La mutación de Le Pen que la acerca al Elíseo

La aparente moderación de la candidata de extrema derecha podría hacer que acabe venciendo a Macron en la segunda vuelta

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Marine Le Pen, líder  del partido de extrema derecha National Rally ayer en París

ParísCuando a Louis Aliot, alcalde de Perpiñán y miembro de Reagrupamiento Nacional, le preguntaron la semana pasada qué posibilidades tenía la candidata Marine Le Pen de imponerse a Emmanuel Macron en la segunda vuelta y convertirse en presidenta, Aliot contestó: “Exactamente las mismas posibilidades que François Mitterrand tenía de vencer a Valéry Giscard d'Estaing en 1981”. Aquel año, Mitterrand ganó por sorpresa a Valéry Giscard d'Estaing. Las encuestas daban como favorito al presidente saliente, pero el candidato socialista las cambió. 

Es lo que Marine Le Pen aspira a hacer el 24 de abril: no es la favorita en las encuestas, pero la ventaja de Emmanuel Macron es mínima. Todo está abierto. Algunas encuestas apuntan a un 51-49%. Nunca antes la líder de extrema derecha había tenido el Elíseo tan al alcance. “Estoy preparada para gobernar”, proclamaba antes de la primera vuelta en una entrevista en Le Figaro. Es la tercera vez que es candidata a las elecciones presidenciales, y es la vez que ha conseguido más apoyos en la primera vuelta, un 23,4% de los votos. El viento sopla a favor de Marine Le Pen, de 55 años e hija de Jean-Marie Le Pen, el histórico dirigente del Frente Nacional, el primer partido de extrema derecha de la Quinta República.

“Esta vez, da miedo de verdad”, titulaba este lunes el diario Libération. En Francia tienen claro que la sorpresa es posible. Que la candidata tiene posibilidades reales. Le Pen hace años que se prepara para este momento: la operación maquillaje empezó con el cambio de nombre del partido en 2018. El Frente Nacional pasó a llamarse Reagrupamiento Nacional –el padre de la candidata lo calificó de “traición”– y Marine Le Pen intentó dejar atrás el discurso racista y antisemita para poder ampliar la base electoral. 

Con el cambio, Le Pen quería marcar distancias con su padre y “refundar” el partido. Desde entonces, su discurso se ha suavizado ligeramente y ha priorizado las cuestiones sociales. La líder de extrema derecha esconde su apellido siempre que puede –en los carteles electorales sale solo su nombre, “Marine, presidenta”– y ha intentado parecer una política creíble, dejando atrás las estridencias y el espectáculo y cultivando su imagen de presidenciable. Ha matizado su euroescepticismo y ya no reclama la salida de Francia del euro y de la Unión Europea, y ha tenido que matizar sus vínculos con el presidente ruso, Vladímir Putin. 

Le Pen, sin embargo, no ha cambiado su ADN. Ni sus postulados identitarios y antiinmigración que le hacen un representar a la extrema derecha. En su programa electoral está la prohibición del reagrupamiento familiar para los migrantes, reservar las ayudas sociales y el acceso a puestos de trabajo a los ciudadanos franceses y expulsar “sistemáticamente” a los inmigrantes sin papeles. También propone restablecer las penas de prisión perpetuas “reales”.

Marine Le Pen durante su último acto de campaña, en Perpiñán.

Efecto Zemmour

Con todo, la estrategia ha convencido una parte del electorado, sobre todo desde la aparición de Éric Zemmour, el candidato más a la derecha que Le Pen. La dureza de las ideas xenófobas contra los inmigrantes del candidato de Reconquista ha hecho que Le Pen sea vista como una candidata moderada y ha propiciado que votar la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional ya no sea un tabú. La líder de extrema derecha ya no se percibe como una amenaza para la democracia. Y esta es la clave para entender por qué Le Pen, ahora sí, tiene posibilidades de llegar al Elíseo. “En 2017 nadie creía realmente en la victoria. Ahora algo se está moviendo", sostiene el eurodiputado del RN Jean-Lin Lacapelle a Le Figaro.

La candidata también se ha beneficiado del desgaste del presidente Macron y de sus debilidades políticas. Marine Le Pen ha dirigido la campaña hacia el terreno donde sabe que puede captar votos, el social y económico. Le Pen busca el voto de los trabajadores haciendo hincapié de su campaña en el problema de la pérdida de poder adquisitivo de los ciudadanos por el aumento de los precios de la energía. No es casualidad que a Le Pen la voten especialmente las clases populares, los jóvenes y los ciudadanos que viven en ciudades pequeñas o en entornos rurales. Ha intentado capitalizar el voto de los ciudadanos que se sienten desamparados por el estado: la líder de Reagrupamiento Nacional, por ejemplo, fue la primera en apoyar el movimiento de los chalecos amarillos.

La posibilidad de que Marine Le Pen sea presidenta pasa por su capacidad de movilizar en la segunda vuelta el electorado de izquierdas y los ciudadanos cansados del poder del establishment que representa Macron y que prefieren cualquier cosa –incluso votar a la extrema derecha– antes que dar su apoyo al presidente saliente. “¿Qué pesará más, el rechazo a Emmanuel Macron o a Marine Le Pen? No hay nada seguro”, afirmaba Louis Aliot. 

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