Dos soldados desertores ucranianos deambulan por las calles de Barcelona
La presencia de los militares no sorprende a turistas y locales, que obvian la guerra en Europa incluso cuando la guerra pasa por su lado
BarcelonaLa guerra es siempre imprevisible. La guerra deambulaba el lunes al mediodía por el centro de Barcelona. La escena era sorprendente: dos soldados ucranianos, vestidos de riguroso militar, hacían tiempo mientras esperaban un autobús en la Estación del Norte, junto al Arc de Triomf. La gente pasaba junto a los hombres uniformados sin fijarse en que venían de las trincheras donde se decide el futuro de Europa. La gente no veía a los soldados. La gente no quiere mirar la guerra. Pero en Europa hay guerra. Los soldados estaban desubicados. Los soldados fumaban. Los soldados tenían la guerra en la mirada. Los soldados llevaban todavía barro en las botas.
A los soldados los encontré de casualidad, mientras iba al gimnasio. Uno hablaba inglés.
—Sois soldados ucranianos, ¿no?
—Sí.
—¿Qué hacéis aquí?
—Llegamos el viernes.
—¿Habéis venido de vacaciones?
—No.
—¿Habéis venido por un motivo médico?
—No.
—¿Puedo saber qué hacéis aquí?
Los soldados ucranianos de la Estación del Norte son desertores: "Estábamos luchando en el frente de Kursk, pero escapamos hace dos semanas aprovechando unos días de descanso". Los soldados accederán a contar su historia al ARA: "Quizás nos puede ayudar, quizás puede ayudar a otros chicos que quieran hacer lo mismo". Los soldados no son pacifistas: "Esta guerra es necesaria y hay que ganarla, porque si no se frena a Putin, Putin qurrá conquerir toda Ucrania e ir más allá". Los soldados simplemente estaban exhaustos: "Llevábamos tres años y medio en el frente… Estábamos hartos de ver tanta mierda, de ver tanta sangre. La guerra nos estaba matando por dentro: al principio sentía miedo, al final ya no sentía nada".
Los soldados piden el anonimato por motivos de seguridad.
—¿Por qué huysteis?
—No podíamos más. Y te diré una cosa: si no hubiéramos huido, ahora estaríamos muertos. Y no queríamos morir.
—¿Qué quieres decir?
—Tú has estado en Ucrania, ¿no? Lo debes saber de sobra: los soldados morimos continuamente. El frente es cada vez más mortífero. En nuestro grupo empezamos siendo 34. Ahora sólo quedábamos tres: él, yo y otro compañero que está en el hospital. El resto, todos muertos.
Saca el móvil y enseña varias fotos del grupo. Se las hicieron en el frente. Van vestidos de riguroso militar, como ahora. Todos son hombres en edad de vivir. "Este pisó una mina". "A este, un francotirador". "La mayoría fueron abatidos por drones enemigos". Todos muertos. Nadie sabe cuántos soldados han muerto en esta guerra. Cientos de miles en cada bando. Son cifras de la Segunda Guerra Mundial en la Europa de la inteligencia artificial.
—¿Te sientes mal por haber huido?
—Sí, evidentemente… Amamos Ucrania. Puedo entender que los soldados que siguen luchando se enfaden con nosotros, pero sólo hay una vida.
—Vuestros superioresya sabrán que habéis huido.
—Que los follen. Que hagan luchar a sus hijos. Los hijos de los políticos o grandes oficiales viven en el extranjero desde el principio de la invasión. La guerra es sólo para los pobres.
Tienen 37 y 38 años. Se alistaron voluntariamente en el ejército ucraniano al principio de la invasión rusa. Ahora estaban destinados en el frente de Kursk. El pasado verano formaron parte de las tropas de Volodímir Zelenski que ocuparon parte de esa región rusa. Uno es originario de Cherníhiv, cerca de la frontera con Bielorrusia; el otro, de Kiiv. Antes de la guerra uno trabajaba de carpintero, el otro en una empresa de desinfección de plagas. La guerra.
