El ataque ruso en Ucrania

Desde el frente de Ucrania: "A veces sólo quieres que todo se acabe"

Los soldados, cansados ​​y con la salud castigada, ya no hablan de victoria

Militares ucranianos, en la zona de Járkov, en el este de Ucrania.
Olha Kossova
21/01/2025
4 min

Chasiv Yar (Ucrania)Esas noches de primavera del 2023 en Kostiantínivka, la ciudad que sostiene el frente de Bakhmut, siempre tendrán para mí el aroma de las lilas mezclada con el olor del tabaco. Fue entonces, por invitación de mi amigo Oleksí, que acompañé por primera vez a un grupo de artilleros ucranianos. Oleksí, con 26 años, aún parecía un chico: hablaba de su boda con Karina y soñaba en un futuro que creíamos inquebrantable. Aunque los rasgos lejanos y el bum-bum ocasional de la artillería nos recordaban que había un conflicto en Ucrania, esa noche parecía inmune a la guerra. Tenía esperanza de que Ucrania podría hacer frente a Rusia y que él podría volver a casa pronto.

Las noches cerca de Chassiv Iar, donde ahora está la frente, son de otra manera. El humo del tabaco impregna las estancias de los soldados, como el aroma del café instantáneo barato que consumen para mantenerse despiertos. Las monótonas comunicaciones por radio a menudo hacen que tengas el corazón en un puño, especialmente cuando alguien se queda dormido y olvida reportar las tres cifras que confirman que su grupo está bien. Entonces las voces se vuelven tensas, repiten el nombre de la posición una y otra vez, hasta que una respuesta somnolienta permite, por fin, respirar tranquilo.

Proyectiles y explosiones

Cada minuto hay una explosión, silba un proyectil o impacta contra el suelo con ruido seco. Las puertas tiemblan. El instinto de supervivencia te hace levantarte de la cama. "Eso ha caído lejos", susurra con voz ronca Serhií, el comandante del escuadrón, desde la esquina de la estancia. "Contra las bombas guiadas no hay salvación. Tápate con una manta como cuando eras pequeña e imagínate que es una defensa antiaérea. A mí me funciona. Aquí todo depende de la suerte", me recomienda.

En otra casa, en el otro extremo de la ciudad, el silbato de un proyectil y el posterior ruido del impacto hacen que un perro grande y negro se esconda bajo una cama. Para Ihor, que también es comandante de un escuadrón, la guerra comenzó cuando los rusos ocuparon su ciudad natal, Ivankiv, en la región de Kiiv. A raíz de esto decidió alistarse. Otro silbato, otro impacto. Íhor cierra los ojos y escucha las explosiones para intentar localizar su origen. "Te podría decir que todo irá bien, tranquilizarte de alguna manera, pero ¿cómo puedo saberlo? Yo también tengo miedo", admite.

La guerra se ha vuelto más pesada. El cielo gris del Donbás, con nubes que parecen plomo, es un peso insoportable. Todo ha cambiado. "La guerra ya no es como antes", me dice Oleksí mientras enciende un cigarrillo. "Antes utilizamos drones principalmente nosotros. Ahora los rusos los producen en masa y de diferentes tipos".

"Perdón por tardar en contestar", se disculpa Serhí señalando con el dedo dos agujeros de metralla cerca del asiento del copiloto de su vehículo. "Vi tus mensajes, pero los rusos me tenían entretenido", añade con sarcasmo. Después, como si nada, se une al ritual que hacen todos los que sobreviven: da un trago de alcohol –prohibido en la frente, pero nunca ausente– y sfuma un cigarrillo. De los que no tienen tanta suerte y terminan muriendo quedan los parches de sus uniformes como recuerdo y los homenajes en forma de vídeos en TikTok.

Las esperanzas, antes tan presentes, ahora son una entelequia. "Lo que más me asusta es la incertidumbre –confiesa Pavlo, un artillero de 45 años–. No saber si tus compañeros volverán de la misión. No saber qué nos espera después. Nuestro horizonte se reduce a ese tramo del frente . Nada más". Hay rumores que faltan efectivos de infantería. De hecho, miembros del ejército del aire han sido destinados a primera línea de fuego a realizar tareas de infantería. Así que esto mismo le puede ocurrir a cualquiera. Esa incertidumbre pesa como una carga invisible.

Sergí suelta una carcajada amarga. "Ya no somos los mismos", lamenta. Su rostro, castigado por el viento y el polvo, parece el de un hombre mucho mayor de sus 28 años. Ha perdido la juventud y la salud. Se frota las manos ennegrecidas por la tierra y se enciende otro cigarrillo. "A veces no puedes más. Solo quieres que todo acabe", comenta antes de ponerse a mirar vídeos de TikTok y quedarse dormido.

En el frente de Ucrania ya no se habla de victoria. Si alguien hace referencia a ello, genera risas de escepticismo. Oleksí me da una vuelta en coche por la ciudad. "A veces me gustaría dar vueltas como antes. ¿Te acuerdas cuando éramos jóvenes?", dice. La música suena a todo volumen. "Este es el tren destruido por los bombardeos. Allí está la iglesia, esa zona está casi arrasada...", va describiendo, mientras recorremos las calles.

Le pregunto si hay alguien podría reemplazarlo. "No", responde con firmeza. "No quiero que envíen a chavales de 18 años al frente. Son niños. No puedo asumir esta responsabilidad. ¿Qué hago si les pasa algo? ¿Cómo les cuento a sus padres? Además, no necesitamos a quien no quiera estar aquí. No puedes confiar tu vida a alguien que no la valora", afirma.

Al día siguiente, a media noche, una llamada inesperada. Oleksí responde al teléfono y, por la cara, sé que hay algún problema. "Llámame mañana. Sabes que siempre serás bienvenido", dice antes de colgar. "Estaba borracho, ¿quién te ha llamado?", le pregunto. "Sí", me contesta el Oleksí secamente. Más tarde me confiesa que quien había al otro lado del teléfono era un antiguo compañero que desertó del ejército y que decía que quería volver. Nunca volvió a llamar.

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