Los viajes de sor Lucía Caram a Ucrania, donde tiene el respeto incluso de Zelenski
La monja de Manresa ha viajado 36 veces al país en guerra para entregar ayuda humanitaria y rescatar a refugiados y soldados heridos
Enviada especial a UcraniaSor Pilar bendice los alimentos con una oración mecánica, de la forma que lo hace quien lo hace a diario y varias veces. En la mesa, tortilla, jamón, sopa, crema de calabacín y gazpacho. "Eso no lo ha hecho Lucía, ¡eh! El gazpacho no le queda bien…", se chiva sor Juana Mari. Así, con una cena comunitaria en el convento de Santa Clara de Manresa, arranca la expedición humanitaria número 36 de sor Lucía Caram en Ucrania. Esta vez transporta dos ambulancias y una pick-up, que se ponen en marcha al día siguiente a las cinco y media de la mañana.
Un viaje hasta Ucrania en coche da para mucho. En una conversación cualquiera con sor Lucía Caram aparecen recurrentemente nombres de ministros, de los empresarios más importantes del país, de presentadores de televisión famosos, del papa Francisco. Su extensa lista de contactos es una de las claves de estas expediciones humanitarias que lleva más de tres años organizando a través de la Fundación del Convento de Santa Clara, que ella dirige.
"Esta es la ambulancia número 154 que entregamos en Ucrania", explica sentada dentro de uno de los dos vehículos que ha cedido la Diputación de Girona. Una vez atraviesen la frontera, irán directamente hacia Járkov, una de las ciudades más castigadas por las bombas de Rusia. En esta ciudad del noreste de Ucrania circulan también desde hace pocas semanas 12 autobuses de TMB, cedidos a la fundación de Caram por el Ayuntamiento de Barcelona.
Dentro de las ambulancias hay generadores eléctricos, material sanitario, golosinas, camisetas y peluches del Barça, y los últimos rosarios que todavía le quedan del papa Francisco. Esta vez también hay cajas llenas de ropa para los soldados ucranianos que han sido liberados en las últimas semanas en el intercambio de prisioneros de guerra entre Rusia y Ucrania. Pocos días antes de marcharse, sus contactos en Ucrania le transmitieron esta nueva necesidad: después de años de cautiverio, los soldados no tienen nada. Además, han perdido mucho peso. Y una de las cosas básicas que necesitan es ropa para vestirse. Caram movió sus hilos y logró que una empresa le hiciera llegar un millar de camisetas y cientos de chándales, todo nuevo.
Buena parte de la financiación de la Fundación del Convento de Santa Clara proviene de la Acción Social y la Asociación de Voluntarios de CaixaBank. Pero también juegan un papel muy importante las donaciones, tanto de empresas como de particulares. "Las redes sociales me ayudan mucho. Pido por cielo, por tierra, por mar, por todos los medios, pido a todo Dios. Me las paso presentándome a subvenciones, hablando con empresas, yendo a varios sitios explicando lo que estamos haciendo". Argumenta que estos viajes constantes –en los últimos dos meses han ido cuatro veces– permiten realizar un ejercicio de transparencia con los donantes.
Refugiados, soldados y enfermos
Sor Lucía Caram, que llegó de Argentina a Manresa hace 36 años, es monja dominica de vida contemplativa, pero su comunidad no es de clausura, como demuestra su ritmo de vida. Las seis monjas comparten su vida con laicos. "En el convento, donde las monjas están acostumbradas a tenerlo todo muy arreglado, se transforman los claustros en espacios para clasificar ropa, para la entrada y salida de voluntarios, de personas acogidas. Algunos heridos o enfermos oncológicos los hemos tenido meses o incluso años en el convento. El convento se ha convertido en un hospital de campaña, como le gustaba decir al papa Francisco", resume Caram, que tenía una relación muy estrecha con el anterior pontífice.
La primera expedición para ayudar a los ucranianos fue pocos días después de que Vladímir Putin lanzara la invasión a gran escala contra Ucrania. Caram llegó hasta en la frontera entre Polonia y Ucrania, con la intención de llevarse a familiares de ucranianos que la Fundación había acogido desde que comenzó la guerra en el Donbás en el 2014. "El 6 de marzo del 2022 volvía a Manresa con seis personas: una madre con dos hijos, otra madre con un hijo, y una mujer que venía sola", recuerda.
