Adiós a un mito: comprar la comida en una cooperativa no sale más caro que hacerlo en el supermercado

Crece este modelo de consumo ecológico y de proximidad, pero lo hace con opciones más grandes, como los supermercados cooperativos

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Recollint una cesta de productos directamente del labrador

BarcelonaQuien compra los alimentos en una cooperativa de consumo no lo hace por cuestión de precio. Pero podría hacerlo. Un nuevo estudio presentado este jueves rompe el mito de que comprar en una cooperativa agrícola salga mucho más caro. De hecho, el gasto semanal acaba siendo el mismo (33,61 euros), y al final del año un usuario de cooperativa gasta 1.752,54 euros en alimentos mientras que el consumidor habitual de supermercados normales se gasta 1.752,10 euros. Estos son los resultados de un informe elaborado por la cooperativa El Pa Sencer a partir de entrevistas con familias de cinco cooperativas diferentes de todo Catalunya. "Si miras el precio por unidad de producto en un lugar y el otro, sí que pagas más por el de cooperativa porque la calidad es mucho mayor y porque se paga un precio justo al productor, pero quizás pasa que compramos menos y al final gastamos igual, porque no compras diez paquetes de frankfurts y te gastas ese dinero en un buen bistec de ternera, por ejemplo", explica Laia Vidal, que lleva muchos años en el mundo de las cooperativas.

Vidal ayudó a fundar una cooperativa en Barcelona hacia el 2005, pero hace cinco años se fue a vivir a Llinars del Vallès y desde entonces forma parte de la cooperativa La Fresca de Cardedeu. Cuando entró en 2017 eran unas 43 familias, dice, y ahora ya son 140. Está claro que es un modelo de consumo al alza, a pesar de los altibajos que ha sufrido desde el gran boom de inicios del siglo XXI. Mucha gente que, como Laia, impulsó las primeras cooperativas en Catalunya en aquel momento generó una pequeña "crisis generacional" una década más tarde: muchas lo dejaron porque a menudo ya no tenían tanto tiempo como antes para dedicar a la cooperativa. En muchos casos entró gente nueva, pero también "se abrió todo un debate sobre el modelo", explica.

"Un debate entre los que querían seguir siendo cooperativas pequeñas de autoabastecimiento como al principio, un modelo que no puede crecer mucho porque, si no, no es gestionable y que generaba muchas listas de espera para entrar, y los que han querido ir a un modelo más de supermercado cooperativo para poder sumar más familias", explica. Estos "supermercados cooperativos" son precisamente los que están creciendo más ahora mismo, como una forma de dar salida a la gran demanda que tiene este tipo de consumo hecho con conciencia: productos de proximidad y de temporada, de calidad y muy a menudo ecológicos, y con una relación directa con los agricultores y ganaderos que te abastecen.

De hecho, según el estudio mencionado, Mapeo sobre el precio y el valor de los alimentos en Catalunya, si a la cesta de la compra convencional le sumamos "los costes invisibles" de los supermercados comunes, aquellos que pagamos todos con nuestros impuestos, la opción de cooperativa incluso sale más barata. Se refieren a las subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) europea, pero también a "los costes ambientales, la contaminación de acuíferos o los costes de salud", que en total elevan el coste anual de la cesta común a 2.189,1 euros anuales. "Nos pensamos que en el supermercado normal la comida es más económica, pero lo que nos encontramos es que hay un precio escondido, las externalidades, que al final también estamos pagando", dice uno de los autores del informe y líder de Soberanía Alimentaria, Gustavo Duch.

La crisis de precios actual, además, refuerza este encarecimiento de la opción convencional. "Los precios de los alimentos suben no solo por la guerra en Ucrania, también por el encarecimiento del petróleo que se usa para los fertilizantes" que las opciones más ecológicas de las cooperativas a menudo no usan, explica Duch. "Este estudio interpela a las administraciones, porque no puede ser que en un momento de crisis climática (la agricultura –intensiva e industrializada– genera un cuarto de las emisiones mundiales) y, además, de crisis alimentaria se siga apostando por la agricultura convencional, porque vemos que la opción de proximidad y de calidad no es más cara y a la vez resulta ser más resistente a las crisis como esta del petróleo", añade.

De hecho, Vidal asegura que durante la pandemia de covid, por ejemplo, a su cooperativa "le fue muy bien" porque no dependían del comercio internacional parado, y todavía sumaron nuevos proveedores que se habían quedado sin sus clientes habituales, que eran restaurantes y escuelas de la zona.

Una compra consciente y "por militancia"

"La compra en cooperativa sale más económica que en un supermercado ecológico, sea grande o de barrio, pero en el supermercado ordinario sí que los precios de la fruta y la verdura son más baratos", dice Laia Comas, que ayudó a fundar en 2003 la cooperativa L'Aixada en el barrio de Gràcia de Barcelona, con un conjunto de 40 familias. Aun así, asegura que "no le sorprende" el resultado del estudio, porque con la cooperativa "te saltas los intermediarios pero se paga un precio más justo al proveedor". De aquellas 40 familias fundadoras quedan una quincena, entre ellas la suya, pero la cooperativa continúa teniendo una cuarentena de miembros. Es de las que han decidido mantenerse pequeñas y autogestionadas y por eso han fijado el límite de 40.

En cooperativas pequeñas a menudo los miembros pueden ir incluso a ayudar al agricultor a cosechar patatas. Esto ya no es así en los supermercados cooperativos que están en auge. No son supermercados normales, claro: solo pueden comprar los socios de la cooperativa, pero intentan proveer de más cosas, no solo fruta y verdura, siempre siguiendo los criterios medioambientales y sociales que haya acordado la cooperativa. El hecho de tener un número más alto de socios permite incluso tener alguna persona contratada que hace el trabajo que, en modelos más pequeños, hacían los cooperativistas. "En la cooperativa pequeña me tocaba una vez al mes ir a hacer las cestas con el pedido de todas las familias, ahora solo te toca una vez al año", explica Vidal.

Pero, en general, los que optan por cooperativa destacan justamente que el precio no es el factor determinante para ellos. "Yo lo vivo como una forma de militancia política", dice Davide Nuzzolo, italiano establecido en Cardedeu que también forma parte de la cooperativa La Fresca. Una militancia por una agricultura que no genera cambio climático, por ejemplo, pero no solo. "Me gusta que la fruta esté sucia, la sensación que viene de la tierra", explica, quizás porque su familia en Italia era labradora. Y destaca también esta opción de consumo "como una forma de hacer red, de tener un espacio de ocio y de conexión con la gente del territorio", dice: "Y eso no tiene precio".

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