Los rusos están a diez kilómetros: situación límite en Pokrovsk, ciudad clave de Ucrania

Estampas de ciudad fantasma en esta localidad del Donbás, que se prepara para la llegada del ejército enemigo

Pokrovsk (Ucrania)"Ahora puedes comprar un piso con una habitación por 5.000 dólares, o 8.000 dólares si tiene dos. Los edificios Stalin son de mayor calidad y la construcción es mejor, pero cuanto más nuevos más económicos son”, nos dice Dymtro cuando estamos entrando en la ciudad de Kramatorsk. La caída de precios de la vivienda es consecuencia inevitable del convencimiento de que los ucranianos temen que, tarde o temprano, la ciudad correrá la misma suerte que han tenido localidades cercanas anteriormente: caer en manos rusas.

La situación choca con el optimismo de algunos restaurantes, que han retirado los paneles de madera que cubrían todas las ventanas y han puesto luces en tiras, como las que se utilizan en Navidad para decorar las calles. absoluto, porque tenemos una ciudad sumergida en la oscuridad total, en la que destacan puntos iluminados que podrían ser el reclamo perfecto de un bombardeo selectivo, como recientemente lo han sido varios restaurantes y hoteles. la vida en el encargado de seguridad de Reuters y dos periodistas de la agencia resultaron heridos.

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Es obvio que en la ciudad hay ojos conectados al Kremlin, sea con colaboradores en el terreno o con sistemas de vigilancia activos. En cualquier caso, todo esto no impide que los restaurantes estén llenos hasta los topes, y la mayoría de clientes son militares. "No tenemos mesa", nos dice la encargada de un establecimiento, "podéis intentarlo dentro de una hora". Hace casi tres años que Ucrania sufre la guerra total.

Sin supermercados las ciudades se vacían

Kramatorsk, una de las puertas del Donbás, es golpeada con frecuencia con bombardeos, el más reciente hace apenas dos días, que cayó frente a uno de los grandes supermercados de la ciudad. El supermercado, una vez más o menos reparado, sigue a pleno rendimiento. Puedes encontrar cualquier producto que habría en un supermercado de Europa occidental: platos preparados, entre ellos sushi (eso sí, con queso Philadelphia), ensaladas de todo tipo, carne, pescado y productos frescos del día como leche de varias marcas o legumbres y fruta. Vayas a la hora de que vayas (hasta el momento del toque de queda) está siempre lleno. Este dinamismo se extiende a un sitio donde preparan pizzas caseras y una tienda militar donde puedes encontrar de todo, menos armas de fuego.

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En realidad éste es el mejor termómetro. Cuando los supermercados cierran es la señal del principio del fin, cuando todo ha terminado. Esto es lo que recientemente ha ocurrido en la ciudad de Pokrovsk, de la que el ejército ruso sólo se encuentra a diez kilómetros, y el supermercado central ya está cerrado. Las señales ya empezaban a ser claras desde hace meses cuando un restaurante italiano cerca de un hotel lleno de soldados fue destruido.

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Los impactos selectivos se han ido sucediendo en infraestructuras esenciales para la ciudad; el último fue hace unos días, cuando el puente que daba acceso a la ciudad fue fulminado. Luego, todo se sucede como un castillo de naipes: desaparecen los coches, la gente y la ciudad pasa a agrandar la lista de ciudades fantasma de Ucrania. No hay luz, ni gas, ni agua, sólo un pequeño surtidor donde los pocos habitantes que quedan llevan sus botellas y garrafas de plástico para llenarlas, mientras todavía esté activo. Los rusos están a diez kilómetros. La ciudad se prepara.

La nostalgia puede ser la peor condena

Solo se ven vehículos militares y algunos civiles que se concentran en el edificio del punto de reunión, donde los que quieren irse agolpan las pocas pertenencias en torno a una furgoneta de color blanco, hasta que el conductor da la orden. Las cuatro personas dispuestas a huir y la furgoneta que les transporta abandona la ciudad con el ruido de explosiones de artillería, dejando una vida atrás, de la que saben que probablemente nunca podrán volver a disfrutar.

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Pero también están los que aún quieren quedarse, que forman una cola en el interior del edificio ahora abandonado. No son más de 25 personas, todas de avanzada edad. Siempre son el mismo perfil, ya que son los más reacios a abandonar su casa. "Quiero sacar a mis padres, pero ellos se niegan en rotundo", dice Boris, una de las personas que intentó convencer a sus padres de que abandonaran la ciudad, aunque sin éxito. Cuando preguntas por qué, la respuesta es siempre la misma: “¿dónde iré?”.

Se les entrega una caja de comestibles del Programa Mundial de Alimentos, de las Naciones Unidas, que contiene varios sacos de legumbres secas, aceite y latas de comida en conserva. Ahora bien, esta ayuda tiene fecha de caducidad: el momento en que los trabajadores sociales también abandonen la ciudad. Entonces estarán solos, en una ciudad sin agua, comida, electricidad ni gas, y con la llegada inminente del invierno ruso, cuando las probabilidades de supervivencia serán escasas.

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