50 años del golpe de estado en Chile

Toda una vida buscando a los padres que Pinochet hizo desaparecer

La historia de Luis es la historia de muchas familias chilenas secuestradas y torturadas durante el régimen

Natàlia Pérez
5 min
Patricia fotografiada en su casa durante la entrevista con el ARA

Santiago de ChileEl único recuerdo que Luis ha podido rescatar de aquella noche, después de años de dolor y de una buena dosis de terapia, es la imagen de la celda donde le encerraron con un hombre ensangrentado tumbado en el suelo, otro que lo observa por el ventanal, y su madre que le habla mientras él la escucha. Luis Emilio Recabarren Mena, conocido como Puntito porque iba siempre enganchado a sus padres, tenía dos años y medio cuando vivió ese momento. Fue detenido por agentes de la inteligencia chilena (Dina) el 29 de abril de 1976, en plena dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), junto a su madre, Nalvia, que tenía 20 años y estaba embarazada de tres meses; su padre, Luis Emilio, de 24 años, y su tío Manuel, de 22. Los tres militaban en el Partido Comunista y volvían juntos a casa cuando les secuestraron.

"Aquella noche, después de estar encerrado, me empujaron desde un coche y me abandonaron a pocos metros de la casa de mis abuelos, donde vivíamos. Un vecino me encontró, y me acompañó", explica Luis al ARA, por teléfono desde Suecia, donde vive. Al día siguiente, a primera hora, su abuelo Manuel salió en busca de sus dos hijos y su nuera, pero nunca volvió. También fue detenido por el régimen. Hasta la fecha, la familia no sabe qué ocurrió con ninguno de los cuatro, pero su arresto y desaparición han marcado a fondo cuatro generaciones de los Recabarren.

flores sobre retratos a las víctimas del golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 liderado por el general Augusto Pinochet en una ceremonia antes del 50 aniversario del golpe

Cuando se conmemoran 50 años del golpe de estado, orquestado por Estados Unidos, su historia reflota. Más aún cuando la semana pasada, el presidente chileno, Gabriel Boric, anunció un inédito plan en el que por primera vez el estado buscará a los más de 1.100 desaparecidos que quedan por encontrar. Luis celebra la iniciativa, pero cree que llega demasiado tarde. “Chile tiene una deuda muy grande. Si el país quiere salir adelante, habrá que saber qué ocurrió”, dice.

"Es un funeral eterno"

La puerta principal de la casa de Ana González –o Anita, como le decía casi todo el mundo–, abuela de Puntito y esposa, madre y suegra de los cuatro detenidos desaparecidos, está cerrada con una cadena y un candado sin llave desde 1976. “Cada vez que se abría y chirriaba, mi madre pensaba que eran ellos, que habían vuelto. Para acabar con esa espera eterna, una tortura permanente, la cerró con el candado”, explica Patricia Recabarren, la menor de los seis hijos de Ana González y Manuel Recabarren, tía del Puntito.

Después de esa traumática noche, el pequeño Luis quedó mudo unos meses y marcado durante años: “El dolor siempre ha existido, hasta hoy. Es como un funeral eterno”, dice. Cree que fue liberado a cambio de prisión, tortura y desaparición de los padres. “Es una paradoja muy grande porque, para mí, fueron verdaderos héroes, pero a la vez me dejaron huérfano. El coste político que pagaron fue muy alto”.

Tanto Patricia como Luis han vivido el exilio, en Argentina y Suecia, respectivamente. Ella atravesó los Andes con 17 años, sola y con un papel escondido en el pecho con un número de teléfono. Regresó a Chile con 40 años, casada y con una familia propia. Él se marchó de Santiago con 11, con su abuela materna, y hasta hoy vive en Estocolmo. "Me daba miedo irme por si mis padres aparecían y nosotros no estábamos", recuerda. Su profesión de bailarín le "ha aliviado la angustia", pero durante décadas, de vez en cuando, la depresión reaparecía: "El dolor volvía como una carta de correos". A sus 40 años se sometió a una terapia contra el trauma, y sólo entonces pudo aceptar la desaparición.

La dictadura dejó a más de 40.000 víctimas, entre ellas más de 3.200 opositores asesinados, de los que 1.469 sufrieron desaparición forzada. De éstos, todavía falta encontrar 1.162, según las últimas cifras oficiales.

Matriarca con carácter

Anita, una matriarca con carácter, dura y cariñosa al mismo tiempo –dicen hija y nieto–, hurgó entre los cientos de cuerpos sin identidad del Instituto Médico Legal (la morgue), e inspeccionó hospitales, maternidades, prisiones de hombres y mujeres, centros de detención y tortura, y cementerios. “Buscar quería decir deambular todo el día: «¿Adónde vamos ahora? ¿A qué puerta llamamos?» En ese momento todavía éramos familiares de los presuntos desaparecidos, no los reconocían como tales”, explica Patricia.

El Puntito no olvida las tardes que pasaba en las diferentes organizaciones que ayudaban a buscar desaparecidos políticos, como la Vicaría de la Solidaridad o la Agrupación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos (AFDD), una de las más destacadas del país, que la su abuela fundó junto con otras viudas, hermanas y madres. “Mientras las mujeres fumaban y discutían, yo escuchaba y absorbía todo ese clima”, recuerda. Participaba también en las manifestaciones para exigir justicia con panfletos, pancartas y una imagen con fotos de sus padres colgada en el pecho.

Imágenes de algunos de los desaparecidos

Aunque era muy buen estudiante, cuando tenía 10 años dejó de ir a clase para dedicarse en cuerpo y alma a buscarlos: “Sentía mucha rabia y dolor y tenía la necesidad de hacer algo”. Recorrió la periferia de Santiago en autobús, pensando que quizás habían enloquecido o vivían en la calle, solos. “Caminaba y caminaba buscando a los padres y pensaba en todas las torturas que tuvieron que soportar, sobre las que había leído en testigos de supervivientes”, explica.

Con cada hallazgo de nuevos restos humanos localizados, la familia se esperanzaba que podían ser los de los suyos y que podrían, por fin, saber la verdad. “Siempre los buscamos en vida, pero llega un momento en que te autoconvences de que ya no”, admite Patricia.

“Nunca dejas de buscar”

Anita González se convirtió en un símbolo de lucha incansable por los derechos humanos en plena dictadura. Hizo cuatro huelgas de hambre, se encadenó a las puertas del antiguo Congreso de Santiago y viajó durante cuatro meses por Europa y Estados Unidos para dar a conocer al mundo las atrocidades del régimen de Pinochet.

En el 2000, ya en plena democracia, con varios hijos y nietos, interpuso una denuncia por pedir justicia (Luis se sumó en 2019), que ha recibido la sentencia definitiva a finales de julio de 2023. La Corte Suprema condenó a penas de entre 15 y 20 años de cárcel a nueve exagentes de la Dina por el secuestro de los cuatro miembros de la familia Recabarren. “Es un pequeño triunfo, pero todavía no sabemos dónde están”, lamenta el Puntito. “Nunca dejas de buscar, y ahora ya son mis hijos quienes también quieren saber dónde están sus abuelos”, añade.

A Patricia le gusta recordar una de las frases más evocadoras de su madre, que murió en octubre del 2018, con 93 años: “He convertido mis lágrimas en lucha, pero quiero llorar, quiero llorar a lágrima viva; sólo lo haré –pero– cuando se sepa la verdad y haya justicia”.

 

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