El ataque ruso a Ucrania

Un verano en casa de la yaya rusa (a pesar de la guerra)

El ARA sigue la visita de dos niños alemanes a su abuela que vive cerca de Moscú

Tallin (Estonia)No hay aviones directos entre Berlín y Moscú desde que Rusia atacó Ucrania el 24 de febrero. La yaya rusa, la babushka Lora, hace más de diez años que dejó su Moscú natal para vivir en una casa de madera con jardín a 300 km de la capital rusa, al lado de las localidades de Vladímir, Súzdal e Ivánovo, que forman parte de la conocida Sortija Dorada, una zona turística de alto valor cultural e histórico del país.

La babushka Lora se despierta a las cinco de la mañana, arregla el jardín y el huerto, va a buscar huevos o pescado a casa de las vecinas y así ve pasar los días. En la televisión solo sigue conciertos o programas culturales. Desde el 1 de marzo se ha quedado sin radio: solo escuchaba la radio opositora Echo Moskvy, emisora que se vio obligada a cerrar por su posición contraria ante la guerra en Ucrania. A la abuela, este julio –como es tradición– la han visitado sus nietos berlineses, a quienes no veía desde hacía más de un año debido a las restricciones por la pandemia.

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De Berlín a Moscú

“Avión hasta Riga (Letonia), después un autobús hasta San Petersburgo, tren nocturno hasta Moscú y tres horas de tren hasta el pueblo". Pável, de 13 años, describe la odisea como aquel que explica una ruta de senderismo de nivel avanzado. “En la frontera, como siempre, tuvimos que esperar un buen rato por los controles, cuatro horas, porque cruzábamos en bus", añade. Están acostumbrados a viajar y no les asusta el periplo de hacer 4.000 kilómetros de ida y vuelta con diferentes medios de transporte hacia el país declarado oficialmente el enemigo número 1 en Occidente. Alemania, país donde nacieron y viven, desaconseja viajar a Rusia y alerta de posibles ataques terroristas. “Lo hemos tenido que hacer así porque Rusia y Ucrania están en guerra", explica Fiódor, de 11 años. “No, porque, si bien Ucrania y Rusia están en guerra, los otros países han bloqueado el espacio aéreo hacia Rusia", lo corrige su hermano mayor.

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"¡Una pesadilla!"

Koshemar!» (¡una pesadilla!)decía la yaya sobre la guerra", explican los dos niños. Los nietos berlineses describen su verano en Rusia como uno más. Que el Gobierno de Vladímir Putin haya declarado la guerra al país vecino lo han notado poco en el día a día. “La gente sigue viviendo normal. Pero, cuando encendí mi ordenador, no pude acceder a Twitter. Tampoco podía jugar a videojuegos y mis amigos no podían comprar Minecraft". "Your region is not allowed", les salía en las pantallas. Facebook, Instagram y tantas otras plataformas, tampoco se pueden usar, una consecuencia más de las sanciones impuestas a Moscú y el proceso de aislamiento que vive el país de Putin.

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En la zona donde vive la yaya, a media hora de Súzdal, a los recién llegados se les recibe con pepinos: con sal, azúcar, miel, acompañando el café, el té o un vasito de vodka. “La yaya siempre quería que comiéramos pepinos: ¡cada día 30!", se queja Fiódor. “En el supermercado había de todo. Bueno, Coca-Cola no", añade el niño.

En Rusia tampoco hay McDonald's desde marzo. En San Petersburgo vieron la nueva variante rusa de la cadena de comida rápido norteamericana, que busca reconvencer al millón y medio de clientes diarios que, según datos de 2019, registraba diariamente McDonald's. Otra de las consecuencias de las sanciones; como la larga lista de grandes cadenas que han dejado de funcionar en un país que se había acostumbrado mucho a vivir con las comodidades del capitalismo. Muchas de las tarjetas de crédito occidentales tampoco funcionan, a pesar de que abrir una cuenta bancaria rusa resulta relativamente fácil.

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Sorpresa en Alemania

Que Pável y Fiódor hayan visitado a su yaya en Rusia no lo han entendido todos los padres y madres de su círculo de amigos. "«¡Dios mío! ¡Has entrado en el universo de Putin!», me han dicho algunos de mis amigos", reproduce Fiódor. “No hemos conocido a Putin", continúa su hermano, que añade que en la ciudad de Ivánovo, poco antes de coger el avión de vuelta vía San Petersburgo, fotografió el símbolo proguerra de la “Z" (“Za poviedu" [Por la victoria]) en un mural enorme ante un café. Y en San Petersburgo, un cartel con un hashtag donde se animaba a no dejar a los “nuestros" en la estacada.

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Estando con la yaya, no vieron las noticias. O como mucho una entrevista a uno de los muchos artistas que han abandonado el país desde el inicio de la guerra, sobre todo hacia Israel, Georgia o Turquía. “Me voy porque no quiero vivir en un país que bombardea a sus vecinos“, explicaba un músico a un reportero de un canal ruso. Corte de imagen; siguiente noticia: Israel ataca Siria.

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Retorno pasando por Estonia

Para volver a Berlín desde San Petersburgo cogen un autobús hasta la frontera con Estonia. Allí los recogerá su madre, periodista, en la ciudad fronteriza de Narva. Mientras tanto, en la televisión estoniana, en un canal de habla rusa, no mencionan la "guerra". Se centran en el trato preferente que reciben los refugiados ucranianos en la Unión Europea y en la discriminación frente a los rusos. También informan de los ataques del ejército ucraniano y de los “supuestos" ataques por parte de los rusos citando a la BBC como fuente.

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En la frontera estoniana, a la espera de que Pável y Fiódor crucen a pie con su padre, la madre periodista constata que el ruso es lingua franca: la minoría rusa es mayoría (90%, en lugar del 25% en el resto del país). Los camioneros se dirigen a todo el mundo en ruso, mientras familiares diversos esperan horas al otro lado de la valla. Una multitud de coches rusos, la mayoría caros (de todoterrenos a Pontiacs), también la cruzan. Y antes de adentrarse hacia territorio europeo encuentran en un buen destornillador su mejor aliado: los propietarios cambian el origen de la matrícula. Lo hacen en un pim-pam: en unos minutos pasan de ser coches rusos a ser coches estonianos. Hechas las sanciones y la nueva normalidad de la guerra, hecha la trampa.