Viktor Orbán se dirige al público de una universidad de verano en la ciudad húngara de Baile Tusnad.
05/08/2025
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Podría decirse que Viktor Orbán, el diseñador de las trincheras iliberales y autoritarias más enrevesadas —tanto putinistas como trumpistas— dentro de la Unión Europea, empieza a desmoronarse, a desvanecerse. Las encuestas otorgan a su partido, el ultraderechista Fidesz, el nivel más bajo de apoyo de los últimos diez años: una intención de voto del 36%.

Esto sobre todo tiene que ver con la aparición de Tisza, un partido conservador liberal que ahora mismo tendría un apoyo del 41% y que se presenta en defensa del respeto y la libertad; es decir, defiende todos los valores que Orbán ha ido erosionando en sus quince años de poder implacable. De alguna manera, el avance inesperado de Tisza recuerda la velocidad vertiginosa con la que se subió Viktor Orbán en el 2010, que hizo pedazos lo que quedaba de la derecha conservadora y de la izquierda socialdemócrata que habían encabezado la transición del comunismo a la democracia en 1989.

Hay que recordar Orbán ya asomó la cabeza, pero se quedó en el umbral de ser tenido en cuenta en las primeras elecciones democráticas de 1990, a las que asistí como reportero. El 8,95% que sacó Orbán, casi medio millón de votos, fue analizado a fondo por los mejores politólogos húngaros y muchos se arriesgaron a decir que ese hombre, todavía joven, que siempre escondía que podría haber sido cuadro del partido comunista, y que se presentaba como admirador de Margaret Thatcher, tenía futuro: que ni de lejos era una anomalía política a extinguir. Y en 1998 Viktor Orbán llega al poder por primera vez, pero en el 2002 ganan los socialdemócratas, y tendrá que esperar hasta el 2010 para asaltar las instituciones húngaras: la suma de Fidesz y de los ultras de Jobbik dan a Orbán un apoyo del 56%. La fuerza suficiente para extirpar la frágil democracia y hacer mutar las instituciones hacia la iliberalidad de la que Orbán se jacta, y que en algunos momentos recuerda a los gobiernos autoritarios de Miklós Horthy y al Partido de la Cruz Flechada, aliados de los nazis.

Una izquierda desorganizada

Viktor Orbán parece que se está desvaneciendo mientras la derecha conservadora Tizsa podría tomarle el relevo, lo que permitiría que los inmigrantes y las personas LGBTI al menos pudieran respirar un tiempo. Y la pregunta sería: ¿y qué pasará en el flanco izquierdo de la política húngara? En las elecciones del 2022 concurrió una coalición estrambótica, más que ecléctica, formada por los restos del Partido Socialista –excomunista–, los liberales, los verdes y, atención, también los ultras de Jobbik —que había colaborado con Orbán en la primera etapa—, lo que invita a plantearse, aquí y ahora, qué hay que tener en cuenta a para elegir a los socios. No todo vale ni todo funciona. Sobre todo para la izquierda húngara, que vive un momento de recomposición después del éxito de la gran manifestación LGBTI del 28 de junio en Budapest, que consolidó al alcalde ecologista, Gergely Karácsony, y supuso una gran derrota para Orbán, que no pudo cumplir la amenaza de violencia, detenciones y encarcelamientos.

¿Qué puede estar tramando Viktor Orbán para ganar espacios y apoyos y no perder las elecciones del 2026? Por el momento, despreciar a la Unión Europea y halagar a Estados Unidos por haberle impuesto unos aranceles del 15% sin tener en cuenta que a él también le afectará. Pero le da igual. Continuará apoyando a Putin, agradeciéndole el gas y el petróleo a cambio de proclamar, cada vez que sea necesario, que Ucrania no ganará la guerra. En los próximos meses, Orbán intentará sacar el máximo partido a sus socios Trump y Putin, incluso si tiene que pasar por encima de los enfrentamientos que, coyunturalmente, surjan entre los dos déspotas.

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