"Autobús dirección La Roca Village, plataforma siete". Una voz mecánica me recuerda que estamos en el centro de Barcelona. Turistas japoneses corren para no perder el autobús. Vecinos del Fort Pienc pasean perros y salen a correr. Hay una comisaría de la Guardia Urbana a pocos metros. Ningun policía ha dicho nada a los soldados. Nadie les ha preguntado nada a los soldados. No hace falta ser un experto militar para darse cuenta de que son soldados. En el uniforme, las banderas ucranianas son visibles. "Invaders must die" (Los invasores deben morir), se lee en un parche que uno de los soldados lleva enganchado en la chaqueta.
—¿Por qué continuáis vestidos con el uniforme?
—En la mochila casi sólo tenemos ropa militar. También pensábamos que así Europa nos ayudaría más.
Dice el soldado que los soldados ucranianos son los defensores de Europa. Dice el soldado que se esperaba un trato distinto de los gobiernos europeos. Dice el soldado que la gente de Europa vive como si la guerra de Ucrania no existiera. Dice el soldado que Europa debe despertar.
Los dos defensores de Europa durmieron en la calle las dos primeras noches que pasaron en Barcelona. La tercera, un hombre ucraniano les acogió en su casa. "Viernes y sábado dormimos aquí". Aquí son las escaleras que hay frente a la fachada principal de la Estación del Norte. "Hacíamos turnos de tres horas: mientras uno dormía, el otro vigilaba. Había gente extraña y nos daba miedo que nos robaran lo poco que tenemos". Los dos defensores de Europa se ducharon en la playa de la Barceloneta. "No olemos mal, ¿no?" Se ríen.
—Decidimos venir a Barcelona porque es una ciudad importante: hay muchos consulados, oficinas de la Cruz Roja, muchos ucranianos viven aquí…
—¿Acudistéis a alguno de estos lugares?
—Un contacto nos aconsejó que fuéramos a centros de ayuda a los refugiados, pero allí nos dijeron que es un proceso largo, que se necesitan días para que puedan atendernos.
—¿Y no os dijeron otra cosa?
—Nos recomendaron unas montañas de Barcelona para dormir. Nos dijeron que ahí hay más tranquilidad.
Me muestra una hoja con un pequeño mapa. Las montañas son las montañas de Montjuïc. Alguien dibujó un círculo en el mapa señalando la zona. Barcelona full experience.
Los defensores de Europa quieren enviar un mensaje a Europa: "No pedimos dinero, ni una casa gratis, ni comida…, sólo necesitamos un trabajo, poder trabajar. Trabajar de lo que sea. Podemos empezar mañana. Limpiando lavabos, limpiando la calle durante la noche, recogiendo fruta, lo que sea. Podemos empezar mañana".
El sonido de un avión se escucha en el cielo de Barcelona. El soldado que habla inglés se inquieta y mira hacia arriba. Le digo que no sufra, que es un avión comercial. Ríe. "Ya lo sé, demasiado tiempo en la guerra… En Ucrania cualquier ruido en el cielo era siempre una mala noticia". Un hombre se acerca a nosotros. Nos pide dinero: dice que le faltan cinco euros para comprar un billete de autobús. Insiste a los soldados. Les dice que él también era soldado en su país, Colombia. Los soldados me utilizan de traductor. "Dile que si quiere ganar dinero se puede alistar en la legión internacional e ir a luchar en Ucrania. Hay muchos colombianos combatiendo". Se lo explico al hombre que pide dinero y, a petición de los militares ucranianos, le enseño la página web donde puede apuntarse a la guerra. El hombre que pide dinero dice que se lo pensará y se va. Pasan cinco minutos. El hombre que pide dinero vuelve y muestra la pantalla del móvil: ha rellenado el formulario para solicitar alistarse en la legión internacional. "¿Pero mientras, seguro que no podéis dejarme cinco euros?"
Barcelona es casi tan imprevisible como la guerra.
Cantan las cotorras invasoras
Las deserciones son tan antiguas como la guerra.
