¿Por qué el mundo se pelea cada vez más por el pescado?
Crece la tensión global por la pesca, un foco de conflicto que muchos ya comparan con el del petróleo
BarcelonaDecía Albert Camus que las guerras son demasiado estúpidas para durar, pero que siempre lo acaban haciendo porque la estupidez insiste y gana. A lo largo de la historia, la humanidad ha visto conflictos de todos los colores y en casi todos los rincones del planeta. Sin embargo, probablemente, uno de los más estrambóticos tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XX y lo protagonizaron Islandia y el Reino Unido. El motivo de aquella disputa era el bacalao. En tres ocasiones (en 1958, en 1972 y en 1975), Reikiavik y Londres se enfrentaron por los derechos de captura de este pez en las aguas del Atlántico norte. Solo se registró una muerte –la de un ingeniero islandés, en 1973– pero se produjeron infinitas escaramuzas violentas que dejaron imágenes icónicas, como la de un barco de la marina británica chocando intencionadamente contra uno de la armada islandesa.
Décadas después, el Reino Unido se ha vuelto a envolver en una disputa por el pescado. Ahora con Francia. Hace meses que París y Londres se pelean por las cuotas de pesca en el canal de la Mancha, el trozo del Atlántico que separa el suelo francés del británico: Emmanuel Macron denuncia que, a raíz del Brexit, Boris Johnson ha limitado el acceso a las aguas británicas donde, tradicionalmente, han pescado los marineros franceses. El Reino Unido lo niega y los dos gobiernos se han encallado en una espiral de amenazas que hace tambalear sus relaciones.
Pero ni las guerras del bacalao –como las bautizaron entonces los medios ingleses– ni la actual guerra de las vieiras –el producto que más pescan los franceses en aguas británicas– son más absurdas que las otras. Pescar es una cuestión económica, pero también política, estratégica y de orgullo nacional. Si levantamos la mirada, veremos que en varios puntos del mapa global se está consolidando una especie de geopolítica del pescado: cada vez más gobiernos se enfrentan con otros por la soberanía pesquera de las aguas. El Foro Económico Mundial hace tiempo que alerta que la pesca es un potencial y peligroso foco de conflicto, solo comparable con las disputas por el petróleo de las últimas décadas.
Y hay un gran problema. Es cierto que técnicamente el pescado es un recurso renovable, pero la insaciable sobreexplotación de las aguas de los últimos tiempos, sumada a los efectos de la crisis climática, dibuja un futuro con cada vez menos peces en el mar. Según un estudio reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), entre 1988 y 2018 su población ha disminuido un 41%. Otro informe de la FAO, la organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, subrayaba que el 90% de las reservas de pescado están sobreexplotadas. Por lo contrario, el consumo y la demanda no paran de crecer.
Una combinación de varios factores –desde los adelantos tecnológicos hasta, sobre todo, el incremento de los ingresos en todo el mundo, que ha convertido el pescado en un producto más accesible– explican que de 1990 a 2018 el consumo global de pescado haya aumentado un 122%. Dicho de otro modo, si en 1961 cada persona comía una media de 9 kilos de pescado al año, en 2018 esta cantidad anual fue de 20,5 kilos. De hoy al 2025 se prevé que la producción pesquera, impulsada sobre todo por la acuicultura, incremente un 17%: un ritmo insuficiente si se tiene en cuenta que la demanda subirá un 21%.
A escala regional, Asia es y será –con diferencia– el gran consumidor. El crecimiento demográfico y económico se traduce, también, en un crecimiento en la ingesta de proteínas: más de treinta kilos al año por persona en una de las áreas más pobladas del mundo. África, que espera un boom demográfico todavía más acentuado en los próximos años, también necesitará muchas proteínas, a pesar de que actualmente es la región del mundo donde menos consumo per cápita de pescado se documenta: alrededor del 10%. Todo ello, y según las previsiones de la FAO, irá acompañado de un incremento –lógico– de los precios del pescado que tensará todavía más la situación.
El Pacífico y África, grandes focos
Y si el pescado es el nuevo petróleo, el océano Pacífico vendría a ser el nuevo Oriente Próximo. Para poner un ejemplo, es en las aguas de esta región donde se captura el 60% del atún del mundo, uno de los pescados más cotizados en el mercado global. Y no es solo el atún. Esto explica que grandes barcos pesqueros procedentes de Europa, los Estados Unidos, Australia y, evidentemente, de Japón, Corea del Sur, Indonesia y, sobre todo, de China patrullen con las redes preparadas. Pero es Pekín quien utiliza la estrategia más agresiva.
