Brasil

Así es la herida medioambiental de cuatro años de Bolsonaro

La deforestación se ha disparado en todos los ecosistemas de Brasil y es especialmente grave en la Amazonia, que está cerca del punto de no retorno

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Árboles quemados en Oporto Velho, al oeste del Brasil: los incendios son a menudo el primer paso en la deforestación.

BarcelonaEl presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, acumula cinco denuncias en el Tribunal Penal Internacional de la Haya por crímenes contra la humanidad. Dos de ellas son por su política negacionista del covid, que ha dejado en el país miles de muertos, y las otras son por genocidio a los pueblos indígenas y por ecocidio. Los propios indígenas brasileños y una ONG austríaca llevaron el año pasado al TPI denuncias paralelas que presentaban los crímenes medioambientales de Bolsonaro como crímenes de lesa humanidad, empezando por la deforestación de la Amazonia. La selva tropical más grande del mundo, y como tal uno de las principales captadoras de CO₂ del planeta, ha perdido 34.000 kilómetros cuadrados de vegetación en los tres primeros años de Bolsonaro (del cuarto todavía no se tienen datos completos). Una superficie equivalente a toda Catalunya más la mitad de las Baleares.

"Los cuatro años de Bolsonaro han sido una tragedia para toda la humanidad", dice el profesor de ecología política de la Universidad Federal de Bahía, Felipe Milanez, convencido él también de que se puede hablar perfectamente de "ecocidio". "Ha habido una explosión de deforestación en todos los ecosistemas de Brasil, no solo en la Amazonia: con Bolsonaro tuvo lugar el peor incendio en el Pantanal de toda la historia, que fue una masacre de animales", explica, en alusión a los devastadores incendios que en 2020 quemaron durante meses y mataron hasta 17 millones de animales en este bioma ubicado en el sudeste del país y que es el humedal de agua dulce más grande del mundo. A la vez, en el oeste de Bahía, en otro ecosistema diferente como es la sabana tropical del Cerrado, "se dan las tasas de deforestación más alta fuera de la Amazonia" por la expansión de los cultivos de soja, dice Milanez.

Milanez usa también otro término que utilizan ya otros muchos brasileños para hablar de la política de Bolsonaro hacia los recursos naturales brasileños: saqueo. "Las organizaciones criminales que saquean la Amazonia se han visto favorecidas por el gobierno ultra de los últimos cuatro años", asegura el académico. Bolsonaro ha recortado la financiación a todas las agencias públicas medioambientales y ha puesto el ejército al cargo de la coordinación en la lucha contra los crímenes medioambientales. "Esto está permitiendo por ejemplo que las acciones de fiscalización sean anunciadas previamente, cosa que da tiempo a los criminales para marcharse, o que la maquinaria requisada no se destruya", explica Adriana Ramos, del Instituto Socioambiental de Brasil.

"Toda la política [de Bolsonaro] se ha hecho en términos de promover y proteger la deforestación ilegal y abrir las áreas protegidas a la exploración", afirma Ramos, y denuncia que en los territorios indígenas –que como tales legalmente son zonas vedadas a la explotación– la deforestación ha crecido "un 300% o 400%" en los años de Bolsonaro. El principal responsable, en estos casos, ha sido la minería: la permisividad de Bolsonaro ha impulsado una fiebre del oro que ha tenido episodios de violencia y asesinato contra tribus indígenas de la Amazonia. En términos generales en toda la selva amazónica, sin embargo, es la explotación ganadera y agraria la que genera más deforestación.

El primer año de gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil, la tasa de deforestación de la Amazonia se disparó cerca de un 30% y volvió a las cifras de hacía once años. Desde entonces se ha mantenido cada año por encima de los 10.000 kilómetros cuadrados de superficie desforestada, cuando se había llegado a 4.500 kilómetros cuadrados de deforestación en 2012 como pico más bajo, con datos del INPE, el maltratadod Instituto de Investigación Espacial Brasileño, al que Bolsonaro ha recortado fondos.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.

El plan para combatir la deforestación que impulsó en 2004 el hoy candidato de nuevo a la presidencia, Luiz Inácio Lula da Silva, inició un decrecimiento en la pérdida de bosque anual en la Amazonia, que se reforzó todavía más con la moratoria para la deforestación por cultivos de soja que se impuso en 2006. Esa moratoria todavía hoy prohíbe cualquier nueva deforestación en la Amazonia si es para cultivar soja. Y, al menos hasta la llegada de Bolsonaro, esa prohibición se estaba cumpliendo, aunque fuera por la presión comercial de las empresas extranjeras importadoras que no querían ver su nombre vinculado al término deforestación. "El cambio de gobierno [de 2019] debilitó la moratoria", asegura Ramos. Pero el efecto rebote de esta moratoria fue la destrucción de otro ecosistema brasileño: la sabana tropical del Cerrado, la más biodiversa del mundo. En este bioma, que ocupa 200 millones de hectáreas en el nordeste de Brasil y en especial en la región central conocida como Matopiba, es donde más están creciendo los cultivos de soja a costa de unas tasas crecientes de deforestación.

La bancada ruralista, que representa al poderoso sector agrícola y de los terratenientes en el Congreso brasileño, tiene cada vez más poder. Y justamente en el Senado todavía están pendientes de aprobación nuevas legislaciones de Bolsonaro que permitirían "legalizar deforestación que ahora se considera ilegal y amnistiar parte de la deforestación que ya se ha hecho ilegalmente", explica Ramos. En las elecciones del 2 de octubre, el partido de Bolsonaro fue la fuerza más votada en el Parlamento y en el Senado, pero la aprobación o no de estas leyes dependerá de las alianzas que el partido de Lula da Silva está intentando tejer con las fuerzas de centroderecha. "Marcará la diferencia quién gane la presidencia, porque tendrá más fuerza para conseguir mayorías", dice Ramos.

A pesar de que la Amazonia no es en realidad el pulmón del planeta (lo son los océanos, que producen la mitad del oxígeno que respiramos), sí es una pieza indispensable para estabilizar todo el sistema climático de América del Sur. A escala global, además, sí juega un papel fundamental como captador de carbono. Pero un estudio científico ya aseguraba en 2021 que el bosque amazónico, en algunas zonas muy degradadas, ha dejado de absorber CO₂ y ha pasado a expulsarlo. El último Índice Planeta Vivo de WWF, publicado este mismo octubre de 2022, alertaba también de que la Amazonia está "a punto de su punto de no retorno", un hecho que no haría más que alimentar la crisis climática. "Tenemos la sensación de que si Bolsonaro gana las elecciones –dice Ramos– llegaremos a este punto de no retorno muy pronto".

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