En Ucrania y en Rusia abundan los casos de hombres que escapan clandestinamente de su país porque no quieren luchar. La mayoría huyen preventivamente antes de ser reclutados. Algunos escapan una vez han sido movilizados en el frente. Dicen las cifras –aunque en una guerra las cifras cuestan de encontrar– que las deserciones han incrementado en ambos lados de la trinchera. La guerra es larga, la guerra consume, la guerra asusta.
Los soldados prefieren no dar detalles de cómo huyeron de Ucrania. Me dejan escribir este esquema: cinco días cruzando montañas para salir de Ucrania a través de la frontera con Rumanía; un vuelo desde Rumania a Italia; un autobús desde Italia a Barcelona.
—¿Y ahora dónde vais?
—Volvemos a Italia. Nos han dicho que allí el proceso para conseguir asilo es más rápido. Aquí hay que esperar muchos días… Barcelona es muy cara y ya casi no nos queda dinero.
La noche del lunes cogieron un autobús de 16 horas hasta Milán. Esta semana han estado haciendo gestiones para que el gobierno italiano les dé protección. Aún no han recibido una respuesta clara.
Tampoco existe una política clara de los gobiernos de la Unión Europea en torno a los soldados desertores ucranianos. En caso de regresar a Ucrania, los dos soldados estarían condenados a entre 10 y 12 años. Doble cargo: abandonar el ejército y salir ilegalmente del país. Dar asilo político o condición de refugiado a un soldado ucraniano se puede leer como un desafío al gobierno de Volodímir Zelenski, amigo y aliado de los Veintisiete.
"Me gustan estos pájaros". El soldado señala a dos cotorras que cantan y juegan entre las ramas de un árbol. La cotorra argentina, de plumas verdes, se considera una especie invasora. El soldado observa las cotorras. El soldado habla:
—¿Sabes lo que me gustaría? Olvidar todo lo que me ha tocado ver en la guerra y vivir tranquilo. Vivir tranquilo en un pueblo: tener veinte gallinas, plantar patatas, ir a pescar.
—¿Qué has visto en la guerra?
—Demasiadas cosas. No sé. Una vez, Rusia bombardeó un edificio y mató a 76 personas. Los cadáveres estaban tan destrozados que debíamos buscar manos y pies para volver a juntar los cuerpos.
—¿Qué ha sido la guerra para ti?
—Al principio, un deber. Nos estaban invadiendo, tenía que hacer algo para defender a Ucrania. Le dije a mi mujer: "Esto no es ninguna broma, esto es la guerra".
—¿Y después?
—El después lo estás viendo tú ahora: toda mi vida está en esta mochila, he dormido en la calle en Barcelona, no puedo ver a mi mujer y no sé qué será de mí mañana. Pero supongo que debo considerarme afortunado.
—¿Por qué?
—Casi todos mis amigos están muertos.
Las cotorras invasoras siguen cantando en el cielo de Barcelona. La megafonía anuncia destinos de más autobuses: Cardedeu, París, Valencia, Cadaqués. La megafonía de la Estación del Norte me recuerda a la megafonía de la estación de trenes de Kiiv, llena de soldados que van y vienen del frente: una escena tristísima. Una pareja joven se sienta a pocos metros de donde estamos nosotros. Llevan maletas. También están esperando un autobús. Los soldados les escuchan hablar. Los soldados se inquietan. Los soldados me miran. Los soldados me hablan en voz baja: "son rusos". Los rusos tampoco miran a los soldados ucranianos: están sumergidos en las pantallas de sus smartphones.
—¿Qué sientes estando sentados al lado de dos personas rusas?
—No lo sé. Supongo que me siento mal. Yo sé cuánto daño ha hecho esta guerra. Ellos no saben nada. Ellos siguen viajando y viviendo como siempre han vivido.
—¿Podréis perdonarles algún día?
—Quizá dentro de 100 años.
—¿Quieres decirles algo?
—No.
Barcelona es imprevisible. La guerra es imprevisible. Hay guerra en Europa.