El gigante asiático rompe la mayoría de récords del sector pesquero global: es el país que, con diferencia, más pescado produce (el 35% del total mundial, lejos del 7% de Indonesia, el segundo productor); también es quien más exporta, el que más pescado de acuicultura genera o el país que tiene más pesqueros repartidos por el mundo.
Un informe reciente del Pentágono decía que China “está construyendo una flota pesquera estatal para ocupar el mar Meridional y utilizarla al mismo tiempo como una fuerza de defensa, un tercer brazo de la armada”. El gobierno de Xi Jinping reclama buena parte de estas aguas alegando razones históricas y construye islas artificiales para asegurar su presencia. Pero los países de alrededor, como Vietnam, las Filipinas o Taiwán, y también los Estados Unidos, se oponen a las demandas de Pekín, lo que ha desencadenado un conflicto de intereses que en los últimos meses ha tensado la cuerda hasta límites nunca vistos.
Evidentemente, hay otros muchos atractivos en la región, aparte de la pesca –yacimientos de gas y petróleo o el control de una de las rutas comerciales más importantes–, pero nadie se olvida de los atunes. Y las escaramuzas entre barcos de banderas diferentes son habituales.
Pero las ambiciones asiáticas –también las de otras potencias– ya no tienen suficiente con el Pacífico. Ni con el Índico. El nuevo gran escenario de la pesca global son los mares africanos, ricos en pescado y hasta ahora no tan explotados como el resto. Barcos de todo el mundo se han instalado en las aguas que bordean África: desde Mozambique o Tanzania hasta Guinea-Bissau, Gambia, Mauritania o Senegal.
Hace unos meses el ARA viajó a este último país para conocer de primera mano el impacto de los grandes imperios pesqueros entre la población local. La frase más repetida entre los senegaleses era que las empresas extranjeras, con unas técnicas mucho más avanzadas, les estaban dejando sin pescado y les condenaban a la pobreza y, como consecuencia, a la inmigración hacia Europa. En alta mar también se producen trifulcas entre pescadores, con muertes incluidas.
No solo para comer
Además, estas compañías extranjeras no siempre capturan pescado para el consumo humano. China, rey de la pista en África, es un buen ejemplo: en los últimos años se ha consolidado como el primero importador de harina de pescado, que obtiene de triturar los peces pequeños que coge indiscriminadamente en los mares africanos y que, después, utiliza para fabricar comida para todo tipo de animales. Por ejemplo, pienso que se envía a Arabia Saudita para las gallinas. O a Rumanía para engordar a los cerdos. O que se queda en China para que se lo coman los peces grandes de las piscifactorías.
Europa, y particularmente España, también se ha movido a los mares africanos. En el Viejo Continente, 35 de los 40 caladeros más grandes están sobreexplotados y no se regeneran a suficiente velocidad. Por este motivo, cada año se avanza la fecha en que Europa ha consumido el equivalente de la totalidad de sus recursos pesqueros anuales: en 2019, el último año antes del choque pandémico, este día llegó el 9 de julio. Cada vez es más extraño encontrar pescado europeo en las pescaderías y supermercados del continente: actualmente solo supone un 40% del que hay en el mercado; el resto viene de fuera.
Y en América Latina también hay tensión: barcos rusos, chinos o españoles compiten para pescar calamar o bacalao en las aguas que bañan Argentina –en 2016, guardacostas argentinos hundieron un pesquero chino–. El atún en Chile. El tiburón en Colombia o Ecuador. O la totoaba en México, un pez que popularmente se llama la cocaína del mar por el valor monetario que se le da. El gobierno mexicano ha tenido rifirrafes recientes con Pekín por episodios relacionados con la captura de este pez, que está protegido pero que va muy buscado en el mercado negro chino.
La pesca ilegal
Y este último es uno de los problemas añadidos: el mercado ilegal de pescado, que ya supone entre el 20% y el 30% del total. Y como recordaba un informe del Foro Económico Mundial, cada vez hay más organizaciones criminales transnacionales que explotan la pesca para financiar otras actividades: el tráfico de drogas, de armas e incluso de humanos.
El mismo informe, que sitúa el pescado como una de las grandes teclas de la geopolítica del futuro, lanza una alerta muy ilustrativa: la obsesión mundial para asegurarse las capturas es tal que varias potencias ya empiezan a ver en el deshielo de los polos, ahora protegidos, una oportunidad para incrementar su producción.