Opinión

Lloret

29/10/2025
2 min

Todos son iguales, decía mi abuelo, que había pasado la guerra. Murió, y mi madre también decía que todos eran iguales. También murió y, entonces, el otro día, me sentí a mí mismo diciendo en una conversación: todos son iguales. En los últimos tiempos la frase se ha esparcido de la política en las discusiones literarias, inunda las calles y las tiendas. "Todos son iguales" se aplica igualmente a ámbitos públicos y privados. "Todos son iguales" es una señal de fatalismo y cadena.

Coincidiendo con el período de recaudación del impuesto catalán por el CO₂, se publica la noticia de que la Generalitat reanuda los esfuerzos para alargar la autopista del Maresme hasta Lloret. Según el secretario de Movilidad e Infraestructuras del departamento de Territorio, Vivienda y Transición Ecológica, Manel Nadal –72 años, biólogo de formación–, con "tren, tranvía y autobús no es suficiente; hay que seguir apostando por una vía de alta capacidad".

La noticia ha pasado desapercibida porque ese daño no quiere ruido. Quizás en la tercera irá la vencida. El proyecto de autopista en Lloret tiene más de treinta años y los tribunales ya lo han suspendido un par de veces por motivos ecológicos. La última vez fue hace tres años, porque no cumplía con la ley de cambio climático del 2017, aprobada justo antes del referéndum. Pero la destrucción de bosques sólo sería el efecto inmediato. El efecto más profundo, y buscado, es seguir turistificando. La autopista no está en Lloret, sólo, sino en la lloretización de todo el país.

El gobierno Isla persistirá con el mismo entusiasmo que persistió en su momento el gobierno Mas. No habrá ninguna diferencia. Proyectos como la ampliación del aeropuerto o la demolición de la lengua catalana, tienen consenso político. Entonces se oye la frase, todos son iguales.

El problema con la igualdad es que, primero, debes imponerla: la naturaleza humana es tan rica y variada como esos bosques que vuelven a querer asfaltar. El segundo problema es que sólo es posible igualar a la baja. La igualación es inmoral, porque si todos somos iguales nada es culpa de nadie. Si todos somos iguales, termina que no existimos.

Durante un tiempo se escuchó un lema que defendía la diferencia, es decir, la libertad. Si nos sacan uno, decía el lema, le pondremos otro. Era una fórmula sencilla y duró lo que duró. Es muy natural que los políticos se adapten al sistema, hasta que se igualan, como digo, a la baja. Pero la realidad rompe las puertas y sale como sea, con más violencia cuanto más se la ha comprimido, y todo el mundo sabe que es por efecto de esa violencia que aparecen los partidos nuevos y extremistas.

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