Las mujeres afganas: “Por favor, no se crean a los talibanes. No han cambiado”

Una viuda, una comadrona y una activista afganas explican al ARA la situación de las mujeres en el país

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Una mujer con burqa, por una calle de Kabul

BarcelonaSu voz suena ronca y apagada al otro lado del teléfono. Habla perfecto inglés y, por como se expresa, se nota que es una persona con estudios. Hace trece años que trabaja en una sucursal bancaria y ahora estaba cursando un máster en política y administración pública en la Universidad de Kabul. Se puede decir que es lo más parecido a la idea que tenemos en Occidente de una mujer emancipada. Marzia tiene 36 años, se quedó viuda hace cinco y tiene dos hijas gemelas de 11 años. Desde que se murió su marido, vive sola con sus hijas en un apartamento en Kabul y se ha espabilado ella solita para mantenerlas. Lo que se podría considerar todo un logro, ahora es para ella una desgracia. Los talibanes han prohibido a las mujeres trabajar fuera de casa. “Por favor, realmente necesito ayuda”, dice. Suena sincera y desesperada.

En Afganistán las mujeres siempre viven bajo la tutela de un hombre. Es igual que hayan estudiado una carrera universitaria o que tengan un trabajo súper bien pagado. Su marido, su padre o su hermano son quienes deciden qué pueden y qué no pueden hacer. En el caso de las viudas, la familia política incluso suele obligarlas a casarse con un hermano del marido difunto. Por eso el caso de Marzia es tan excepcional, porque en Afganistán son contadas las mujeres que consiguen librarse del yugo familiar.

“Muchas veces escondo mi situación a la gente”, dice y aun así, asegura, ha pasado un montón de dificultades. Pero en su trabajo fue ascendiendo poco a poco y consiguió valerse por si sola. Actualmente Marzia era la vicedirectora de una sucursal bancaria reservada para mujeres del Microfinance Bank en Kabul. Según dice, los bancos han reabierto esta semana pero los talibanes sólo han permitido que los hombres vayan a trabajar. Evidentemente la sucursal que ella dirigía continúa cerrada y no cree que abra más: todo el personal y la clientela eran mujeres.

“He enviado un montón de emails pidiendo ayuda pero no he recibido respuesta”, lamenta. Ella no ha trabajado para extranjeros, así que no estaba en ninguna lista de evacuación. Dice que también se ha planteado ir a Pakistán o Irán y pedir ayuda allí al ACNUR, pero sus hijas no tienen pasaporte, así que tendría que salir de Afganistán de forma ilegal. Si se queda en Kabul, teme que los talibanes la obliguen a casarse o, lo que es peor, que casen a alguna de sus hijas. ¿Cómo se la puede ayudar? Un silencio sepulcral se oye al otro lado del teléfono. Ni ella tiene la respuesta. “No lo sé. Per ni yo ni las mujeres de Afganistán nos merecemos esto”, contesta. 

Comadronas atendiendo a una mujer en la provincia afgana de Bamian en una imagen de archivo

Parir en casa

Roya dice que ha cambiado su vestimenta. Antes se cubría con un velo largo hasta los pies con motivos florales, como llevan las mujeres en Irán. Ahora viste el mismo tipo de velo pero de color completamente negro. Eso es lo que quieren los talibanes. Roya vive en la ciudad de Herat, en el noroeste de Afganistán, y ella sí que puede trabajar a diferencia de otras mujeres. Es comadrona. Contesta el teléfono desde la maternidad de Herat y pide que no se mencione su apellido.

“Antes teníamos 70 partos al día, y ahora a duras penas tenemos 40 o 45”, empieza explicando. Las mujeres no van al hospital, se quedan en casa a parir. Con las carreteras controladas por los talibanes, ¿quién tiene ganas de salir? La maternidad da servicio a la ciudad de Herat, pero también a toda la provincia.

Roya también afirma que se han disparado los partos prematuros. “Debe de ser por el estrés, por los nervios. Han pasado demasiadas cosas en Afganistán en poco tiempo”. En la maternidad hay doce incubadoras y ni así dan abasto: en algunas máquinas tienen a dos bebés juntos. También han aumentado los partos con complicaciones. “Las mujeres intentan parir en casa y, cuando vienen aquí, ya es demasiado tarde. Llegan sangrando o el niño ya está muerto dentro del cuerpo de la madre”.

Lo peor es que en la maternidad tampoco hay muchos recursos. Según Roya, se han quedado sin fondos, no tienen nada de dinero, así que la mujer que va a parir tiene que llevarlo todo: gasas, guantes, suero, agujas… Ni tan siquiera la máquina de esterilizar funciona. Tienen que lavar el material quirúrgico a mano.

Aun así se pude decir que están haciendo milagros. Roya asegura que el personal de la maternidad hace cuatro meses que no cobra. Ella está contratada directamente por UNICEF y también lleva dos meses sin salario. “Cuando los talibanes rodearon Herat, UNICEF cerró la oficina que tenía en la ciudad y desde entonces no me han pagado”. ¿Qué le gustaría que se supiera en el extranjero? “Le diría al mundo que, por favor, no crean a los talibanes. No han cambiado. Son los mismos que hace veinte años. Quieren que las mujeres desaparezcamos”. Son sus últimas palabras antes de colgar el teléfono.

Lina Haidari hablando con el vicegobernador talibán durante la manifestación en Herat

Levantar la voz

Lina Haidari habla por teléfono de forma atropellada, como si tuviera que explicar tantas cosas que no tuviera tiempo. Dice que no tiene ningún inconveniente de que se publique su nombre y apellido o incluso su fotografía. Ella es una de las mujeres que se manifestaron en la calle en Herat el pasado jueves para exigir a los talibanes que no borren a las mujeres de la vida pública.

Haidari es profesora pero sigue en casa, sin trabajar, desde que los talibanes ocuparon esta ciudad del oeste de Afganistán. Según dice, las escuelas han reabierto, pero sólo en parte. Sólo los alumnos de 7 a 12 años pueden ir a clase. Ella era profesora de estudiantes de 15 años, así que de momento no tiene a nadie a quien enseñar.

En la manifestación del jueves había unas 200 mujeres convocadas pero, ya se sabe cómo son estas cosas: algunas se echaron atrás en el último momento. No se querían arriesgar. Otras simplemente no fueron porque sus familias no se lo permitieron. Al final, admite Haidari, sólo eran 50 personas, pero aun así se plantaron ante la oficina del gobernador talibán. 

“El vicegobernador nos dijo que quería hablar con la líder, pero nosotras le contestamos que todas éramos líderes y que debía hablar con todas”, relata Heidari. Pero el representante talibán no quiso hablar con ninguna, ni tan siquiera escuchar sus demandas. Aun así Heidari asegura que continuarán manifestándose, que no callarán. “Si no alzamos la voz ahora, nuestro futuro será el mismo que hace veinte años”.

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