que hemos destrozado). En el libro Sápiens, Yuval Noah Harari escribió sobre una población humana primitiva que habitó una isla llamada Flores. Debido a la subida del nivel del mar, quedó aislada de otras masas continentales. "Las personas gordas, que necesitan mucha comida, fueron las primeras en morir", escribe Harari.

Varias generaciones después, los isleños evolucionaron para plantar árboles de un metro de alto. Podían hacer todo lo que hacían los más altos humanos —fabricar herramientas, cazar—, pero también mantenerse con vida cuando venían tiempos difíciles.

Cuando te emparejas con personas más bajas, estás salvando potencialmente el planeta al reducir las necesidades de las próximas generaciones. Reducir la altura mínima de tu pareja ideal en tus perfiles de las aplicaciones de citas es un paso más hacia un planeta más verde.

Los hombres compensan la poca altura

Nancy Blaker, investigadora afincada en Países Bajos que estudió el estatus social, afirma que los hombres bajos, contrariamente a los estereotipos dominantes, podrían "compensar" su estatura menor desarrollando cualidades positivas. "No se trata de ser agresivos y crueles: los hombres bajos se comportan de formas estratégicamente inteligentes que también pueden consistir en ser más prosociales", dice. Mi marido, que mide 1,70 metros, dice que habría sido más sencillo ser alto que tener que esforzarse en desplegar su ingenio, pero sé que no estaríamos casados ​​si la mandíbula no me hubiera hecho tanto daño después de reír tanto después de nuestra primera cita.

El problema es que seguimos creyendo la misma idea ilusoria que, por norma general, más siempre suma valor. Me lo explicó mi antiguo endocrinólogo, Alberto Hayek. Cuando localicé al doctor, que ahora está jubilado, le pregunté por qué los padres cuyos hijos no padecen ninguna enfermedad les dan hormonas de crecimiento. Me dijo que, en una sociedad capitalista, es lógico que quiera ganarse altura. "Todo es grande: los edificios, las empresas...", dijo, y luego me explicó que los padres, cuando piensan en su descendencia, reflejan la mentalidad de que un mayor tamaño equivale a mejor.

Otra endocrinóloga, Adda Grimberg, directora científica del Centro de Crecimiento del Hospital Infantil de Filadelfia, dijo que, aunque existe un verdadero "altismo", los padres preocupados creen, equivocadamente, que la altura es la clave del éxito y del sentido de pertenencia. "Hay algunas personas bajas que prosperan y les va muy bien, que llevan vidas fantásticas, y hay personas altas muy miserables –dice Grimberg–. No es la altura en sí misma lo que determina el resultado".

Estoy de acuerdo. Como persona baja, he descubierto que lo único que no puedo hacer es tomar cosas de las estanterías altas. Pero esto no es ningún problema en el supermercado, porque a las personas altas les encanta conseguir cosas: les hace sentir que sus excesivas extremidades todavía sirven para algo.

En algunos rincones del mundo, todavía se enaltece la estatura baja. Arne Hendriks, conferenciante y artista que mide 1,95 metros, mide performances y exposiciones para animar a las personas a acoger la baja estatura. Incluso ha restringido los lácteos de la dieta de sus hijos y sólo les permite una cantidad mínima de azúcar para intentar liminar su crecimiento y así ahorrarles los daños que implica la altura. "Es hora de que los altos dejemos de creernos superiores –dice Hendriks–. No te confíes demasiado para que seas alto, porque probablemente morirás más joven, tendrás más enfermedades y contaminarás más".

El futuro que yo imagino es diferente: quiero que los hijos de mis hijos sean más conscientes del valor de ser bajo. Quiero que presuman de sus piernas cortas, y que cuando uno de ellos llame "¡Yo soy el más bajo!", el otro se arrodille para ganar ventaja y conteste: "No, yo soy el más bajo".

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