Desde que va morir el papa Francisco, las casas de apuestas han habilitado un espacio en sus webs para que, además de pronosticar quién ganará un partido de fútbol o una carrera de caballos, todo el mundo pueda jugar dinero augurando qué cardenal será papa. Estas multinacionales, siempre atentas a las ocasiones de negocio, saben que, a priori, este cónclave se prevé largo e incierto.
Hay que recordar, por un lado, una norma inmutable que rige las elecciones de los papas desde el siglo XIII: son necesarios dos tercios de los votos. Así, ninguna facción o grupo de presión puede imponer su candidato al conjunto del catolicismo. El efecto colateral es evidente: un papable controvertido fácilmente genera una minoría de bloqueo, porque un tercio de los votos es suficiente para impedir su elección.
Por otra parte, la gran heterogeneidad del colegio cardenalicio, expresamente querida por Francisco, puede ser un impedimento para un desenlace rápido. No sólo encontramos prelados de 71 países diferentes, sino que, por primera vez en la historia, los europeos (53 sobre un total de 135 votantes) son minoría. Una consecuencia obvia es que preocupaciones muy importantes en Europa, como la moral sexual o el rol de las mujeres en la Iglesia, pueden no serlo en todas partes. Otra es que, contrariamente a lo que ocurría antes, los electores a menudo no se conocen personalmente, hablan lenguas diferentes y tienen trayectorias diversas. Por eso las congregaciones previas al cónclave, en las que cualquier cardenal puede tomar la palabra, a pesar de pasar bastante desapercibidas para la opinión pública, son tan importantes.
Llegados a este punto, cuando los cardenales se cierren en la Capilla Sixtina, ¿qué podemos esperar?
Parece claro que el núcleo decididamente opuesto a las reformas iniciadas por Francisco ya habrá buscado promover alguna candidatura. Pero ese grupo involucionista tiene dos factores en contra. En primer lugar, siendo cardenales de la Iglesia católica no han dudado en hacer pública su oposición al Papa, algo inaudito de que sus cofrades más responsables no olvidarán. En segundo lugar, dado que 108 de los votantes han sido hechos cardenales por Francisco, difícilmente alcanzarán la mayoría requerida.
Por eso, los ultraconservadores buscarán argumentos para subir a su carro otros cardenales, empezando por aquellos marginados por Francisco por haber ocultado abusos sexuales o por falta de transparencia financiera. También, tal vez, por ejemplo, propongan un candidato africano, para ganar votos del Sur global, o prometerán más firmeza contra los gobiernos que han perseguido a los católicos (en Venezuela, en Nicaragua, en China…), dado que la política de apaciguamiento con estos estados llevada a cabo por Francisco (y, no lo olvidemos, por lo) grupo significativo de purpurados asiáticos o americanos.
El discurso interesado de la "polarización"
Si estas estrategias no dan resultado, el grupo conservador ya ha mostrado cuál será su tercera jugada. Si, a la muerte de Francisco, gran parte de los comentarios insistían en completar las reformas, una semana después el tono global en la prensa, donde este sector tiene potentes altavoces, ha cambiado radicalmente. Ahora se habla de la "polarización" que Francisco ha provocado –¡a pesar de no haber cambiado una sola coma del derecho canónico!– y de la necesidad de un papa que garantice la "unidad" de la Iglesia. ¡Incluso se avisa del riesgo de un "cisma" si quien es elegido continúa el rumbo de Francisco! Tras esta amenaza no es difícil ver la voluntad de crear un consenso en torno a un pontífice moderado –y, seguramente, de avanzada edad– que pueda poner, como mínimo, un freno temporal a los cambios de los últimos años.
Ante estos seductores llamamientos a la unidad –pontífice, etimológicamente, significa "constructor de puentes"–, tampoco es seguro que en el grupo de cardenales más partidario de proseguir las reformas o, al menos, de mantener la centralidad del discurso social en la Iglesia que ha caracterizado al pontificado de Francisco haya algún capaz de aglutinar a una mayoría cualificada. Algunos son demasiado jóvenes, porque tienen menos de 60 años. Muchos, además, son europeos e incluso algunos de los nombres que más suenan en los periódicos son italianos. Después de tantos siglos de dominio italiano en el cónclave, ¿aceptarán los demás electores volver a un papa italiano o, al menos, europeo? Esta corriente tendrá que encontrar un buen candidato, posiblemente no europeo y de edad avanzada.
A favor de la elección de un papa moderado y de perfil bajo juega también otro factor. Desde hacía tiempo, quizás desde que en 1978, en plena Guerra Fría, los cardenales eligieron a un arzobispo polaco, la geopolítica no había condicionado tanto a un cónclave. Vamos, parece, hacia una confrontación global y descarnada entre Estados Unidos y China, mientras la Unión Europea y sus valores pierden peso e influencia. Las tendencias neoliberales y las barreras a las migraciones contra las que Francisco se había pronunciado inequívocamente parecen generalizarse. Históricamente, en situaciones internacionales como ésta, la prioridad absoluta de los cardenales ha sido salvaguardar la independencia de la Iglesia frente a las presiones de cualquier potencia o los intentos de supeditar la doctrina católica a sus intereses. Pero, ¿cuál sería la contrapartida de esta opción? Una Iglesia gris, recluida sobre sí misma, a la que nadie escuche, sin el tono profético y la atención a las "periferias" del papa Francisco.
En suma, son tantas las variables importantes en este cónclave y es tan alta la incertidumbre que mi consejo, si lo desea, sería: no se juegue dinero por ningún cardenal. Tiene más probabilidades de acertarla apostando por quien ganará la Liga.