La guerra por los mares entre los Estados Unidos y China

La alianza AUKUS incrementa la tensión con Pekín en las aguas del Pacífico

Imágenes de satélite de Fiery Cross, al mar del Sur de la China.
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BarcelonaEl miércoles por la noche, cuando los Estados Unidos, el Reino Unido y Australia anunciaron la creación de una nueva alianza para defender sus intereses en los mares que separan el Índico y el Pacífico, los tres jefes de gobierno se esforzaron para no pronunciar un nombre: China. El norteamericano, Joe Biden, incluso declinó contestar a preguntas sobre el rol que el gigante asiático había tenido a la hora de tomar esta decisión. Pero a pesar del silencio –evidentemente acordado entre los tres ejecutivos–, a nadie se le escapa que el verdadero objetivo de esta alianza es frenar la ambición expansionista del gobierno de Xi Jinping y, concretamente, hacer frente a su dominio en esta zona marítima que hace años que es motivo de disputa. De aquí los gritos de rechazo y malestar que, rápidamente, se hicieron notar desde Pekín, acusando a Washington de implementar juegos estratégicos propios "de la Guerra Fría".

Hace tiempo que a la Casa Blanca le preocupa qué pasa en esta zona marítima, situada justo al sur de China y Vietnam y alrededor de Filipinas, Malasia y Taiwán. De hecho, los expertos consideran que este es el escenario más probable de una hipotética –y temida– guerra entre chinos y norteamericanos. Para entenderlo hay que tirar atrás unas cuantas décadas. Históricamente, Pekín ha reclamado entre el 80% y el 90% de estas aguas alegando razones históricas y un mapa publicado en 1947 que consideraba que la mayoría de este mar era propiedad suya. A pesar de esto, los países de alrededor, como Vietnam, Filipinas, Brunéi o Taiwán también reclaman estas aguas, una parte importante de las cuales son consideradas internacionales. En 2016 la Haya rechazó la gran mayoría de demandas chinas, pero Pekín no lo ha aceptado nunca y, de hecho, desde la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012, este anhelo para reivindicarlas como propias se ha intensificado.

Estrategias agresivas

La estrategia del presidente chino ha sido cada vez más desacomplejada. China lleva años incrementando su presencia militar en la zona, a través de bases navales, aeropuertos militares o barcos y aviones de guerra que patrullan día sí y día también en esas aguas remotas. También ha construido islas artificiales de su propiedad o distritos administrativos en zonas que los gobiernos filipino o vietnamita consideren suyos. A pesar de que parte de estas acciones van en contra de la ley internacional, parece que no es ningún problema para Xi Jinping, que quiere dejar claro que está dispuesto a tensar la cuerda hasta el límite para reivindicar su soberanía en la zona. También ha dejado claro que no quiere visitantes extranjeros metiendo la nariz ahí: últimamente han trascendido varios casos en los que militares chinos han echado a embarcaciones o aviones de otros países que se acercaban.

Aguas territoriales reclamadas.

La respuesta de Washington también ha sido contundente. Actualmente, no hay dudas de que frenar la ambición expansionista de China es el primer objetivo de la política exterior de Biden, pero ya durante la presidencia de Barack Obama (con el propio Biden como vicepresidente) era un tema que generaba inquietud en los EE.UU. "Queda bastante claro que no es un conflicto sobre un islote", aseguraba en 2014 al New York Times un asesor del presidente Obama. "Pensamos que lo hacen para echarnos del Pacífico", añadía, en referencia al creciente despliegue militar chino en estos mares.

Desde entonces, la Casa Blanca también ha enviado cada vez más presencia militar: desde aviones, submarinos o barcos hasta tener bases navales. El año pasado, Mike Pompeo, entonces secretario de Estado de los Estados Unidos de la mano de Donald Trump, hablaba en plata: "Ni nosotros ni el mundo permitiremos que Pekín utilice el mar del Sur de China como si fuera su imperio marítimo". En cambio, el gobierno chino considera todo lo contrario: que son los EE.UU. los que quieren utilizar estos mares como si fuera su imperio. Lo resumía, esta semana, Zhao Lijian, ministro de Asuntos Exteriores: "Los Estados Unidos envían frecuentemente barcos y aviones de guerra a los mares de China. Estas maniobras son una muestra de fuerza y, por lo tanto, una amenaza, y esto no ayudará a garantizar la paz y la estabilidad en la región".

Unos islotes clave

Y como pasa siempre en geopolítica, todo se explica por los intereses que hay detrás. Las razones económicas del conflicto son claras. Por un lado, abundantes yacimientos de gas y petróleo en las aguas en litigio. Por el otro, el hecho de que por estos mares se transporte casi la mitad del comercio mundial (unos cinco billones de dólares anuales). Un ejemplo: el 75% del petróleo que llega al Asia-Pacífico procedente del golfo Pérsico pasa por esta ruta. Además, de esta zona se extrae el 8% de la pesca mundial en un mundo donde cada vez hay menos peces y, por lo contrario, más demanda.

Y después están las razones estratégicas. Washington ha tejido una red de alianzas alrededor de estos mares, empezando por Japón, Taiwán o Corea del Sur y acabando por Australia o incluso India. Esto molesta a Xi Jinping, que se siente asediado por lo que considera una política de contención de los EE.UU. que amenaza su soberanía y puede asfixiar su salida al mar. Paradójicamente, los argumentos de los Estados Unidos son los mismos: que una China cada vez más fuerte y con más peso en el tablero internacional acabe haciéndose ama y señora de esta zona entre el Índico y el Pacífico. "Probablemente es el lugar del mundo donde la política exterior de China está siendo más agresiva", apunta Manel Ollé, profesor de estudios chinos en la UPF.

A pesar de que tanto Joe Biden como Xi Jinping han reiterado en los últimos meses que ninguna de las dos partes tiene un interés en enfrentarse –de hecho, la semana pasada los dos mandatarios mantuvieron una llamada en la que esta fue la principal conclusión–, el anuncio de la alianza de Washington, Londres y Canberra vuelve a encender los ánimos. Uno de los puntos principales de este acuerdo es que permitirá a Australia desarrollar submarinos de propulsión nuclear, que se utilizarán para patrullar la zona y vigilar de más cerca los movimientos de Pekín. Todo ello, en un entorno idílico: entre aguas a menudo cristalinas y remotas y llenas de islotes rocosos que, no hace tanto, solo importaban a unos cuantos pescadores de la zona.

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