Trump jugando al golf en el Trump International Golf Course Links de Aberdeen, en Escocia.
29/11/2024
3 min

Hasta el 20 de enero de 2025 la guerra no dejará de sobrevolar Europa. Tanto en forma de misiles intercontinentales balísticos lanzados por Putin –una especie de aperitivo de su constante amenaza nuclear– como con salidas retóricas, como las del general Valeri Zalujni –excomandante militar ucraniano y ahora embajador en Londres–que no es está de decir que la Tercera Guerra Mundial ya ha estallado, pero los aliados europeos no quieren darse cuenta. Quizás sí que la guerra se cierne sobre Europa, pero no se ve que tenga ninguna intención de aterrizaje. Y cómo debería tener intención, si solo falta un mes y tres semanas para que Donald Trump se proclame dueño de Occidente ya la vez amigo de Vladimir Putin, dueño de una sexta parte del mundo.

No me parece que vivamos con la Tercera Guerra Mundial cerca. Por dónde sí parece que hemos empezado a transitar es por los tiempos que prefiguran el camino de un armisticio entre Moscú y Kiiv. Vivimos la escalada que precede al acuerdo. Y el primer indicio habría emergido de Donald Trump cuando ha anunciado el nombramiento del general retirado Keith Kellogg –su antiguo jefe de Seguridad Nacional– como encargado de terminar la guerra en Ucrania. Sin embargo, hasta que Kellogg llegue y despliegue sus mecanismos, seguiremos siendo observadores de amenazas y de mucha charla. Resulta curioso que Volodímir Zelenski se hubiera expresado optimista diciendo que con Trump la guerra terminaría más rápidamente. Quizás intuía la llegada de Kellogg.

Zelenski no puede más, debiendo soportar casi todos los días drones rusos que rompen las defensas y los sistemas energéticos. Ucrania no ve cómo aguantar el invierno ni hacer frente en el 2025. En cambio, Putin ve en el 2025 con optimismo paradójicamente por los mismos motivos de Zelenski: porque con la toma de posesión de Trump todo irá más rápido. El dictador ruso no niega que hay que ir deprisa porque no quiere que la guerra se convierta en un conflicto congelado que daría margen a los aliados occidentales a rearmar a Ucrania. Al igual que la OTAN y la Unión Europea temen que una paz acordada con supervisión de Trump, y situando a Ucrania en una neutralidad frágil, dé a Putin impulso para continuar los ataques a medio plazo.

¿Cuál es la solución?

Mirando a Europa, y un poco a Estados Unidos, no estoy de decir que las soluciones ambiguas, acompañadas de pereza y parsimonia, como tantas hemos visto –desde los Leopard y los F16 que no acababan de llegar hasta los misiles enviados por Biden a toda prisa—no pueden llamarse soluciones. Y agarrándonos fuerte a las palabras –aunque quien las dice no nos guste-- propongo no pasar por alto las de Putin asegurando, según Reuters, que está dispuesto a discutir con Trump un alto el fuego: detectaba ya desde el Kremlin la misión del general Kellogg? Pero surge la sospecha: quizás sólo sea propaganda. Quizá Putin sólo busque debilitar a los aliados europeos. Voces académicas claras y realistas dicen que no se llegará a ninguna parte si el alto el fuego y el armisticio no prevén zonas desmilitarizadas y tropas de interposición europeas.

Mientras pasa el mes y las tres semanas hasta el 20 de enero, seguro que los sobresaltos se mezclarán con alguna expectativa positiva. Quizás de lo que menos se habla es de la angustia que en estos momentos podría estar sacudiendo el sistema emocional y cognitivo de Donald Trump, y que plantearía una incógnita: qué puede pasar si la pulsión autoritaria –que está ahí– se impone en las neuronas de un Trump fascinado por Putin, ¿cómo ha recordado Angela Merkel? ¿Y qué puede ocurrir si en su cabeza se mantienen unos cuantos valores democráticos que están en los orígenes de su identidad como ciudadano de EEUU?

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