El “nuevo modelo económico” de Erdogan no frena una inflación desbocada

La crisis de la moneda y una inflación desmesurada llevan al máximo mandatario a explicar su plan económico para recuperar la confianza

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El entorno a la Mezquita azul de Estambul, que ha sufrido una fuerte nevada estos días.

EstambulLos turcos no están, ni mucho menos, contentos con el clima económico que se vive en el país. Ya no ven su Turquía como un barco que va a la deriva, sino que está a punto de hundirse. Pero consciente de que los ánimos ya empiezan a decaer, y para evitar más protestas en la calle, Erdogan ya se dirigió el mes pasado a todos los turcos para anunciar que tiene un plan. “Hemos adoptado una política económica basada en el crecimiento del país con inversiones, ocupación, producción y exportaciones”, anunciaba el máximo mandatario, en unas palabras que ahora parecen vacías. Su plan es este: crédito barato, moneda barata y costes laborales bajos que, según Erdogan, harán que Turquía se convierta en un centro de fabricación made in China , pero mucho más cerca de los mercados europeos.

“Aquí los ganadores no son solo los que tienen dinero al banco o los exportadores. Esto es para todo el país, todos y cada uno de nuestros 84 millones de ciudadanos”, no se cansa de afirmar el mandatario. Porque en la Turquía actual, exportas o cambias divisa: la única solución que tienen, los que pueden, es comprar dólares o convertir los ahorros en oro. Pero incluso los exportadores necesitan importar. Por lo tanto, Erdogan se afana –cuando ve la oportunidad– a incidir en el hecho que se tienen que reducir las importaciones y favorecer la industria local. Cuando Erdogan pone Turquía ante un espejo ve a la China.

Pero los economistas avisan de que el movimiento, aunque pueda funcionar, solo empobrece a la población: “Asegurar el crecimiento incrementando la competitividad hará que haya más pobres”, asegura Murat Birdal, profesor de la Universidad de Estambul. Y sentencia: “Esto solo se puede aplicar con el autoritarismo”.

Inflación desmesurada

Una jugada maestra. O, como mínimo, lo tendrá que ser. Así es como la prensa fiel a Erdogan describe el movimiento económico del máximo mandatario. De hecho, medios como A Haver, una televisión que lo sacrificaría todo por Uzun Adam -apodo de Erdogan-, intentaba hace pocos días convencer a su audiencia que la inflación que se vive en Turquía no es, ni mucho menos, desproporcionada comparada con la de otros países de Europa. Uno de sus colaboradores estrella, Cemil Bardas, mostraba unos cálculos –de hecho, erróneos– que pretendían que Francia, por ejemplo, tendría un aumento de la inflación respecto del año anterior de un 580%. Nada comparado, sin embargo, con Alemania, donde, según sus cálculos, el aumento era de un 1.225%, y ni mucho menos con el de España, con un aumento de un 2.134%. Todo para mostrar que Turquía tiene una cifra mucho más baja: solo un 147%.

El mensaje oficialista era claro: la inflación turca, comparada con la de los vecinos, no es alarmante. Pero pocos se creen los cálculos de Bardas, con más de 150.000 seguidores en Twitter. La inflación oficial que entregó el Instituto de Estadística (TUIK) era de un 36 % anual. Y los turcos ni siquiera se creen este dato. “Las subidas de precios son del 50 al 130%", dijo Ahmet Davutoğlu, ex primero ministro y actual líder del Partido del Futuro. De hecho, cuando la cifra oficial se publicaba de cara en el consumidor, el líder de la oposición, Kemal Kiliçdaroglu, montaba un show a las puertas del edificio gubernamental del TUIK para demostrar que no lo dejaban entrar. Kiliçdaroglu quería saber las cifras reales. Pero no hacía ninguna falta, porque un grupo de economistas independiente, el Grupo de investigación sobre la Inflación (ENAG), ya daba la primicia: la tasa de inflación anual del consumidor era del 82,81%.

A pie de calle

Pero en 2023 Erdogan se tendrá que someter al examen de las urnas y según Metropoll, una de las principales empresas de encuestas, el 17% de los turcos que lo votaron ya empiezan a desconfiar de la gestión de su líder . El pan, que antes costaba una lira, ahora cuesta tres en algunos establecimientos. La leche, por la cual antes los turcos pagaban menos de 10 liras, ahora cuesta 13,5, a pesar de que había llegado a 15. El alcohol ha subido un 47%, pero en este caso lo ha hecho por los impuestos impuestos por el mismo gobierno islamista.

En Kadikoy, uno de los barrios con más bares por metro cuadrado de Estambul, en horas concurridas era difícil encontrar una mesa el mes de noviembre. Hoy, a pesar de que el frío de enero quita el aliento, es fácil ver muchos espacios de ocio totalmente vacíos: si hace pocas semanas una cerveza costaba cerca de 25 liras, ahora ya cuesta 40. En cuanto a la gasolina, producto que antes rellenaba los depósitos por cerca de 300 liras, ahora se necesitan 500. De hecho, Estambul, una ciudad congestionada de coches, es ahora un oasis para aquel que quiera moverse en hora punta con un coche particular.

El transporte público, mucho más asequible económicamente en tiempo de hiperinflación –a pesar de la subida del 35% en el precio del billete– es un horror: el Ayuntamiento de Estambul anunció que durante la primera semana de enero hubo un incremento de 700.000 personas y un total de 14,2 millones de usuarios mensuales. Y el salario mínimo sigue en boca de todo el mundo: mientras el Govern ha anunciado una subida del 50%, muchos se preguntan si el incremento quedará en nada cuando la lira vuelva a estrellarse. En solo un año ha perdido el 44% de su valor.  

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