A partir del cuarto viaje, Caram entró en Ucrania. Allí visitó por primera vez un hospital militar: "Me encontré con muchos chicos jóvenes con la cabeza abierta, sin brazos, sin piernas, con las miradas perdidas. Contaban que en el campo de batalla veían cómo se morían sus compañeros, que si alguien estaba herido sabían que se morirían porque tenían heridas abiertas y nos suplicaban que buscáramos a ambulancias para poderlos ayudar. Nos pidieron si podíamos traer a España algunos heridos". Desde entonces, han traído a un centenar de heridos para tratarlos en hospitales catalanes. También han trasladado unos sesenta enfermos de cáncer. "Este es uno de los pocos viajes que no traeremos heridos con nosotros. Se me han acumulado aquí, pero en el próximo viaje seguramente volveremos seis y vendrán otros seis".
En total, sobre todo en los primeros meses de guerra, la fundación ayudó a llegar a España unas 4.000 personas, fundamentalmente mujeres con criaturas. CaixaBank cedió 17 pisos, donde acogen a familias refugiadas y soldados heridos mientras se recuperan. La organización coopera con el CatSalut, la Mutua de Terrassa, el Parc Taulí de Sabadell y el Hospital Clínic. También se han enviado pacientes a Vall d'Hebron y a Sant Joan de Déu. La Fundación Althaia de Manresa también ha atendido a casos, fundamentalmente de oncología. Y también ha facilitado el traslado de equipos de médicos y psicólogos de Odesa hasta Barcelona para realizar formaciones en el Institut Guttmann.
Paralelamente, la fundación mantiene la cooperación con la Guardia de Frontera de Ucrania, a quien entrega ambulancias, pick-ups y medicamentos y con los que gestiona también el transporte de heridos y enfermos. En el transporte de todos estos vehículos a lo largo de estos tres años han contribuido voluntarios de asociaciones como la de los conductores solidarios de TMB, particulares e incluso los chóferes de los directivos de CaixaBank.
Con estos tres años de viajes, Caram se ha ganado la confianza de figuras de alto rango. Andrí Kujarenko, un general robusto, le abraza a su llegada, con una sonrisa contenida pero cariñosa. Costará verlo reír durante los cuatro días de estancia en Ucrania, pero no disimula el agradecimiento por la implicación de la monja. Tiene una voz grave, que le resuena en la caja torácica. Su sombra estos días es Oleksí, que hace de traductor. Prudente, discreto, se le nota cohibido en medio de todo ese grupo de militares. Hace medio año trabajaba en el departamento de comunicación de una empresa informática. Ahora viste uniforme militar y admite que en cualquier momento podrían enviarlo a las trincheras. Es la realidad de los hombres de un país en guerra.
"¿Qué necesitáis?", es la pregunta que repite Caram. Su pragmatismo hace que se haya convertido en intermediaria en la relación entre altos cargos militares ucranianos con el gobierno de España. Lo evidencia la videollamada que gestiona entre la ministra de Defensa, Margarita Robles, y el secretario general de Política de Defensa, el almirante Juan Francisco Martínez Núñez, con el jefe del Servicio Estatal de la Guardia de Frontera de Ucrania, el teniente general Serhí Deinek, que llega tarde porque viene directo de una reunión de una reunión. Quizás ya había información de inteligencia sobre el brutal ataque ruso que sufriría Kiiv y otras zonas del país las siguientes horas.
Ucrania ha reconocido la labor humanitaria de Caram con la condecoración de la Orden de la Princesa Olga. El embajador de Ucrania en España, Serhí Pohoreltsev, anunció a finales de febrero que Volodímir Zelenski había firmado el decreto para concederle esta distinción, que se otorga a mujeres por sus méritos científicos, educativos, culturales o sociales. De hecho, durante este último viaje estaba previsto incluso un encuentro con el presidente ucraniano para hacerle entrega personalmente de la condecoración. Sin embargo, la agenda de Zelenski es secreta e imprevisible, y las obligaciones en tiempos de guerra hacen cambiar los planes.
"Las monjas del convento dicen que tengo una adicción en Ucrania –dice, y añade–: Mientras tenga fuerzas y mientras tenga recursos, seguiremos yendo. Fuerzas tengo; recursos me faltan, pero seguiremos pidiendo a todo Dios como hago cada día".